Palabra Pública N°31 mayo - junio 2024 - Universidad de Chile

—Antiguamente, las mujeres que se permitían reír perdían parte de su belleza abriendo mucho la boca, en- señando la lengua, mostrando una dentadura a menudo imperfecta, haciendo ruido (que solía compararse con el grito de un animal) y, sobre todo, perdiendo el autocontrol —explica la autora—. La sonrisa añade belleza, mientras que la risa contagiosa e incontrolable es peligrosa cuando se convierte en risa demencial. Esta desconfianza hacia la risa de las mujeres se daba en la aristocracia, en la vida de salón, pero los proverbios populares también advertían a las jóvenes que reír con soltura las convertía en “chicas fá- ciles”. En general, [a lo largo de la historia] se ha esperado que las mujeres sean discretas y amables: reír y hacer reír era un poder masculino. La risa ha estado marcada por el género durante mucho tiempo. Con Vigée-Le Brun nació no solo la sonrisa femenina, sino la sonrisa moderna, explica el historiador británico Colin Jones en el ensayo The smile: a history (2022). Visto con distancia, no extraña que haya sido apenas unos años antes de que empezaran a circular en Europa algunos de los primeros escritos feministas, como la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), de Olympe de Gouges, y la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft. Pero la aceptación social de la carca- jada—ese espasmo incontrolable—tardaríamás en llegar, en parte, porque no fue fácil erradicar los estereotipos del ridículo, la locura, los trastornos y los vicios que la socie- dad patriarcal asoció a las reidoras, y que el teatro cómico H asta fines del siglo xviii, no era bien vistomos- trar los dientes al sonreír. Eso explica que los pintores retrataran sobre todo sonrisas tími- das, medio apretadas, porque cualquier exceso de entusiasmo era juzgado vulgar. En Sobre la urbanidad en los niños (1530), Erasmo de Rotterdam “desaconsejaba abrir la boca para todo lo que no fuera satisfacer las necesidades biológicas básicas”, y si habíaque reír, quepor favor sehicie- ra como la Gioconda: con recato y los labios bien sellados. Los que abrían la boca eran los locos, los faltos de juicio, los maleducados, los incapaces de dominar las emociones vio- lentas como el miedo, el terror, la rabia o el éxtasis. Muchos artistas europeos aprendieronestos asuntos con Les expressions des passions de l’âme (1727), un catálogo de emo- ciones y sus correspondientes gestos faciales creado por Charles Le Brun, uno de los pintores favoritos de Luis xiv. Le Brun decía que cuando el alma está tranquila, el rostro está en perfecto reposo, y cuando está agitada, y mientras más extrema es la pasión, más se abre la boca y más se con- torsionan los músculos de la cara. Por eso rara vez se ven dientes en los retratos hasta fines del siglo xviii, cuando la artista francesa Élisabeth-Louise Vigée-Le Brun, familiar del mismísimo Le Brun y una de las retratistas más famosas de su época, rompió las normas del arte occidental y se pintó sonriendo con la boca entreabierta junto a Julie, su hija. “Un elemento que desaprueban los artistas, la gente de buen gusto y los coleccionistas, y del que no hay prece- dentes desde la Antigüedad, es que al reír se muestren los dientes”, escribió un crítico que vio el cuadro Mada- me Vigée-Le Brun y su hija, Jeanne-Lucie-Louise en el Salón del Louvre, en 1787. La pintura desató un “pequeño es- cándalo” que llegó incluso a Versalles, según cuenta la historiadora Sabine Melchior-Bonnet (Paris, 1940) en La risa de las mujeres. Una historia de poder (Alianza editorial, 2023), un ensayo alegre y revelador en el que plantea que reír ha sido una suerte de revancha de las mujeres, a las que se les negó por siglos el acceso a la educación, la palabra y la escritura, y que, por lo mismo, vieron en el humor una forma de subversión contra el orden patriar- cal, al menos en Occidente. —Estoy mirando ahora mismo en mi computador el maravilloso cuadro de Madame Vigée-Le Brun con su hija en el regazo: la boca ligeramente entreabierta, una fina lí- nea blanca que sugiere sus dientes. ¡Nada ofensivo! —dice desde París Melchior-Bonnet, quien trabajó en el pres- tigioso Collège de France y lleva décadas investigando la historia de las sensibilidades, una corriente que inauguró el historiador francés Lucien Febvre en la década de 1940 —al alero de la Escuela de los Anales—, y que se enfoca en los cruces entre historia y psicología. Sus trabajos se han orientado hacia las emociones y la vida afectiva a través de asuntos como la relación de los “grandes hombres” —Luis xiv, Napoleón, Stalin— con sus madres o los cambios cul- turales en torno a la ruptura amorosa. Otros de sus libros son Historia del espejo (traducido en 2014 por Alianza) e Historia de la soledad (2023), aún sin versión española. Louise-Élisabeth Vigée-Le Brun. Madame Vigée-Le Brun y su hija, Jeanne-Lucie-Louise, conocida como Julie , 1786. Crédito: Museo del Louvre / Web Gallery of Art. 19

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