Palabra Pública N°30 2023 - Universidad de Chile
ensayo Los jóvenes siempre culpan a los viejos por los males del presente: así funciona el mundo hasta que un día, con canas y arrugas, uno nota que la brecha cultural que lo separa de las nuevas generaciones se ha convertido en un abismo. A los 86 años, el destacado artista, docente y ensayista uruguayo radicado en Nueva York Luis Camnitzer dice tener algo que aportar a los estudios intergeneracionales: tomar conciencia de cómo entendemos la edad y el poder es necesario a la hora de comunicarse con los más jóvenes. luis camnitzer Artista, crítico, docente, teórico y curador uruguayo radicado en Estados Unidos desde 1964, figura clave del conceptualismo latinoamericano. Profesor emérito de la State University of New York. Sus estudios se centran en la relación entre arte y educación. escogerlo y a elegir su filiación. Pero como nos educaron en la creencia colectiva de que los padres son due- ños de sus hijos, no pensamos nunca que el nombre que le dimos pudiera afectar su vida, y él, de hecho, jamás desafió nuestra medida autoritaria. Por suerte, nos salvamos de la habi- tual incomprensión que existe entre distintas generaciones. Nuestra familia, en gran parte, ha funcionado en un plano dialógico no autoritario. Las cosas hay que discu- tirlas; así nos criaron a mi esposa y a mí. En mi caso, la inexistencia de un autoritarismo excesivo en casa (la úni- ca prohibición era andar en moto) me provocó una hipersensibilidad hacia las demostraciones de poder. En mi época de estudiante, fui parte de una generación de sabelotodos. Creíamos que los viejos que estaban en el po- der sufrían el síndrome del imbécil: eran personajes repugnantes, egoís- tas y explotadores. Nuestra misión era derrocar a los viejos, adueñarnos del mundo, imponer nuestras ideas y conocimientos infalibles, y así todos serían felices. Sin embargo, hoy lama- yoría de los gobernantes son ineptos, en el mejor de los casos, y genocidas, en el peor. Aunque son mucho más jóvenes que mi generación, siguen abusando del poder como lo hicieron nuestros antepasados. Por eso, verlos nos enfrenta sin cesar a nuestro fraca- so a la hora de educarlos. D espués de escucharlos, uno de mis niños pensó que mis lamentos podrían ser una contribución útil al campo de los estudios intergene- racionales. Miguel tiene 44 años, y el hecho de que aún lo llame “niño” es uno de los síntomas de aquello sobre lo que quiere que escriba. En nuestra familia, de hecho, siempre hemos tra- tado a nuestros hijos como personas. Por supuesto que al comienzo les ha- blábamos como personas pequeñas, porque lo eran; pero siempre hemos tenido presente que el diálogo es un intercambio, y que la afirmación es un abuso de poder. Curiosamente, hace poco nos dimos cuenta de que poner un nombre es una forma de subrayar la potestad de los padres. Llamamos a nuestro hijo Miguel, en español, en honor a mi infancia suda- mericana. Fue un detalle anecdótico, destinado a marcar su futuro en fun- ción de mi propia educación. Sin embargo, hace un par de años, y sin resentimientos, comentó el peso que nuestra elección ha significado para él. En una sociedad racista, a este descendiente de antepasados celtas, judíos europeos y eslavos, rubio y de ojos azules, se le hizo cargar un nom- bre español que no encajaba con los estereotipos visuales. Esto lo obligó a dar largas explicaciones sobre las razones de su nombre. Lo cierto es que debería haber tenido derecho a poder geriátrico 18
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