Palabra Pública N°31 mayo - junio 2024 - Universidad de Chile

¿ D e qué manera la desprolijidad del sentir podría conjugarse con el acto educati- vo, tan necesitado de secuencias y de tiempos pausados? La historia, la socio- logía y la antropología nos sacan rápido de este atolladero al afirmar, con contundencia, que no es posible concebir a las emociones independientemente de la cultura, de los sentidos compartidos, del lenguaje disponible, de la sociedad y de la época en la que vivimos. Es cierto que la experiencia de sentir es singular e involucra modifi- caciones corporales —por ejemplo, palpitaciones, sudor, enrojecimiento de las mejillas— y sensaciones inespecífi- cas como la inquietud, la zozobra o la plenitud. Pero estas sensaciones nunca están solas o sueltas sino siempre mezcladas con significados, valoraciones, expectativas y normas que hemos ido incorporando a lo largo de nuestra historia personal y colectiva. En contra de la perspectiva que sostiene que el sentir se origina en la interioridad de cada individuo, el enfoque socioantropológico plantea que nuestras vivencias emocionales se generan a partir de nuestro contacto e intercambio con el mundo. Desde esta óptica, la cultura estará siempre antecediéndonos, no solo otorgándonos marcos interpretativos, sino colaborando en la producción misma del sentir. Colocar a la cultura en el centro de esta experiencia nos conduce, de manera directa, a asumir tanto su histo- ricidad y su variabilidad como su educabilidad. Todas las sociedades cuentan con amplios repertorios emociona- les y reglas del sentimiento que se van transmitiendo de manera informal e implícita en los intercambios cotidia- nos, pero también de modo intencional en instituciones como las escuelas. Las maneras de sentir circulan a partir de imperativos expresos —tales como “no debes llorar”, “esto tiene que ponerte feliz”, “no sientas timidez”—, pero también de comportamientos y acciones. Se enseña y se aprende a sentir a partir de enunciados, imágenes, prácti- cas, rutinas e interacciones que involucran tanto al cuerpo como al discurso. Desde ya, es importante no perder de vista el carácter dinámico y no uniforme de los reperto- rios emocionales y de las reglas del sentimiento, así como su distribución estratificada y desigual en función de la clase social, la edad y el género, entre otras variables. En otras palabras, en unamisma sociedad, no todas las perso- nas accederán a idénticas maneras de sentir. Sé que el argumentoque estoypresentando, que podría- mos llamar culturalista y educacionista, corre el riesgo de leerse en una clave demasiado lineal, estática y determi- nista. ¿Cómo se explica, desde esta perspectiva, el sentir confuso y desordenado? ¿Acaso solo sentimos aquello que otras personas nos han dicho que deberíamos sentir? ¿Cómo es posible “sentir diferente”? Podemos ensayar algunas breves respuestas a estas objeciones sin salir de los contornos de este enfoque. Por un lado, al enfatizar que la cultura no es un paquete homogéneo, prolijo y ple- no de certezas, sino un terreno de litigio, atravesado por fricciones, contradicciones y puntos de vista divergentes. El desorden, la incomprensión y el desacuerdo no se ubi- can por afuera de aquello que entendemos por cultura. Por otro lado, si bien la educación tiene un papel central en la reproducción y el mantenimiento de las maneras de sentir de una sociedad, no tenemos por qué entenderla como sinónimo de encauzamiento y encorsetamiento de la vida emocional. La educación contempla tanto las tentativas de transmitir la cultura como lo que los sujetos Esa especie de rebeldía que sole- mos otorgarle al ámbito del sentir hace pertinente la pregunta por la posibilidad de su educación. ¿Cómo algo que usualmente caracterizamos como imprevis- to y que a duras penas logramos explicar con palabras podría ser enseñado y aprendido? ana abramowski Doctora en Educación por la Universidad de Buenos Ai- res. Investigadora del Área Educación de flacso (sede Argentina), donde coordina el Núcleo de Estudios Socia- les sobre la Intimidad, los Afectos y las Emociones. ¿es posible enseñar a sentir? columna 10

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