Palabra Pública N°32 sept - oct 2024 - Universidad de Chile

la espiral columna U na de las frustraciones más importantes de nuestra vida cotidiana es el uso de redes. Los adultos de cierta edad, para colmo, todavía lla- man a ese espacio, que es en extremo real, un lugar “virtual”. Al mismo tiempo, son quienes más se que- jan de la violencia que arde como un bosque de eucalipto en esos vínculos, mientras descreen de su real potencia. Es una contradiccióndesesperante y a lomejor el problemade tener que adaptarse demasiado rápido a algo demasiado raro. El odio online es potente y no es nuevo. En los primeros años de la red resultaba menos visible, porque ocurría en foros y en chats: no estaba tan organizado, aunque también era feroz. Eso sí, solo se enteraban los involucrados. Ahora son un altavoz que grita tonterías y también odio sulfúrico. Al señalamiento en redes incluso lo usan líderes políticos que, en muchos casos, conocen su verdadera capacidad de silenciar. Y si ellos no lo entienden del todo, sus asesores es- pecializados sí lomanejan a la perfección. Quiero dar como ejemplos dos tonterías. Uno es sobre un famoso. El otro es sobre mí. En marzo, el actor Robert Dow- ney Jr. ganó su primer Oscar como actor de reparto por su papel como Lewis Strauss en Oppenheimer , la película sobre el “creador” de la bomba atómica dirigida por Christopher Nolan. Un poco de contexto. Downey es un hombre de 59 años, de terrible rango y talento, que ya estuvo nominado al premio dos veces y es famoso por ser Iron Man en las pelí- culas de Marvel y también por personajes extraordinarios como su interpretación de Chaplin en 1992 y ese periodista bohemio en Zodiac de David Fincher. Desde 1996 hasta 2001, Downey fue arrestado varias veces por uso de drogas: cocaí- na, marihuana, heroína, pastillas. Estuvo enmuchos centros de rehabilitacióny pasóun tiempopreso enuna prisión fede- ral. En 1999 ledijo al juez—quefinalmente lo condenó—: “Es como si tuvieraunarma en la boca,mi dedo enel gatillo, pero me gusta el sabor del metal”. Downey era adicto desde los ocho años: su padre, un extravagante y legendario director de cine experimental, lo inició en el uso de drogas a esa edad. En Hollywood, y en casi cualquier lado, una persona con la historia de Downey suele morir a causa de su adicción. No tiene que ver con el dinero. Hay tantos super ricos y estrellas que no pudieron superar su adicción, desde Whit- ney Houston hasta Prince, Diego Maradona o Truman Capote. Downey nunca se pone como ejemplo y prefiere un personaje público irónico y brillante, pero su resiliencia es admirable, valiente y poco común. Debería hablarse de eso. De cómo una adicción desde la infancia, con el daño que implica, puede controlarse. Debería abrir una charla franca sobre sustancias y salud mental. Pero no. Cuando recibió el premio, quizá por la emoción del mo- mento o por distraído, Downey no saludó al actor Ke Huy Quan, ganadordel añoanterior, quienleentrególaestatuilla. Es una verdadera pavada que solo es observada hoy porque todos estamos bajo vigilancia. Durante la transmisión, xem- pezó a arder: “Esto fue decepcionante. Arruinó el momento para mí. Lo ignoró completamente”. Sigue: “Se puede ser la estrella más grande del mundo y tener cero humildad y gra- cia”. Hacia el final de la ceremonia, Downey fue declarado “el verdadero villano de los Oscar” y, de madrugada, ya se lo llamaba xenófobo—Ke Huy Quan es vietnamita-estadouni- dense—y a lamañana era sionista y apoyaba el genocidio en Gaza. Downey es judío. Que se sepa, no se pronunció sobre Gaza en ningún sentido. Tampoco se pronunció a favor del ataque de Israel, o sobre el Estado de Israel en general. Usa desde mucho antes de la guerra un dije de oro con las dos letras hebreas que significan chai, es decir, vida. Su esposa también es judía. Y eso es todo. Durantemeses, por poco fue el responsable del genocidio y todo por no comportarse con la etiqueta adecuada (es cierto que no saludó) y por usar una joya que destaca su herencia judía (es cierto que la usa). No sabemos lo que piensa y la verdad es que no se le debería pe- dir unpronunciamiento aunque sea una persona influyente. ¿Por qué? Porque no somos un tribunal y la gente puede En las redes sociales nos acostumbramos a los linchamientos y a una crueldad que, difícilmente, nos atreveríamos a expresar cara a cara. Estos espacios virtuales son tan reales como el mundo tangible: los flechazos duelen igual y, más importante, enrarecen la opinión pública y contribu- yen a una realidad indignada y reactiva. mariana enríquez Escritora y periodista argentina. Entre sus libros están Un lugar soleado para gente som- bría (2024), Porque demasiado no es suficiente (2023) y Nuestra parte de noche (2019), nove- la ganadora del Premio Herralde. Obtuvo el Premio José Donoso 2024. 30

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