Palabra Pública N°30 2023 - Universidad de Chile
“hacer accesibles al mayor número posible las obras capitales de la huma- nidad y, en primer lugar, de Francia”. Esta frase, reconocida por sinterizar el proyectopolíticode lademocratización cultural, significó un cambio radical en la relación entre el Estado, el campo artístico-cul- tural y la sociedad. Luego de la Segunda Guerra Mundial y la emergencia de la Declara- ción Universal de los Derechos Humanos en 1948 —sumada a la expansión tecnológica de la “industria cultural” a escala mundial—, el naciente esque- ma de los derechos culturales, entendidos inicialmente como el “ac- ceso universal a las artes”, comenzó a ganar fuerza tanto en los gobiernos democráticos occidentales como en las agencias internacionales, siendo Unes- co uno de los organismos protagónicos en apoyar el plan. Desde entonces, las políticas cul- turales —otro concepto novedoso para ese entonces y que combina conceptos de orígenes etimológicos distintos— comenzaron a situarse comounaarquitecturapropiade laad- ministración pública, cuyo principal objetivo fue crear planes y programas que habilitaran los espacios artísticos (museos, salas de concierto, bibliote- cas, teatros, galerías) para recibir a las “grandes masas” deseosas de conocer esos acervos, antes propiedad de los sectores privilegiados. Democratizar el acceso a la cultu- ra y las artes implicaba, ciertamente, fomentarunanociónjerárquicadecul- tura, es decir, “acercar” a la población a aquello que era considerado, por una élite social, como lo legítimo y válido: las bellas artes. Esto significaba refor- zar los cánones dominantes o establecer un criterio de lectu- ra de obras sincronizado con las ideas del poder político, lo que fue y ha sido criticado por una serie de estudios y reflexiones teóricas, como las realizadas por los sociólogos franceses Pierre Bourdieu y Michel de Certeau, y sus se- guidores actuales. Si bien las críticas surtieron efecto y las políticas culturales comenzaron a buscar nuevas estrategias de acción, lo cierto es que la cultura de masas ya había tomado posesión de ese espa- cio olvidado por el Estado: el mundo privado de las y los ciudadanos. La industria cinematográfica, editorial, musical, televisiva y, en general, del espectáculo, ganaron un lugar central “Democratizar el acceso a la cultura y las artes [a mediados del siglo xx] implicaba fomentar una noción jerár- quica de cultura, es decir, “acercar” a la población a aquello que era consi- derado, por una élite social, como lo legítimo y válido”. Fabián Rivas 7
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