Palabra Pública N°32 sept - oct 2024 - Universidad de Chile

Por supuesto hay situaciones más difíciles, exacerbadas por el cambio social y la siempre creciente informalidad. No preguntemos si los extranjeros las entienden: no hay acuer- do ni siquiera entre los chilenos. En una oficina que suelo visitar, una secretaria me dice “¿cómo estás?”, y la otra, si- multáneamente, “¿cómo está?”. Antes pensaba que enalgún momento hablarían entre sí para ponerse de acuerdo sobre mi estatus. Pero ladiscrepancia no tiene que ver con eso, sino con la autopercepción de cada una sobre su propia condición de clase en relación a la mía. Tampoco había dimensionado el hecho de que mientras yo elijo consciente y trabajosa- mente entre “tú” y “usted”, para un chileno es tan instintivo como optar entre el indicativo o el subjuntivo al momento de usar un verbo. Tan así, que cuando alguien no logra deci- dir si somos o no de lamisma clase, irá alternando entre “tú” y “usted” sin complejos incluso dentro de una misma frase, mientras yo, suspendiendo el juicio, sigo sus movimientos como la parejamenos avezada en un baile. Quizás en este punto debería intentar un análisis de cómo se originaron esas divisiones sociales. Sería teme- rario. Escribo a una semana de las Fiestas Patrias: tras muchos años, aún no logro entender si es una celebración real o postiza. Pero a nivel popular, por lo menos, parece bastante sincera. ¿Será entonces solo por una deforma- ción cultural propia, inglesa, que me cuesta entender cómo una celebración puede abarcar un país entero sin oposición aparente, desde las más altas autoridades hasta el mendigo más marginado, sin que haya un público o un enemigo externo para unirlo? Pero de hecho hay, o hubo, un enemigo, aun si no se habla mucho de él ahora: los colonizadores españoles, cuya marginación y expulsión su- puestamente datan de la fecha conmemorada. La realidad, sin embargo, es que los espa- ñoles nunca se marcharon. Muchos ya se habían mezcla- do con la población indígena, otros siguieron al mando del país, ya reinventados como libertadores y acompañados por otros europeos que venían llegando de vez en cuando. Eso es lo que mis pares de clase en el barrio alto de Santiago tratan de olvidar, o más bien, ya olvidaron con éxito. Pero una vez que viajé al campo con algunos de ellos para el 18, encontré otra perspectiva. La gente del campo no parecía distinguir entre ellos y yo. No es que me hayan tomado por un chileno, posibilidad que queda descartada por mi acento al hablar. Más bien, es como si se hubiera producido un error al transmitirse la noticia de su liberación, y no consideraran que mis compañeros fue- ran chilenos como ellos. Pero se prendieron los fuegos, y todos lo pasaron bien igual. “No creo que los chilenos seanmás racistas que otros, y puede que lo seanmenos, porque tienen algo que es más eficiente y un tanto más ama- ble que el racismo: un gran sistema de clases”. Matías Recart/afp 17

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