Palabra Pública N°32 sept - oct 2024 - Universidad de Chile
debe unos 800 mil pesos, de los cuales más de la mitad son intereses. Por el momento no tiene pensado pagarla. Dice queno tiene el dineroyque sabeque ladeudaprescribeoque en algún momento le ofrecerán una mejor opción para pa- gar. No pagar sus deudas, dice, no le preocupamayormente. Andrea trabaja como profesora de lenguaje en un liceo. Viveconsuhijoenunacasaarrendadaenunapoblacióncata- logada como “zona roja”. Trabaja 35 horas a la semana y gana alrededor de 600mil pesos. Los fines de semana vende ropa como colera en la feria y garzonea en eventos. En nuestra úl- tima entrevista, cuenta que las tarjetas comerciales llegaron a su casa cuando tenía 12 años, después de que su mamá se pensionara por invalidez y sacara préstamos en distintas casas comerciales y cajas de compensación. Iba pagando el mínimo en cada una de ellas, por lo que siempre tuvo cupo para seguir endeudándose. Se preocupaba, eso sí, de que todos los préstamos tuvieran un seguro de desgravamen, porque sabíaque, dada sucondiciónde salud, noviviría tanto tiempo. La última vez que su madre pidió un crédito estaba muy enferma. Con ese dinero, compró los útiles escolares de su hija, el uniforme y lo necesario para el colegio. Poco des- puésmurió, y, tal como loprevió, la familianoheredódeudas. Consuelo (42) es abogada, tiene un hijo y lleva un par de años desempleada, aunque genera ingresos esporádicos. Desde que iniciamos nuestras entrevistas, no ha logrado en- contrar un trabajo estable que le permita recuperar la vida que llevaba antes. Fue despedida antes de la pandemia, lo que al comienzo vio como una oportunidad para descansar y buscar empleo con calma. Sin embargo, con el paso del tiempo, la desesperación ganó terreno. Aunque el Ingreso Familiar de Emergencia (ife) le dio un respiro, su vida cam- bió radicalmente. Volvió a vivir con sumadre para no pagar arriendo, cambió a su hijo de un colegio particular a uno subvencionado y dejó su isapre para unirse a Fonasa. Consuelo ha sido muy activa en la búsqueda de em- pleo: hizo un magíster, contrató servicios de coaching para mejorar sus posibilidades y fue bajando sus expectativas sa- lariales. Sin embargo, no ha visto resultados. Aunque se ha acostumbrado a vivir con poco, en losmomentosmás difíci- les tiene que recurrir a la línea de crédito, manteniéndola al tope sin poder amortizar la deuda. En nuestra segunda entrevista, Consuelo contó que el banco le había cerrado la cuenta corriente sin previo aviso, quedándose con el dinero que tenía dentro. Estaba indeci- sa sobre si reclamar o no al banco, porque necesitaría un plan de pago realista para negociar. Sin ingresos ni ahorros, prefirió dejar la deuda de lado, confiando en que algún día podría saldarla. En nuestra última entrevista, seguía sin poder hacerlo. El banco le ofreció una simulación de pago: una cuota inicial de 500mil pesos seguida de cuotas de 200 mil, pero no había logrado reunir ese monto. Con lo que ge- neraba de trabajos informales, apenas cubría lo básico y no podía ahorrar. Así, la deuda aún es un “pendiente” que no ha logrado resolver. Las historias de Cristina, Andrea y Consuelo dan cuenta de que estar endeudado es el resultado de una di- námica compleja, ya que se superponen distintos tipos de deudas, condiciones de pago y eventos que van marcando la trayectoria de las personas. En Chile, además, la infraes- tructura de protección social es limitada. “Vivir en deuda” —parafraseando a la antropóloga estadounidense Clara Han— implica, entonces, entender que las deudas no solo afectan al presente, sino que vuelven el futuro un lugar mu- chomás incierto. Martin Bernetti/afp 23
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