Palabra Pública N°30 2023 - Universidad de Chile

legible para todos los lectores. En ese tiempo parece que esa distancia era muy grande, ¿no? —Sí, en la academia se seguía entendiendo que hablar en la prensa era un ejercicio de condescendencia. Nos enseñaban a [Mijaíl] Bajtín, pero todo seguía siendo muy asegurado, muy selecto, muy canónico. Y sin embargo ha- bía gente como Sole Bianchi o Federico Schopf o Grínor Rojo o Bernardo Subercaseaux, que atornillaban a favor. Y nos apoyábamos entre todos. Era importante la sintonía con gente como [los escritores] Álvaro Bisama o Martín Cinzano o [la crítica] Francisca Lange. Y también las pe- leas, reconciliaciones incluidas. Y bueno, volviendo a este libro, Braithwaite: aprendí mucho de él. Aunque me pare- ce que a él le incomoda que yo diga estas cosas, este librito es, sobre todo, un acto de gratitud. Era un mundo de mier- da, pero hubo mucha gente que fue generosa conmigo. Ese espacio donde circulaba el periodismo cultural se ha reducido de manera brutal en estos años. Cuando tú escribías en lun había más lugares, más críticos, más revistas, y esa diferencia crece si pensamos en los 90… ¿Qué piensas de estos cambios que han ocurrido? —Extraño esos espacios, pero no los idealizo. Lo que entonces entendíamos como pobreza ahora parece abun- dancia y esplendor, pero si miras más lejos, había cuatro editoriales y cinco librerías y una sola feria del libro y ningún club de lectura ni nada parecido. Y dos o tres lu- gares donde estudiar literatura. Y una academia todavía inaccesible, muy pagada de sí misma. Y la única editorial universitaria era Editorial Universitaria. Los libros siguen siendo horrorosamente caros, pero entonces lo eran más. Y la única alternativa eran las fotocopias. Hoy día cual- quiera baja los libros y ya está. Es todo más desordenado, pero no estoy en contra de ese desorden. Así como lo planteas, efectivamente ese tiempo no parece tan esplendoroso, pero… —Entiendo que se eche de menos un cierto orden, pero yo no firmo esa petición, para nada, no es mi causa. Quizás sí espero que todo se “desatomice”, porque es verdad que cuesta informarse, hay un chingo de sitios virtuales y rea- les, pero cuesta hacerse una idea de lo que está pasando, en todo orden de cosas. Más bien estoy a la expectativa de los próximos inventos, porque es evidente que estamos a punto de inventar alguna otra cosa. Colectivamente. Por lo demás, la literatura fluye por otros cauces. No sé si hay que seguir buscándola donde parecía estar antes y quizás nunca estu- vo. Para qué. La prensa escrita hace rato que se extinguió y eso trasciende largamente el campo cultural y por supuesto literario. Yo me eduqué con fotocopias y con libros usados de [José Santos] González Vera que compraba en la feria. Y más omenos así fue paramucha gente de mi generación. Pero con el cierre de estos espacios en la prensa da para pensar que era unmejor campo cultural, es decir, un escritor publicaba un libro y la circulación de ese libro era mayor… —No creo que eso sea cierto. Es cosa de hacer memoria, de recordar bien. Este Cuento de Navidad , por ejemplo, está ambientado en un tiempo ya remoto. Y ahora tiene lecto- res que ni siquiera habían nacido en 2002. ¿Quieres decir que también es un ejercicio de me- moria? —Claro, pero no de memoria solamente episódica, por- que el oficio de editor, por ejemplo, se ha vuelto también medio misterioso y anacrónico. Entonces creo que este ar- tefacto que hicimos con Andrés tiene sentido. La crisis de los periódicos es global e irreversible, pero enChile el proce- entrevista 16

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