Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile

palabra crítica diego parra Crítico e historiador del arte con estudios en edición. Docente de Historia del Arte de la Universidad de Chile. Escribe enmedios especializados, en los que trabaja el vínculo entre arte y política. E n Chile, la dictadura cívico- militar hizo de la desapari- ción un método para ejecutar su refundación del país: te- nían que hacer desaparecer ciertas ideas que consideraban nocivas y que estaban encarnadas en determinados cuerpos. La maldad de este acto es singular, puesto que el mecanismo de la desaparición de personas buscaba también eliminar el hecho mismo del crimen: querían aplicar la máxima “sin cuerpo no hay delito”. Pero todo tiene un límite. En 1978 sa- lió a la luz que quince restos humanos yacían en un viejo horno de cal en Lon- quén. Este hito fue crucial: la dictadura no pudo seguir negando la existencia de fusilamientos y desapariciones. El caso se difundió y la justicia debió actuar. Con esto, nunca más se pudo hablar de “presuntos desaparecidos”. En 1980 el propietario del lugar donde estaban los hornos decidió di- namitarlos. A nivel simbólico, fue el modo en que la dictadura y sus cóm- plices civiles eliminaron cualquier rastro de su crimen, repitiendo la máxima de “sin cuerpo no hay delito”. Quizás en medio del pánico, algún militar pensó que quitando el lugar del mapa ya no sería una molestia. Pero lamemoria es más sutil y no está anclada en lo material. En 1989, el artista Gonzalo Díaz realizó en la galería Ojo de Buey la exposición Lonquén, 10 años . La obra consistía enuna instalación con 14 “es- taciones” al modo de un via crucis : en cada una había un cuadro iluminado con una lámpara de bronce, un vaso a medio llenar y al interior del marco se leía “En esta casa / el 12 de enero de 1989 / le fue revelado a Gonzalo Díaz / el secreto de los sueños”. Al centro de la sala había un gavión con 220 bolo- nes de río numerados, encofrado en una estructura de madera con forma de puntal, y finalmente, de las piedras salía un tubo de neón. La obra es enigmática, ninguna de sus partes alude “figurativamente” al hecho sobre el que se quiere inscribir. La ausencia de representación es el asunto central, pues frente al horror no cabe imagen alguna. La desapa- rición opera justamente mediante la restricción de la visibilidad: no es solo muerte lo que allí ocurrió, fue también un intento de damnatio memoriae , es decir, de eliminar incluso el recuerdo de que alguien existió. Díaz demoró 10 años en concluir que no podía producir una imagen que reflejara el horror. Pero produjo otra cosa: un hito memorioso o un antimonumento, porque en esa ins- talación se asentó el recuerdo de 15 personas asesinadas y desaparecidas que ni siquiera pudieron tener una tumba individual. Hay algo religioso en la obra, y no es casual la cita al via crucis , puesto que frente al vacío que dejaron las desapariciones, solo que- dó reelaborar ese duelo y producir un nuevo rito. Recorrer otra vez el dolor y el vacío mediante la invocación de los nombres —lo único que quedó—, fue el modo en que Díaz, habiendo sobrevi- vido a la catástrofe, nombró a las ruinas . Sobre Lonquén, 10 años , de Gonzalo Díaz Un hito memorioso artes 80

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