Palabra Pública N°31 mayo - junio 2024 - Universidad de Chile

“S i los griegos inventaron la tragedia, los romanos la epístola y los renacentistas el soneto —escribió Elie Wiesel— nuestra ge- neración ha inventado una nueva literatura, la del testimonio”, recordaba Parul Sehgal en The New Yor- ker un tiempo atrás en una inobjetable, peromuy resistida, “objeción a la narrativa del trauma”. “La consagración del testimonio en todas sus formas—memorias, poesía confe- sional, relatos de supervivientes, talk-shows — ha elevado el trauma, de indicador de un defecto, a fuente de autori- dad moral, incluso a una especie de habilidad”. Todos conocemos esa narrativa, o hemos escuchado ha- blar de ella, posiblemente hayamos caído en un momento u otro bajo su influjo: un narrador traumatizado revisita un hecho devastador que le sucedió —una violación, una relación incestuosa, un aborto involuntario, alguna de las muchas formas de discriminación que nuestra sociedad reserva para quienes no se disciplinan, un rapto de violen- cia, un trastorno psicológico, una manifestación más de la precariedad económica, sentimental y política de nuestros tiempos— y narra cómo lo “superó”. Edward St. Aubyn, Leslie Jamison, Jonathan Safran Foer, Naoise Dolan, Karl Ove Knausgård y Ottessa Moshfegh son algunos de los autores más destacados de esta literatura —ahorrémonos los nombres de sus imitadores en español—, pero sus li- columna yo estoy sufriendo , y seguramentetútambién bros pueden inducir a un error no del todo infrecuente, el de creer que el trauma es sinónimo de un talento como el suyo: lamayor parte del tiempo, como afirmó recientemen- te Pip Finkemeyer en un artículo en The Guardian sobre las así llamadas sad-girl novels , solo consiste en “ millennials privilegiados que leen sobre millennials privilegiados que escriben libros sobre millennials privilegiados”. Uno de los problemas más persistentes de la edición contemporánea —que esta, en su condición de industria, no tiene real- mente intenciones de solucionar— es que su diversidad es solo aparente, y que, también por esa razón, las personas de verdad excluidas siguen sin poder hacer oír su voz en términos literarios. De hecho, para esas personas, la lite- ratura ya no existe como posible medio de expresión, y el loop desesperante que describe Finkemeyer es tanto causa como consecuencia de este estado de cosas. En el presente, “las convenciones de reciprocidad en que se basan los modos de vivir e imaginar la vida atraviesan tal proceso de desbaratamiento que los gestos que impro- visamos de manera corriente en la vida cotidiana se ven obligados a ser mucho más explícitos en términos esté- ticos y afectivos”, afirmó Lauren Berlant en El optimismo cruel , uno de sus libros más importantes. La apelación al trauma se articula en ese rasgo del presente, y es una de las proyecciones más explícitas sobre esa enorme pantalla ci- nematográfica que es la literatura del modo en que, como sostiene Berlant, los objetos de nuestro deseo —un ascen- so, casarse, un cambio de profesión, el éxito comercial, un nuevo automóvil...— se interponen deliberadamente con la satisfacción de ese deseo, dejándonos impotentes y atur- didos. “La manera dominante de entrar en la conversación pública para un escritor joven y hambriento es decidiendo cuál de sus traumas podría monetizar: la anorexia, la de- presión, el racismo casual, o quizás una tristeza quemezcla las tres cosas”, sostiene Larissa Pham en un libro reciente. My pain, whose gain? , suele decirse en inglés; si alguien gana dinero con la exhibición de su dolor, muy rara vez esa persona es el autor o la autora, sino, más frecuentemente, sus editores, cierto tipo de prensa, un consenso erróneo en torno a la idea de que los traumas podrían superarse: para quien narra el suyo, y se ve obligado a continuación a dar entrevistas, presentar su libro, participar de clubes de lectura o lo que sea, el haberlo hecho—si es real—se cons- tituye en una intensa, angustiosa revisión de ese trauma. La diferencia más visible entre la literatura comercial y aquella que no lo es no está, en este momento, ni en el ám- Necesitamos la ficción para continuar creyendo que existe algún tipo de diferencia entre lo que hacemos y lo que imaginamos, y porque, en nuestro deseo de comprender la naturaleza secreta de las cosas de este mundo, sentimos una necesidad irreprimible de consuelo. patricio pron Escritor. Ha publicado más de una docena de libros y ha recibido, entre otros, los premios Juan Rulfo y Alfaguara. Su última novela es La naturaleza secreta de las cosas de este mundo (2023). 30

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