Palabra Pública N°30 2023 - Universidad de Chile

existieran. Este reduccionismo y confusión se pueden cons- tatar en los discursos, en las leyes, textos y programaciones de los diversos “centros culturales” del país, cuyas carteleras solo incluyen a las artes. Basta con consultar el sitio web de cualquiera de ellos para constatar que en rigor están operan- do como “centros artísticos”. Nuestra distorsión del término cultura es tal, que en Chi- le se llega a hablar del sector cultural, como si fuera solo una fracción de otra cosa, o, peor aún, se habla de consu- mo cultural, como si fuera un producto más —desechable, transable en el mercado—, olvidando que la cultura tiene símbolos, memoria y patrimonio incorporados y, por lo tanto, jamás se consume. Ni qué decir de los medios de (in) comunicación cuando anuncian “la cartelera cultural y es- pectáculos” de los fines de semana, como si la cultura se restringiera solo a eventos y entretenimientos, dando a en- tender que el resto de la semana no existiera; es decir, como si en Chile durante gran parte del tiempo sobreviviéramos sin cultura. Lo propio ocurre con conceptos como “acceso a la cultura” o “cultura inclusiva”, como si hubiera personas que viviesen fuera de ella. Distinto es hablar de “acceso a las artes” o de “artes inclusivas”, pues efectivamente la mayor parte de la sociedad chilena no tiene acceso a ellas, aunque la causa es clara: todavía —de preferencia— se trata de expresiones académico-eurocéntricas que se desarrollan dentro de ciertas élites y circuitos especializados. El arte no es sinónimo de cultura, sino parte de ella, como también lo es la ciencia. El arte es tan influyente como la ciencia, pudiendo llegar a operar incluso como contracul- tura, provocando, estimulando y generando cambios en la cultura propia y, muchas veces, en otras. Si la ciencia busca preguntas para encontrar respuestas, para el arte solo bastan las preguntas, convirtiéndose así en un gran agente transformador, en un agitador de sensibilidades; en un despertador y activador de conciencias. El arte ayuda a abrir mentes, a expandir imaginaciones, a generar movi- miento (auto)crítico, cognitivo y creativo. Va más allá de la naturaleza y de la propia ciencia, constituyéndose en la punta de lanza del conocimiento, fundamental para el de- sarrollo humano de cualquier país. Así entonces, cabe preguntarse si existe o no la “cien- cia chilena” (en pro de nuestro propio ethos ). La respuesta es sí, en ciertos campos específicos, dependiendo de las coordenadas y configuración geográfica. Por ejemplo, en la botánica y la zoología; en la arqueología, antropología y ciencias sociales; o en la vulcanología, sismología, mi- neralogía, hidrología y oceanografía, junto a las energías renovables y la astronomía, entre tantos campos más. En todos ellos, sin duda, la ciencia puede aportar a la cultura e identidad chilenas. Para ello disponemos de verdaderos laboratorios naturales que permiten investigar in extenso y, consecuentemente, generar conocimiento útil e inteli- gente—sostenible y saludable—, tanto en favor de nuestro propio país como de la humanidad en su conjunto. El físico Albert Einstein (1879-1955) tocando el violín en 1931. Crédito: afp 33

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