Palabra Pública N°31 mayo - junio 2024 - Universidad de Chile

Así mantenía a su “Venus impúdica” bajo resguardo de las miradas, para que el acto de descorrer el velo fuese una ocasión compartida solo con conspicuos invitados, com- prometidos a guardar su secreto. Imagino un rito en el cual el manto surrealista de Masson se corre para dejar espacio a la imagen revelada del máximo realismo: la de un sexo femenino que se expone para ser mirado, al mismo tiempo que mira, escruta y perturba. Gracias a un amigo en común, Marcel Duchamp tuvo la suerte de ser testigo de uno de los develamientos en 1958. Años después, el artista francés empezó a trabajar clandes- tinamente en el montaje de su obra póstuma, Etant Donnés (1946–1966), la cual comprende la instalación de un cuerpo femenino que yace en una posición similar a la del cuadro decimonónico, desnudo, con sus piernas abiertas, pero sin vello púbico y sinmayor detalle de su zona genital. Hacerla le tomó veinte años de trabajo secreto, y solicitó a su única cómplice que se hiciera visible solo después de sumuerte. Más de alguien podría decir que la causa por la que Lacan mantuvo oculto el Courbet no fue necesariamente el pudor. Como este no es el lugar para introducirse en las honduras del pensamiento lacaniano, no intentaré hacer relaciones apresuradas; me limito a subrayar el hecho de que continua- ra con la tradición de cubrir la pintura, de mantener oculta su ubicación y su propiedad. No deja de ser inquietante que haya sido tan cauteloso del secreto de su posesión, en una época en que muchos tabúes se empezaban a superar. Y cla- ro, es sugerente la invocación al surrealismo que hizo Lacan a través de Masson. Acaso la obra de Courbet es demasiado carne, demasiado real para las afinidades estéticas del psi- coanalista, precisamentemás cercanas al surrealismo. Ya muerto Lacan, y cuando la obra era propiedad del Estado francés, la historiadora del arte y curadora femi- nista Linda Nochlin la incluyó en una retrospectiva de Courbet en el Museo de Brooklyn, en 1988, titulada Cour- bet reconsidered . Nochlin dedicó décadas de su carrera a estudiar la obra del artista en una investigación que in- cluyó, de hecho, una pesquisa para dar con el paradero de la famosa pintura. Para ella, El origen del mundo repre- sentaba el lugar prohibido, la revelación de la gran Otra que ha quedado postergada, fuera del relato patriarcal y del relato psicoanalítico. Tomar la decisión de mostrarla por primera vez en público fue sin duda un gesto muy significativo, pues celebraba el encuentro con la gran ausente, esto es, con la obra misma, largamente perdida; pero también con la ausencia que la obra hace visible. Es interesante pensar que lo que oculta la mirada psicoana- lista, lo revela la mirada feminista. En 1995, El origen… pasó a formar parte de la colec- ción del Museo de Orsay, donde se encuentra expuesta desde entonces. No hubo mayor escándalo tampoco en ese momento, pero es un hecho que la obra continúa provocando un impacto en muchos observadores. Hoy todavía es posible apreciar una ambigua incomodidad en los turistas que recorren el museo. He observado también el profundo pudor experimentado por algu- nos estudiantes de una universidad chilena confesional ante el despliegue de la pintura en el telón de clases. Facebook la censuró cuando fue subida a la cuenta per- sonal de un profesor francés. Incluso basta acceder a la búsqueda básica de Google para notar que la imagen del cuadro, e incluso de obras que la citan o reelaboran, no se despliega sino a través de algún dispositivo de camu- flaje. De algún modo, internet, que es el verdadero lugar de lo público en estos tiempos, también se encarga de poner sobre ella un velo. Gustave Courbet, El origen del mundo , 1866. Óleo sobre lienzo, 46 cm× 55 cm. Crédito: Thomas Coex / afp. 35

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