Palabra Pública N°31 mayo - junio 2024 - Universidad de Chile
llevaron la contra y usaron el humor, como Christine de Pizan en el siglo xiv y Madame de Sévigné en el siglo xvii, y, más adelante, Virginia Woolf, Colette, Marguerite Duras y Nathalie Sarraute. Woolf, de hecho, le dedicó un ensayo, “El valor de la risa” (1905), en el que decía que la risa tenía el poder de “desnudar” al otro: “nos muestra a los seres tal y como son, despojados de los oropeles de la riqueza, el rango social y la educación”. —Hacer reír es un gran arte y un arma enmascarada que puede ser incluso más útil para las mujeres, ya que comienza con benevolencia para luego soltar su golpe, sorprendiendo a un adversario que no se lo espera. El feminismo y la creciente igualdad de género han am- pliado el terreno de la risa: ahora les toca a las mujeres utilizarlo—dice la historiadora. De hecho, en el ensayo le reclama a Simone de Beauvoir no hacer ninguna men- ción al humor en El segundo sexo (1949), algo que todavía es un hábito entre las mujeres que trabajan en dominios históricamente masculinos, como la política o el mundo intelectual: para ser tomada en serio, hay que ser una mu- jer seria. En Chile, es cosa de pensar en la imagen adusta que se tiene de Gabriela Mistral, cuando en realidad “se reía a toda boca […], especialmente frente a los políticos e intelectuales estirados”, cuenta Maximiliano Salinas en La risa de Gabriela Mistral (2010). “El estereotipo respecto a las mujeres es que son menos graciosas. Y lo que muestran la mayoría de los estudios [hoy] es que, efectivamente, las mujeres usan menos hu- mor y, segundo, manifiestan querer usarlomenos”, dijo en 2023 Andrés Mendiburo, psicólogo e investigador chileno especializado en el tema. No es tan extraño: los tabúes se resisten a morir y las mutaciones son lentas, recuerda Melchior-Bonnet. “La historia cultural de las mujeres si- gue su propio tempo, no del lado de una risa devastadora, sino más bien del de un proyecto vitalista, rebelde e inse- parable de la emancipación, en germen desde finales del siglo xix. Porque hay un sonido específico y profético en esta risa femenina que se libera poco a poco en un mo- mento en que la autoridad del conocimiento y la ideología patriarcal se resquebrajan”. En pleno siglo xxi, en que las mujeres incluso se han convertido en “profesionales del humor”, aún queda ca- mino por recorrer (en febrero pasado, sin ir más lejos, varias comediantes que pasaron por el Festival de Viña se quejaron en la prensa porque se puso en duda su talento o se criticó su apariencia o vocabulario). Quizás el derecho absoluto a la risa sea una de las luchas feministas pen- dientes. “Las conquistas económicas, sociales y jurídicas de las mujeres representan avances mayúsculos hacia la libertad, pero esta seguirá siendo abstracta sin la razón independiente y burlona, sin la risa y la ironía”, escribió Gilles Lipovetsky en 1997. Lo gracioso es que olvidó men- cionar que una mujer —la filósofa Hélène Cixous— dijo lo mismo 21 años antes: “Culturalmente, las mujeres han llorado mucho, pero una vez que se acaben las lágrimas, lo que abundará será la risa. Será el arrebato, será la efu- sión, será un cierto humor que no se esperaría encontrar en ellas, pero que sin duda es su mayor fuerza”. Las mujeres reirán último, predijo Cixous en 1976. Y ya sabemos cómo termina el dicho. A la izquierda: La historiadora Sabine Melchior-Bonnet / Crédito: afp - drfp. A la derecha: Portada del libro La risa de las mujeres. Una historia de poder , de Sabine Melchior-Bonnet. 21
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