Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile

por andrés nazarala r. M ientras el cine de la up abrazaba la revolu- ción como pauta indeleble y el registro fiel de la realidad se presentaba como un asun- to ético y estético, Hernán Castellano Girón (Coquimbo, 1937) filmaba —al alero de la Escuela de Cine de la Universidad Técnica del Estado— una película que comienza con un vampiro que recorre la galaxia en un ataúd. A pesar de que mencionaría a Ingmar Bergman y Luis Buñuel como influencias, Nosferatu, una escenita criolla está más cerca de Roger Corman y Ed Wood —dos celebridades del cine de bajo presupuesto— que de esos referentes, aunque contiene un espíritu posmoderno que juega con F.W. Murnau, Jean-Luc Godard, la ciencia ficción y la comedia slapstick , entre otros intertextos. El novel director, un químico farmacéutico que era tam- bién conocido como escritor, confesaría años después que “había ciertos grupos que se oponían porque sentían que las películas debían ser solo con puño en alto”. A pesar de eso, cuando el golpe se impuso con toda violencia, el equi- po decidió enterrar la cinta en el patio de la casa del actor principal, Mauricio Saavedra. Después de todo, para Cas- tellano Girón el género era solo un vehículo lúdico para mofarse de la Iglesia, la burguesía y la coyuntura política. Como el mismo autor destacaría más tarde, “la película tenía alusiones a Patria y Libertad al mostrar unas arañas con las formas del símbolo del grupo armado de derecha, arañas que infectaban al pobre vampiro”. Tras el fatídico 11 de septiembre de 1973, Hernán Cas- tellano Girón se exilió en Italia y luego en Estados Uni- dos, donde trabajó como profesor en la Universidad Es- tatal Politécnica de California. Se dedicó a escribir y a ilustrar obras de Pablo Neruda, César Vallejo, Rosamel del Valle (sobre quien hizo su tesis para una maestría de literatura latinoamericana en La Sapienza de Roma), Vi- cente Huidobro y Federico García Lorca. También llegó a compartir escenarios de poesía con Allen Ginsberg y William Burroughs —quienes, se dice, lo apodaron “El beatnik chileno”— y expuso sus obras en Roma, Detroit, Santa Bárbara y San Luis Obispo. Con espíritu renacen- tista, el autor exploró su singular imaginario siguiendo una inquietud incansable. La única copia de Nosferatu, una escenita criolla permaneció aquí en Chile, bajo tierra, como un cadáver. Se convirtió en una obra muerta que tendría que esperar algunos años para renacer como el gran filme-zombi del cine nacional. La resurrección ocurrió en 1990. No se conocen mu- chos detalles: la lata fue desenterrada del patio de Saave- dra y transportada a California por un ciudadano hondu- reño. Hernán Castellano se reencontró así con su obra y, gracias a la ayuda de la Universidad Estatal Politécnica de California, pudo reconstruir el sonido perdido. Un grupo de latinos doblaron las voces. “Se escuchan acentos puertorriqueños y panameños”, observa Diego Olivares, a quien Castellano le confió el co- pión de 16mm antes de morir en 2016. Él es su albacea y gran difusor, el protector de una rara avis dentro del cine chileno que, al igual que otros proyectos cinematográficos, se vio truncado por la destrucción irreparable del golpe. “A Hernán lo conocí en 2006. Me tocó registrar audio- visualmente el Primer Congreso de Poesía Chilena del Siglo xx, en la Universidad de Chile. Él viajó de Califor- nia. Me presenté, le dije que me gustaba su libro Caldu- cho o las serpientes de calle Ahumada y que quería hacer un documental sobre él. Ahí me contó que había hecho una película de vampiros”, cuenta Olivares, rememoran- do ese primer encuentro. El gran estreno del filme fue en el Festival de Cine Re- cobrado de Valparaíso, en octubre de 2019. La proyección coincidió con el estallido social. Afuera del Instituto Nor- teamericano, donde se proyectó, se desató un enfrenta- miento callejero. La función se vio tensionada por la si- tuación sociopolítica. Es curioso: Nosferatu, una escenita criolla parece inseparable de las convulsiones del país. La abyecta miseria humana | Imágenes nebulosas del cosmos. Música de sintetizadores. Estaríamos frente a una pieza perdida del cine experimental si no fuera porque de pronto, inesperadamente, un ataúd volador atraviesa las imágenes con excentricidad y amateurismo. Lo fantástico se cruza con la abstracción. Se escucha una voz en off . “La galaxia, una de ellas entre cien mil millones de ga- laxias que pueblan el universo. Yo viajo hacia ella, ¿o ella viaja hacia mí? Cada galaxia tiene mil millones de siste- mas solares y cada sistema solar tiene diez planetas como Nosferatu, una escenita criolla , del poeta e ilustrador Hernán Castellano Girón, fue enterrada en un patio en 1973 y exhumada en 1990. Esta rareza absoluta dentro del cine chileno no solo es parte de la excéntrica obra de un aspirante a cineasta que fue bautizado por Allen Ginsberg como “el beatnik chileno”. También es una de las obras cinematográficas más premonitorias del golpe. 65

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