Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile
o algún funcionario te pedía aquel carnet y lo sacabas con miedo y vergüenza de la billetera. Entonces volvía, como un bofetón, la certeza de que el lugar en el que vivías, en el que estudiabas, en el que caminabas todos los días, no era tu lugar. Tal vez no te lo decían, pero quedaba claro. Que vivías allí pero que no pertenecías, que no tenías derechos, quemejor calladitos, que no se te ocurriera alzar la voz, que no podías votar, que no podías opinar. Estabas, pero no. Siempre añorar | Tiempo después, como siguiendo los designios de la mamá, el segundo comenzó a decir que quería volver. Se entrampaba, culposo, en preguntas ab- surdas: ¿por qué no estoy allá? ¿Por qué no me quedé con esos de la familia, primos, tíos, abuelos, que están allá sufriendo? ¿Qué hubiera pasado de habernos quedado? ¿Estaría en las manifestaciones, en las protestas? El papá decía que nunca dejaría que volviera solo, era un niño, era peligroso. Y nosotros lo rodeábamos preguntando qué te pasa por la cabeza, si estamos tan bien, tú estás bien, eres de acá, no puedes irte, no puedes dejarnos. Entonces el segundo comenzó a acompañar a los pa- pás a esas reuniones en las que celebraban las fiestas pa- trias, esas donde comían empanadas, donde escuchaban a Violeta Parra y a los Quila, donde hablaban de política y discutían, cómo discutían. Y donde siempre terminaban lamentándose y añorando todas las cosas de allá, el clima, las calles, la gente, la manera de ser de la gente, la cordille- ra, los sabores, todas las cosas buenas, también las malas, porque incluso las malas eran siempremejor allá que aquí. Finalmente, tal vez volver | Y un día, de pronto, las cosas cambiaron. Podíamos regresar. Podíamos volver todos al país que figura en nuestro pasaporte, el que aparece en nuestra partida de nacimiento. Ya no teníamos que pelear por una visa de transeúnte, una residencia temporal, la anhelada visa indefinida. Y aquí estamos, justo frente a la cordillera. ¿Qué somos ahora? Hablamos raro, una vez más. No conocemos los códigos, los nombres, los apellidos, los co- legios; somos incapaces de recitar las regiones y de desci- frar los puntos cardinales. El papá un día se encontró con un lugar en una pequeña calle de Santiago. Allí estaban algunos de los que habían vuelto, sus amigos, los “retornados”, sentados frente a una copa de vino. Se reunían para comer las comidas de allá, escuchar la música de allá y para lamentarse y echar de menos las cosas de allá, el clima, las calles, la gente, la ma- nera de ser de la gente, las playas, los sabores, los olores y todas las cosas de allá. A veces nos quedamos observando a los tantos que lle- gan de lejos, tal vez de allá o de un poco más allá. Vemos cómo losmiran, desconfiados; cómo los tratan, con despre- cio; cómo son interrogados cuando escuchan sus acentos. Cómo decirles, cómo explicarles, quizás podríamos dete- nernos a hablar con uno de ellos algún día, y contarle que es largo el camino, que no hay caso, paciencia, que la ida es la vuelta también. Fabián Rivas 55
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