Palabra Pública N°31 mayo - junio 2024 - Universidad de Chile

de difusión considerablemente más amplios. En tal senti- do, el atentado a las Torres Gemelas marca el límite de la hegemonía televisiva y la transición hacia estos tiempos de integración digital y de aplicaciones que acompañan nuestras vidas minuto a minuto, generando nuevos mo- dos de pensar, de sentir y relatar nuestras vivencias. A diferencia de nuestra experiencia sensible regida antaño por la televisión, la conectividad digital rompe barreras de toda especie, multiplica realidades, transgrede tabúes, desinhibe y deja pasar , diseminando partículas visuales transitorias en nuestros dispositivos. Estas partículas-se- ñuelos instigan a la curiosidad cínica: atrévete a estar enterado de lo que está pasando realmente . La jerga del coaching nos transmite la responsabili- dad de gestionar nuestras emociones y afectos como si ello fuera lo más simple del mundo, como si no tuvié- ramos que vérnosla, cada cual, con carencias, temores y expectativas que responden a pulsiones y fuerzas in- conscientes que también nos sobrepasan. La imagen macabra reenviada por alguien, que nos asalta inespe- radamente, sería un mensaje directo desde el “corazón de las tinieblas” que nos incita a tener el valor de mirar. ¿Cómo negarse a esa “responsabilidad”? El imperativo al que obedecen y que a su vez nos transfieren los usuarios que nos comparten esos registros, sería algo como: “¡Mira esto!, ¡demuestra que tienes la valentía de conocer la verdad!”. Estamos obsesionados con la transferencia de estos imperativos y creemos que toda verdad es —tiene que ser—, en el fondo y únicamente, brutal. Por supues- to, aquí no estamos lejos de las teorías conspirativas y sus externalizaciones paranoicas: existe un Otro poderoso que nos oculta la verdad . En una época en que la sospecha sobre los saberes y las autoridades del saber (especialis- tas, profesores, colegios profesionales, universidades) se ha vuelto peligrosa, y en que el espejismo de la “informa- ción disponible” provoca la confusa noción de que solo necesitamos recoger datos de internet para entender un asunto de alta complejidad, las imágenes de morbo sir- ven también al propósito de golpearnos con el peso de una “verdad” que presuntamente pone a prueba nuestra fortaleza emocional y nuestra disposición a ser sujetos conscientes en este mundo despiadado. Estas imágenes aparecen de la nada, capturadas por cualquier persona, compartidas o reenviadas por cual- quiera de nuestros contactos. Al hablar de ellas, solemos usar pronombres impersonales: se viralizan, se compar- ten, decimos. Su anonimato es parte de su fuerza. Sin embargo, estas imágenes escabrosas valen también como signos de alerta ante un horizonte en que lo despiadado, en el más puro sentido “narco”, tiende a ser normalizado e internalizado. Ante ello, se hace necesario pensar en nues- tros límites, emocionales y afectivos. En el cuidado propio, al negarnos a mirar y a compartir lo que estimamos cruel, resurge también la empatía. Jeremie Richard/ afp 29

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