Palabra Pública N°31 mayo - junio 2024 - Universidad de Chile

autoevidencia”. La misma sociedad e incluso la naturaleza serían “cons- trucciones” destinadas a someter al individuo y sus capacidades sub- jetivas. Paradójicamente, la idea de un “construccionismo” generalizado como desenlace de la autorreflexivi- dad moderna no viene a consolidar el protagonismo transformador del ser humano, sino que se vuelve jus- tamente contra cualquier forma de colectividad. De aquí la contundente frase de Margaret Thatcher: “la socie- dad no existe”. El debilitamiento de las instituciones es efecto de un tipo de conciencia desnaturalizante que comprende a cualquier institución, actual o posible, como encubrimien- to de los apetitos de otros. Para el cinismo, el interés es la única verdad de toda institución. El neoliberalismo constituye un orden de existencia cuyo “fundamento” —a diferencia del liberalismo clásico— no es la naturaleza en el individuo, sino redes de producción y circulación financieras que, por lo tanto, dan lugar a un orden de cosas que no pue- de ser perspectivado desde el individuo. Franco Berardi señala: “el cuerpo social se desconecta del cerebro so- cial, y la sensibilidad se desconecta del intelecto; la conciencia social se ve amenazada y se fragmenta de tal manera que la rabia contra la explo- tación se convierte en frustración y autodesprecio”. El régimen de exis- tencia neoliberal pone a trabajar los “intereses individuales”, pero su verdad está más allá de cualquier propósito; corresponde a una escala no humana de “realidad”. No opera a partir de un fundamento ideológi- co, sino de un soporte material. Allí donde el capitalismo ha disuelto to- dos los vínculos comunitarios, las redes sociales no solo se constituyen en anónima plataforma de conecti- vidad entre los individuos, sino que hacen de las “emociones” un bien de consumo tanto o más importante que la mera información. Emocio- narse “a distancia” fue la posibilidad para un nuevo mercado, ya no de co- sas o situaciones emocionantes, sino de las emociones mismas. El econo- mista Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas de Grecia durante la crisis de 2015, ha reflexionado acer- ca de las infinitas posibilidades que el soporte digital abre para un mer- cado de la emoción pura , cuando esta ya no es un “medio” para vender un producto, sino que la emoción mis- ma es el producto. Consideremos, sin ir más lejos, las “proezas” de los tiktokers con sus selfies literalmente al borde del abismo . El escritor y activista británico China Miéville escribe: “Vivimos en un sistema que hace progresar y alienta el sadismo, la desesperación y el desempoderamiento. Junto a esto (…) una especie de ‘felicidad’ autoritaria y un ‘goce’ de la vida obli- gatorios”. La necesidad del “goce” es algo que el individuo se impone a sí mismo , como suplemento que hace posible respirar al interior de un “sis- tema” que violenta a las personas; no constituye del todo un resguardo contra la desesperación de la que ha- bla Miéville, pero sí una especie de anestesia. Desde esta perspectiva, el goce es el opio del pueblo . En efecto, una forma de vida sin alternativa se sostiene sobre la confianza en que son las mismas personas quienes se harán cargo individualmente de aplacar su desesperación, recu- rriendo al consumo. El goce es esa felicidad que se inscribe por entero en el instante y que por un momen- to “suspende” aquel pensamiento abrumador de que “no hay salida”. Existe incluso una aritmética de la felicidad, según la cual se determi- na cuánto es la cantidad de dinero (calculada en dólares y en euros) que una persona necesita invertir anual- mente en felicidad. Sin embargo, algo que parece imposible controlar es lo que sucede cuando la impoten- cia y la desesperación comienzan a transformarse en rabia y, casi inme- diatamente, en odio. Sorprende y abruma el hecho de que la violencia parece haber in- gresado de forma irreversible en nuestra cotidianeidad, como si antes solo hubiese estado parcialmente “contenida”, reprimida. Es decir, todo ocurre como si en la imposibilidad de aportar un fundamento trascendente para el orden de la existencia huma- na, la violencia fuese simple y directa expresión de la estatura natural del ser humano. La novela El final del meta- verso (2022), del autor chileno Julio Rojas, narra la construcción informática de un universo digital al cual migrará la hu- manidad, abandonando el universo material. Para esto debe existir un universo digi- tal intermedio, no solo como territorio de pruebas, sino también debido a la necesidad de que exista un lugar para la violencia : “No podemos evitar que los jugadores asesinen, así como no podemos evitar que atra- pen gorilas y les corten lasmanos, que quemen bosques, estafen a sus pa- dres, trafiquen órganos o se agrupen, saquen antorchas y griten discur- sos de odio levantando carteles con suásticas”. No es posible erradicar el dolor en la existencia sin destinar- lo a otro mundo. Lo que queda de la “naturaleza” en el individuo parece consistir solo en lo que se supone un irreductible impulso hacia la violen- cia. ¿Cabría llamar a esto “odio”? Tal vez, como señala Miéville, “el odio de los oprimidos es inevitable”, pues una de sus formas es la de un autodesprecio mortífero que se expresa en actitudes suicidas, autodestruc- tivas. La base subjetiva del odio es una herida bajo el nivel de raciona- lización del individuo, debido a que este es justamente producto de esa “En el comienzo fue el grito, es decir, la ira. Quien grita dice que esto no es unmundo, pues la ira se dirige contra el orden de las cosas. Pero el grito va siendo asunto del pasado, y se ha deja- do convertir en odio en las redes del universo digital”. 8

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