Palabra Pública N°30 2023 - Universidad de Chile

rada en los 17 años de dictadura—, durante estos años se produjo una dispersión cultural donde el mercado ejerció de actor privilegiado en la so- ciedad chilena y el Estado dictatorial como un protector de sus símbolos y emblemas históricos. No será hasta la caída del régimen cuando el valor de la democratización cultural volvería en gloria y majestad: evidentemente, hablar de democracia en cualquiera de sus formas en la dictadura es un error conceptual. El futuro | Con el retorno de la de- mocracia se forjó la División de Extensión Cultural del Ministerio de Educación y, con ello, se dio inicio a un nuevo proceso de demo- cratización cultural. Durante la última década del siglo xx se llevaron a cabo una serie de cabildos culturales, se fundó Balmaceda 1215 —espacio colindante con otro gran modelo de gestión cultural de la Concertación: el Centro Cultural Estación Mapocho—, se instauró el Consejo Nacional del Libro y la Lectura, se diseñó el Fondo Na- cional de Desarrollo de las Artes y se organizaron las “fiestas de la cultura” en el Parque Forestal de Santiago, entre otras iniciativas que derivaron en el actual Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimo- nio (Mincap). Todos estos planes y programas surgieron bajo el paraguas de la de- mocratización cultural. La tesis no era solo que Chile estaba “en deuda con la cultura”, sino también que “Chile quería más cultura”. Desde entonces, la inversión pública en el área ha sido exponencial y parte estructural de las políticas culturales de las últimas dé- cadas. Sin embargo, a pesar de todo este esfuerzo, la evidencia disponible ha demostrado que el objetivo de la democratización cultural aún tiene serios defectos. En primer lugar, la desigualdad en el acceso a la oferta ar- tística sigue estando determinada por factores sociodemográficos: alto capi- tal cultural e ingreso económico. Las últimas investigaciones demuestran que la estructura social de acceso a las artes no ha experimentado cambios significativos en las últimas dos déca- das. En segundo lugar, el mercado de la industria cultural global sigue aca- parando el interés, gusto y gasto de las y los chilenos. En términos de acceso, la oferta proveniente del entreteni- miento demasas es el “gran hermano” que determina y monopoliza nuestras prácticas culturales. Y, en tercer lugar, lo que vislumbran los estudios recien- tes es un distanciamiento evidente de las y los chilenos de los espacios cultu- rales tradicionales —museos, teatros, bibliotecas, salas de concierto— y un acercamiento cada vez mayor a fes- tivales privados, videojuegos y a una oferta audiovisual y musical vía ser- vicios de streaming . Al parecer, el acceso cultural se realiza cada vezmás en el espacio doméstico o en eventos privados y “seguros” de los males in- deseables de la ciudad abierta. Las políticas de democratización cultural en Chile, sin embargo, no decaen. Desde la institucionalidad se han implementado acertadas ac- ciones para el desarrollo de públicos y se ha fomentado la creación de procesos de mediación artística y cultural. De la misma forma, en los últimos años han surgido planes para dar un giro desde la democra- tización a la democracia y justicia cultural (como la “Agenda de Trabajo Cultural Decente”, presentada por el Mincap en 2022), reforzando los pro- cesos de participación y cultura viva comunitaria, aunque en estos meses el mismo gobierno ha desistido de esos esfuerzos. Al parecer, a pesar del evidente fracaso de seguir pensando en el “acceso” o “llevar la cultura a”, el paradigma de la democratización cultural no deja de imponerse. La inversión pública sigue enfocada en financiar infraestructura y acceso al “arte de calidad”, mientras las nuevas generaciones sienten que sus prefe- rencias y prácticas culturales están mediadas por las tecnologías abier- tas y la resistencia cultural barrial, sumado a las nuevas formas de crea- ción artística en base a tutoriales por YouTube o siguiendo a “promotores culturales” por unas redes sociales cada vez más expandidas. Hoy, la “alta cultura” pierde interés social, aunque parte del mainstream cultural sigue defendiéndola y exigiendo su promoción — económica— por parte del Estado. Las nuevas genera- ciones de la élite ya no siguen las prácticas culturales de sus abuelos y padres y, en cam- bio, elaboran nuevos modos de distinción social que ge- neran inéditas formas de desigualdad. Por ejemplo, to- dos leen en sus pantallas —y muchos celebran que se lee más que nunca: un acto de democra- tización por excelencia—, pero pocos comprenden y elaboran hipótesis complejas sobre lo leído. Esto, como lo han manifestado lúcidas reflexio- nes, tiene y tendrá repercusiones en la esfera pública y la democracia. Expandir el acceso al arte tra- dicional no sirve de nada si no se reconocen las prácticas culturales situadas: aquellas que hacen senti- do en los tránsitos biográficos de los individuos. Más allá de ser testigo u observador de la oferta globalmente desarrollada por el mundo del arte, de lo que se trata es de ser protago- nista de un acto creativo. El futuro de la democratización cultural está en el acto de acceder, pero también en que las y los anónimos de la sociedad pue- dan crear mundos sensibles —obras, escrituras, representaciones— que interrumpan y cambien la trayectoria vital de los históricamente poster- gados. Es ahí donde el Estado puede hacer un cambio radical. “A pesar del evidente fracaso de seguir pensando en el ‘acceso’ o ‘lle- var la cultura a’, el paradigma de la democratización cultural no deja de imponerse. La inversión pública sigue enfocada en financiar infraestructura y acceso al ‘arte de calidad’”. 9

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=