Palabra Pública N°30 2023 - Universidad de Chile
estado puro, sin contaminar. Se intenta hablar más bien de lugares extremos y radicales, rehaciendo los mapas. Usar la irreverencia y juzgar con criterios propios estos imaginarios nuestros expuestos permanentemente al extractivismo, tan- to o más que los recursos de la naturaleza. Por medio de las palabras, escarbar en las violencias que se producen en estos pueblos que construyen—también—sus propios cercos. Coral | Me gusta hablar en plural. Es un nosotros hereda- do, pleno de sentido en este tiempo de individualismo y competencia. Los abandónicos somos también ese otro que mira con extrañeza su propio mundo, con los sen- tidos alerta para no quedarse en lo pequeño; ese “riesgo de la triple A”, como le llama nuestro compañero Mar- celo Mellado: azumagados, apercancados, apelmazados. “Quizás eso es lo que necesitábamos: cacharle el mote a la naturaleza marina y sus lluvias, estar atentos a los vientos desesperados que de pronto llegan. Cacharle el mote a las naturalezas humanas. Creer que uno es, como decía Rim- baud, un aprendiz de vidente . Esa es la mayor dificultad y también la posibilidad de seguir aprendiendo. Y Mario Verdugo, otro abandónico fundacional: “a mí lo que me resultaba urgente era justipreciar todas las es- calas locales de experiencia, en la literatura y en cualquier ámbito. Ver desde —o a través de— una provincia o un espacio campesino no significa ver mal o ver menos. La experiencia nacional, Chile, no suele ser más que una de esas experiencias locales, la de Santiago, elevada a único horizonte y único foco”. Pareciera que el flujo de hoy nos llevara a volver a la aldea. Aunque no sea la denominación justa, seguimos buscan- do en torno a palabras que hablen de estos espacios donde habitamos, bordeando aquellas otras manoseadas, como territorio, terruño o región , que tanto nos recuerdan la dispo- sición militar de dividir el país en fracciones. Comarca , tal vez, o la cuestionada provincia . Por el momento, aldea es una palabra bella que siempre puede ser removida por una me- jor expresión del mundo que queremos; la aldea , el poblado , el caserío , donde las redes de afectos y apasionados rencores van tejiendo comunidad. Desde ahí se abre como flor cárnea de olor espeso, se va ampliando en el conocimiento de quie- nes somos y quienes queremos ser. Entonces, si por la desaparición de los bosques salen aturdidos los pudúes y mueren cruzando la carretera; si en las islas pequeñas solo quedan ancianos y las sobrevuelan avionetas con potenciales compradores; si la escasez de agua es un tema cotidiano en las comunidades rurales; si la basura se acumula y crecen los microvertederos; si se edifican mansiones en un espacio acotado que no resiste la presión habitacional; entonces, la materia viva está ahí para los escritos de los abandónicos. Una parcela es —de nuevo— la exotización o apropiación cómoda de un espacio. Y para un escritor comprometido con su tiempo y su comunidad, los cercos estorban. Situa- dos más en las preguntas que en las respuestas, el desafío nuestro es abrir la discusión. Abrir las pampas mentales sin instalarse en el bienestar: desde la escrituramisma no existe ese espacio sin conflictos. Tal vez, para el escritor abandónico o el lector de estos pa- rajes, la consigna seavolver amovernosmirando las estrellas, con esa humildad, capacidad de asombro y desfachatez para rastrear rutasmentales, para croquear otra cartografía. Martin Bernetti/AFP 5
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