Palabra Pública N°30 2023 - Universidad de Chile

“Un estudiante aficionado al hip-hop me preguntó qué música me gustaba. Le contesté que la música clásica. Tras un largo silencio, dijo: “Ah, ¿te refie- res a los Beatles?”. (…) El intercambio me hizo notar que existía una brecha cultural, pero también que eso no sig- nificaba que no pudiéramos hablar”. Hace poco, sin embargo, esta última hipótesis también fue puesta en tela de juicio. He vivido todami vida en un mundo de diálogo en el que las ideas se enfrentan a otras ideas. Cuando doy una conferencia, siempre espero con impaciencia las preguntas. Lo que ten- go que exponerme aburre, pero lo que recibo enuna pregunta inesperadame hace pensar y aprender. Puedo enojar- me durante las discusiones, insultar a otras personas (internamente) y (también internamente) desearles la muerte, pero siempre recuerdo que el diálogo consiste en persuadir y no en ganar. También es posible que des- precie a mi interlocutor, pero por lo general lo acepto en su justa medida. Sea cual sea la forma en que lanzo la pelota, espero que me la devuelvan y aprender algo del juego. Últimamente, la pelota a menudo se queda al otro lado de la red. Lo que digo se toma, al parecer, como una afirma- ción y ya no como un desafío. Noto que mis interlocutores temen que una respuesta a mis provocaciones pueda su- poner una falta de respeto a mi vejez o, peor aún, que crean que es- toy utilizandomi edad como un abuso de poder. De formamisteriosa, mis pa- labras se malinterpretan a veces como órdenes o como si pretendieran ser tajantes, en lugar de sonar así solo por un efecto argumentativo. Hace poco le expresémis dudas a una bailarina que quería utilizar la danza como método educativo en la enseñanza primaria. Le dije que utilizar un oficio como punto de partida suponía el peligro de distorsionar y reducir el proceso de aprendizaje. Me acusó de ser autorita- rio, de entrometerme en su proyecto, y lo abandonó. Como docente que no cree en los intercambios autoritarios, esto me hizo creer que mis días de co- municación eficaz llegaron a su fin. Soy yo quien debería haber abandona- do el proyecto. Este es el episodio que compartí con Miguel y que me llevó a escribir este texto. La credibilidad es importante para validar un diálogo, aunque no es un fin, pues corre el riesgo de alimentar egos y mitos en lugar de facilitar una verdadera comunicación dialógica. La edad acentúa este problema porque instala una ambivalencia entre respe- to/desacato que es difícil de evitar. Por un lado, la edad avanzada de un inter- locutor puede levantar sospechas de anacronismo, a menudo justificadas. Por otro, puede infundir un respeto basado en la cantidad de vida vivida más que en sus atributos. De ahí que la credibilidad asociada a la edad pa- rezca crear una fuerza no deseada de poder geriátrico que interfiere en el in- tercambio de ideas. Incluso el silencio se lee como una táctica intimidatoria y un abuso de poder, aunque lo cierto es que si no digo algo, solo significa que no tengo nada que decir o que soy un ignorante en la materia. La brecha Beatles/Bach es fácil de detectar. Aunque no es cuantifica- ble, ese abismo es suficientemente visible como para que sea imposible pasarlo por alto. Como no es remedia- ble, una forma de afrontarlo es hacer obligatoria la jubilación a una edad determinada, por más que la edad sea un indicador poco preciso. Sin embargo, resulta aún más difícil de- tectar y regular el impacto del poder geriátrico en la aceptación o rechazo frente a lo que se dice. Una persona jo- ven puede ceder un asiento en un bus instintivamente como muestra de cortesía y respeto, pero el gesto pue- de ser visto como un acto paternalista o como un insulto. ¿De verdad me veo tan frágil? Por otro lado, un con- sejo sincero basado en la experiencia acumulada tras una vida larga puede tomarse como una intromisión en la vida privada o como una arrogan- cia. Estos matices se mezclan con las opiniones personales y solo pueden resolverse a través de la empatía, que también es difícil de medir. ¿Cómo separar la sabiduría de la pedantería, o la percepción de la autopercepción, de forma objetiva? A falta de res- puestas claras o de metodologías que ayuden a desarrollar una verdadera autopercepción a ambos lados de la brecha, el asunto debería al menos ponerse sobre la mesa para ayudar a desarrollar cierta conciencia. Ni los viejos pueden reducirse a la categoría bien definida de imbé- ciles obsoletos y autoritarios, ni los jóvenes irrespetuosos y fanáticos pueden tacharse de imbéci- les inmaduros y autoritarios. La obsolescencia, el autori- tarismo y la inmadurez son realidades que pueden com- batirse y, a veces, incluso corregirse. Aquí, la palabra “imbécil” solo es una atribu- ción cualitativa que pretende medir la frustración cuando no se ve ninguna posibilidad de solución. En ese sentido, su uso es muy similar al in- tento de fijar una edad concreta para la jubilación, como si la vigencia de una persona expirase a la medianoche del día en que cumple sesenta y cinco años. Sería mejor que tanto la imbe- cilidad como la jubilación se basaran sobre todo en la autopercepción y am- bas se resolvieranmediante el diálogo. Deberíamos ser educados para poder ser conscientes de nuestro propio grado de imbecilidad, de nuestra ca- pacidad para comunicarnos sin hacer ruido y, en consecuencia, ser capaces de calcular el momento adecuado para dejar una actividad. En definitiva, la cuestión no es la edad, sino el poder: cómo se abusa del él, cómo se percibe y cómo creemos que se abusa de él. Traducción de Evelyn Erlij Este ensayo fue publicado original- mente en el número 139 de la revista e-flux , de octubre de 2023. 21

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