Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile
rendirse a lo inevitable, a asumirse como agentes de la “fuerza de las cosas”. En efecto, se formula la pre- gunta “¿cómo llegamos a eso?”, lo que implica preguntarse: “¿cuándo co- menzó eso?”. Esta manera de abordar el problema, atendiendo a propósitos, intereses, ambiciones y temores de ese tiempo, trae implícita otra cues- tión: ¿a partir de qué momento ya no fue posible detener lo que a posteriori se manifiesta como siendo allí ya in- contenible ? ¿Cuál es el acontecimiento que determina lo irreversible ? El acae- cer de lo incontenible e irreversible señalaría justamente el momento en que el curso de los acontecimien- tos ya no depende de los concretos propósitos y decisiones humanas in- dividuales. “La historia juzgará” viene a ser entonces una frase temible. El golpe es un acontecimiento que excede la posibilidad de pronunciarse discurso ni de traducir lo que fue su muerte por mano propia en un “men- saje” para la izquierda en perspectiva histórica. En su libro sobre Allende, Daniel Mansuy se refiere al “enigma” de la autoinmolación del presiden- te: “Allende es, por antonomasia, el punto más sensible de la izquierda, sumisterio central y el lugar donde se concentran todas sus ambigüedades”. ¿Existe en este acontecimiento un sig- nificado cifrado que pueda ser asunto de una interpretación? Acaso esta sea parte de un “deber de memoria” que se mide con una tarea imposible: “es- tar a la altura” de quien, precisamente a partir de su inmolación, se convier- te en el máximo representante de la izquierda en perspectiva histórica. Mansuy habla del “gesto” de Allen- de, subrayando así lo que habría en ello de mensaje por descifrar. Pero el suicidio de Allende no consiste en un Con relación al golpe de Estado del 73, ¿qué significa hoy el imperativo de “alcanzar acuerdos mínimos” en la ciudadanía? ¿Acuerdos respecto a qué? La respuesta suele ser: respecto a aquello que como país “nos condu- jo al golpe”; es decir, se trataría de un consenso acerca de lo que habría su- cedido antes del golpe. El asunto de semejante acuerdo sería, pues, una vez más, lo inevitable del golpe. Pien- so que no se trata de preguntar si el golpe habría sido inevitable o no, sino de reflexionar qué implica acep- tar esa fatalidad histórica; es decir: qué se puede “aprender” de ello. Si se concede aquello, si se afirma hoy que a partir de determinado momento — hace 50 años atrás— el golpe habría sido un acontecimiento inevitable, ¿lo fue también la dictadura, es decir, lo que le siguió tan inmediatamente que no se puede separar de su inicio? Aquel “consenso ciudadano” implica, pues, la distinción entre golpe y dic- tadura. ¿En qué sentido sería posible concordar acerca de la inevitabilidad histórica del golpe, pero no respecto de lo que sucedió durante la dictadu- ra? ¿Hubo algo así como un durante el golpe? Más allá del juicio histórico, no nos es posible a nosotros, como indi- viduos, aceptar la inevitabilidad del golpe, esto es: lo inevitable de la tortu- ra y lamuerte. Tal posibilidad nos está vedada moral y epistémicamente. No es posible aceptar como inevitable el triunfo de lamuerte y pretender cons- truir sobre ese consenso un “futuro”. Después de leer el Informe Valech, no puedo decir en un conversatorio, en una declaración pública, en un artículo, en una conversación de so- bremesa que el golpe “era inevitable”. No es que no deba hacerlo, es que aquello no es posible. Es necesario dejarse abrumar por una conciencia de lo irreparable que llega hasta mi propio lugar de enunciación. Agradecemos a Alexis Díaz Belmar por autorizarnos a reproducir las imá- genes que acompañan este texto. «¿Qué es lo irreparable en perspectiva “histórica”? Un crimen imprescriptible, que se inscribe en una temporalidad no histórica, un tiempo que no pasa ; tiempo de la memoria». “a su favor”, pues en esto supone una diferencia simple entre destrucción e institución, entre violencia y derecho. En el presente no es posible hablar del golpe sin hablar de la dictadura, es de- cir, sin hablar de la dina, de la cni, de todo lo que fue consignado en el In- forme Rettig y en el Informe Valech. Sin embargo, sucede que lo incon- cebible de esa violencia nos quita la palabra, nos deja sin la posibilidad de hablar; en suma: nos da a entender que la violencia de la dictadura no es un “tema”. Un parlamentario de dere- cha reconocía que, con relación a lo ocurrido durante el “gobierno mili- tar”, su sector político debió haberse pronunciado antes sobre “el tema de los dd. hh.” Pero la violencia crimi- nal no es un “tema”, muchomenos un asunto de declaraciones públicas. El suicidio de Salvador Allende es hoy una dimensión esencial del golpe de Estado de 1973. No se trata solo de interpretar, una vez más, su último “gesto”, sino en una decisión , la que acaso resulta de la interpretación que en ese momento el mismo Allende hacía del proceso que allí se consuma- ba en un golpe de Estado. El suicidio de Allende trasciende la cuestión acerca de si la up terminaba así en un “fracaso” o en una “derrota”. Ningún razonamiento, argumento o demos- tración termina en la acción, pues lo que tiene que mediar necesariamente entre cualquier “conclusión” y la ac- ción sacrificial o testimonial que se ejerce sobre el propio cuerpo es una decisión . En este caso, se trató de la voluntad de hundirse en el aconteci- miento, no en la derrota, sino todo lo contrario: de hacerse pertenecer por entero a lo que había sido ese proce- so. El suicidio de Allende no cierra el proceso, sino que lo deja abierto, lo deja pendiente. Con su suicidio Allende se confronta con el golpe, fue la decisión que lo puso a la altura de lo tremendo del golpe de Estado. 7
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