Palabra Pública N°31 mayo - junio 2024 - Universidad de Chile

D os semanas después del inicio del estallido de 2019, las veredas aledañas a la estación del metro Baquedano aparecieron intervenidas con dibujos de planos a escala real de vi- viendas diminutas. Sobre ellos, se sentaron integrantes del colectivo Por un habitar digno —formado por estu- diantes, académicos y profesionales de arquitectura—, simulando escenas de la vida cotidiana. El objetivo era alertar sobre las condiciones de vida en los departamen- tos cada vez más pequeños que ofrece el mercado, que en la última década se han convertido en una tendencia. Presentados como un producto moderno y minima- lista, usualmente promocionados para estudiantes y jóvenes profesionales que privilegian la ubicación por sobre el tamaño, los “nanodepartamentos” son uni- dades habitacionales inferiores a los 23 m². Los más grandes tienen un dormitorio, pero en su mayoría son espacios de un solo ambiente (es decir, departamentos tipo estudio), sin divisiones de tabiquería interior. En Santiago, se encuentran en zonas centrales y pericen- trales, y su oferta ha crecido un 404% entre 2010 y 2023, según la consultora gfk Chi- le. Cuestan, en promedio, 2.267 uf (cerca de 85 millo- nes de pesos), mientras que su arriendo fluctúa entre los $250.000, en comunas como Santiago Centro y San Miguel, y los $400.000, en Ñuñoa y Providencia. En términos comparativos, su tamaño se acerca al de una mediagua, cuya superficie es de 18 m², y por su diseño minimalista se les ha compa- rado con una habitación de hotel. Si bien se han vuelto una alternativa para las personas que buscan vivir en lugares céntricos sin pagar precios exorbitantes, la falta de espacio también puede con- vertirse en un problema que afecta la calidad de vida. Muchos de quienes viven en nanodepartamentos de- ben reconfigurar sus habitaciones a lo largo del día, con muebles y accesorios plegables, o reducir al mínimo sus pertenencias, ya que el diseño, a veces, no incluye áreas de almacenamiento. A ello se le suma la sensación de encierro que puede producir la aglomeración de objetos y el poco espacio disponible para hacer actividades de ocio o ejercicio físico, importantes para prevenir trastor- nos de depresión y ansiedad. “El metraje se transforma en una experiencia de restricción”, explica Luis Campos, sociólogo y académico de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de Chile (fau). Un habitar transitorio | Francisca (25) es una estudian- te universitaria que en febrero de 2024 se mudó desde Concepción a Santiago para hacer su práctica profesio- nal. No quería vivir en una pensión, así que optó por un monoambiente en el centro de la capital, un departa- mento de 22 m² cercano a su lugar de trabajo. En su traslado, intentó no empacar muchos objetos, pero al llegar se dio cuenta de que no le hacían falta, ya que su departamento está equipado con lo básico: una cómoda, una cama, una mesa, sillas, un frigobar y una cocina eléctrica. “Descubrí que no ocupo tantas cosas. No he tenido problemas en ese sentido. El único tema es que, como el departamento es tan chico, me gustaría tener un sillón, un mueble para el living, pero no puedo”, dice. Francisca es parte del grupo demográfico para el que están pensados este tipo de departamentos. La demanda por acceder a los centros urbanos, donde se concentran las oportunidades laborales y universitarias, junto con factores como la inmigración y el aumento de la matrí- cula de educación superior, ha incrementado el número de personas que buscan alojamiento temporal. “Nadie quiere vivir toda su vida ahí, nadie lo va a comprar para proyectarse. Quien arrienda sabe que está en una situa- ción pasajera de estudio, de capacitación o de transición de un país a otro. Se entien- de por definición como un modo de habitar transitorio, que puede ser incómodo”, afirma Juan Pablo Urrutia, académico de la fau. Parte de esas incomo- didades tienen que ver, según Francisca, con no po- der hacer cosas con libertad: “Quisiera tener una masco- ta, pero el espacio no me lo permite. Me complica un poco invitar gente, porque es superpequeño”, agrega. Algo similar le ocurre a Josefina (35), quien vive hace tres años en un estudio de 18 m² ubicado en La Reina. Lo que en un principio le llamó la atención a esta profesora de Educación General Básica fue el valor del arriendo. “Yo venía de vivir fuera de Santiago, donde los precios son menores, y tenía que mantenerme dentro de ese ran- go. El tamaño no era tema en ese minuto”, dice. Con el tiempo, Josefina ha comenzado a sentirse abru- mada por la falta de espacio, sumado a la dificultad para realizar tareas cotidianas como hacer la cama. A medida que adquiere más objetos, se enfrenta al desafío de dis- ponerlos o almacenarlos, ya que tampoco tiene bodega. La presencia de su mascota, una perra mediana, añade otra complejidad. “Su cama está al lado de la mía y esta- mos todo el día pegadas”, dice. Esto la ha llevado a buscar un departamento de dos ambientes, pero el precio actual de los arriendos es superior a lo que puede pagar. “Chile es uno de los países con la vivienda más inac- cesible del mundo. [Hay] un perfil de adulto joven que no pertenece a los grupos más vulnerables, por lo tan- to, no son sujetos de ayuda social, pero tampoco les da para satisfacer sus necesidades de manera cómoda por “Se habla del hogar como el lugar seguro, donde uno desarrolla la vida personal e íntima. No tener el espacio mínimo para hacer estas actividades puede ser un factor de riesgo para la salud mental”, dice la psiquiatra Viviana Guajardo. 37

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