Palabra Pública N°30 2023 - Universidad de Chile

—Fue Donoso el que me soltó la pluma —confiesa se- manas después de recibir el título Doctora Honoris Causa por la Universidad Diego Portales. En la ceremonia, el rector Carlos Peña reconoció su aporte a la escritura en- sayística en Chile, un género poco cultivado en el país y el que, en la época en que empezó Valdés, parecía reser- vado para los hombres. Ante la pregunta sobre lo que la llevó hacia este tipo de escritura, reflexiona: —Fue el azar, probablemente. Siempre miré hacia arriba a la gente más creativa que yo. La admiré mucho. Creo que en eso la educación me disminuyó un poco, no me atreví. El ensayo, en cambio, es algo que uno escribe porque te lo piden. Por ejemplo, yo no pensaba nunca escribir sobre artes visuales, porque no lo había estudia- do. Roser Bru tenía una exposición en la Galería Cromo, el año 76, y me dijo “quiero que escribas también en mi catálogo”. Le había pedido a Nelly Richard, a Enrique Lihn y a mí. Le dije “no, yo no escribo de eso, estudié otra cosa”. Y me respondió: “pero la exposición es sobre Kafka, y sobre él algo sabrás”. Me arrinconó. Entonces escribí una cosa fragmentaria y le dije: “si no te gusta, olvídate, es una pretensión no más”. Bueno, le gustó a todo el mundo y lo pu- blicaron. Después llegó a mi casa [el artista] Carlos Leppe, que para mí era una figura de terror en esa época: in- menso, gordo, atrabiliario, rabioso, talentoso, creativo; una especie de tromba marina. Y me dijo: “Quiero que escribas para mi exposición”. Usted siempre desarrolló un lenguaje más bien transparente. ¿Fue deliberado? —Absolutamente. La mitad de los lenguajes crípti- cos vienen de malas traducciones. Yo soy traductora, y muchas veces la gente se justifica diciendo “este es un término técnico”, pero no, en inglés no es técnico, es de la vida cotidiana. Es muy ignorante tratar de elevar todo a términos técnicos. Recuerdo haber escrito en difícil a veces, sobre todo en los años de dictadura, porque pensá- bamos que si no nos entendían, no iba a haber censura. Entonces había que quedarse en un borde que no fuera estridente. Nos pusimos muy inteligentes y, de repente, era demasiado fino el hilado. Pero siempre traté de volver a un idioma más accesible. El ensayo era muy denigrado en esa época. Que te llamaran “ensayista” no era un elo- gio, se usaba para alguien que dice lo que le parece. Creo que uno tiene que escribir cosas que sean gratas de leer. No creo en una lectura purgante. Hace un tiempo, la escritora estadounidense Cynthia Ozick escribió que en su país faltaba una “in- fraestructura de crítica seria”, capaz de dar cuenta de cómo las novelas se conectan y qué presagian como conjunto. En Chile se dio un debate similar este año. ¿Cree que es necesario contar con una “infraestruc- tura de crítica seria” hoy? —Cuando escribí crítica de artes visuales o de literatu- ra, tenía que ver más con prólogos e introducciones. Era como apuntalar una obra que me parecía admirable. No me gusta hacer enemigos; además, encuentro feroz que un crítico pueda cortarle la carrera a alguien. Pero antes de pensar en la crítica, yo pensaría en la conversación, que tiene la característica de ser mucho menos gutenbergiana , en el sentido de que no tienes que llegar a una conclusión hecha en piedra, sino que vas barajando posibilidades de lectura. Deberíamos conversar más y adoptar menos un juicio sobre las cosas. ¿Cree que la conversación ha decaído? —Absolutamente. Primero, ha decaído en el nivel de las palabras, de la escasez de vocabulario. Hay una in- capacidad de hablar sin notas, sin PowerPoint, de escuchar verdaderamente para poder impactarse por lo que el otro te diga o para poder decir algo que antes no habías pensado. En las conversaciones es don- de surgen las mejores ideas. Además, la conversación tiene una cosa entrañable. Estás en el mismo lugar físico, te estás mirando con el otro. Te equivocas, te saltas cosas, te olvidas, y da lo mismo, por- que las ideas se recuperan en conjunto. Eso me parece un arte, y un arte perdido. Usted también ha escrito sobre la capacidad de mi- rar de forma reflexiva, algo que se ha perdido hoy en medio de tantas distracciones y de sobreabundancia de imágenes. —Hice un libro con Alfredo Jaar, a propósito de una ex- posición suya en Suiza: La política de las imágenes (2008), en el que hay textos de [los teóricos de arte] Georges Didi-Huberman, Jacques Rancière y Griselda Pollock re- lacionados con las imágenes del sufrimiento en la obra de Jaar. Hay imágenes que antes habrían resultado into- lerables. Por ejemplo, ahora ves morir de hambre a los niños en los noticiarios de la televisión mientras estás comiendo. Se banalizó el sufrimiento por una sobreexpo- sición y la gente se volvió insensible a la imagen como tal. Muchas de las obras de Alfredo están hechas para recuperar la sensibilidad que se ha perdido por la sobrea- bundancia, que tiene una parte política también, porque uno no ve todas las imágenes, sino las que alguien quiere que veas, ya sea el editor de un periódico o el director de propaganda de los israelíes, de los palestinos o de Hamás, si hablamos de la guerra actual en Gaza. La conciencia de la gente sobre el mundo se está formando a través de la carencia de algunas imágenes y del exceso de otras. “[Se ha perdido] el enfoque de las humanidades hacia la vida de las personas. La filosofía y las artes eran una manera de cultivar lo que, según [Enrique] Lihn, ‘toda- vía llamamos el alma’”. 25

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