Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile
ningún cargo, estaba en el limbo, porque lo que hacía — difundir información sobre muertos y torturados—no lo podían declarar de forma oficial, porque era justamente lo que la dictadura negaba”, dice. Finalmente, fue tras- ladado al campo de concentración Puchuncaví, en la Región de Valparaíso. Para entonces, sus padres y colegas movían sus influen- cias para liberarlo. En el libro Los pétalos de la rosa blanca (2017), de Sue Carrié, el físico Patricio Cordero (fallecido en 2020) cuenta que sus colegas se organizaron de inme- diato y enviaron dos cartas, una a Sebastián Salamó (físico de la U. de Chile y exiliado en Venezuela) para que la di- fundiera por todo el mundo, y otra a la prensa nacional. “La idea era generar presión para que lo soltaran”. La noticia llegó entonces al físico estadounidense Alan Portis (fallecido en 2010), quien había supervisado el doctorado de Chornik en la Universidad de California, Berkeley, y que convocó a las autoridades de la institución para discutir su caso. En paralelo, más de 100 científicos europeos enviaron un telegrama a Pinochet exigiendo su liberación, mientras la co- munidad artística se unió en México para crear conciencia sobre la situación de su espo- sa, recordó Chornik en una columna para la plataforma Open Democracy, en 2019. Su caso fue seguido de cerca por el gobierno estadouni- dense, ya que el vicerrector de la Universidad de California en Los Ángeles (ucla), Elwin Svenson —quien presidía el programa de intercambio académico entre la Universi- dad de California y la Universidad de Chile—, notificó al Departamento de Estado que suspenderían todas las acti- vidades del programa amenos que recibiera “información positiva sobre el paradero de Boris Chornik”. Así lo con- signa un cable de Henry Kissinger, entonces secretario de Estado, fechado el 8 de enero de 1975, en el que aconseja- ba a la Embajada de Estados Unidos en Chile alertar a las autoridades nacionales sobre esto y “tomar otras medidas que consideren apropiadas”. La opción fue la expulsión. Tras cinco meses detenidos, la pareja partió hacia Venezuela con el pasaporte marcado con la letra “L”, válido solo para salir del país. Alan Por- tis le consiguió un trabajo temporal en su laboratorio en Berkeley y el físico venezolano Joaquín Lira le ofreció un puesto definitivo en la Universidad Simón Bolívar, en Ca- racas, donde trabajó hasta su regreso a Chile, en 1988. En el extranjero, Chornik notó cómo incluso algunos creían lasmentiras de la prensa oficial. “Unfísiconuclear en Venezuela estaba convencido de la propaganda que llegaba oficialmente desde los periódicos de Chile. Se decía quemu- chos desaparecidos en realidad no lo estaban, sino que se habían escondido y estaban clandestinos en otras partes. La historia que inventaron sobre los 119 miristas que se mata- ron unos con otros…algunos de los que estaban en esa lista, yomismo los vi presos en la casa de la dina”, recuerda. La cantidad de científicos en el país continuó reducién- dose durante la dictadura, y más tarde incluyó también a opositores de la up que partieron por la crisis económica. La represión y el control militar en las universidades tam- poco mermaba, como señaló un grupo de investigadores nacionales en otra carta enviada a la revista Nature enmar- zo de 1984: “La recuperación de nuestras universidades es difícil de prever en la atmósfera general en la que se ha de- sarrollado la vida académica en Chile durante los últimos diez años (…) Quizás sea imposible cuantificar el impacto devastador que tiene en la vida académica la sustitución de una democracia por una dictadura, pero cualquier persona que piense en el futuro de su propio país o en el destino de sociedades geográficamente distantes debería tenerlo pre- sente”, señalaba el grupo de académicos de la Universidad de Chile, entre quienes estaban Patricio Cordero, Humber- to Giannini, Alejandro Goic, Ramón Latorre, Francisco Va- rela y Ennio Vivaldi. “Una gran cantidad de buenos científicos emigró de Chile, y eso se hizo evidente en queunaparte importantede la producción de ciencia de chi- lenos se hizo fuera del país, lo que ahora no ocurre”, sostiene Romilio Espejo, quien advierte que lo único a destacar de esos años fue la creación de Fon- decyt, el fondo para financiar investigación científica. “Desde el punto de vista científico, hubo una pérdida para Chile”, dice Boris Chornik. “Era una situación muy inestable, muy amenazante, porque cualquiera podía ha- cer una denuncia, incluso falsa. Era peligroso. Muchos se dieron cuenta de eso y decidieron abandonar el país. Cla- ramente se redujo la investigación hasta que poco a poco fueron volviendo los que pudieron”, agrega. Él regresó definitivamente en 1988. Hoy, jubilado, mantiene algunas horas de investigación en la fcfm. Espejo, radicado en el sur, dice que la ciencia ha sido, en parte, lo que le ha ayudado a superar el trauma de la repre- sión. “La ciencia es muy demandante y atrae todo el interés y la concentración. Refugiarse en el problema científico, como lo es para un artista hacer arte, ayuda a superar frus- traciones”, asegura. María Luisa Tarrés y Francisco Zapata no volvieron. No soloporque tenían trabajo y familia enMéxico, sino también porque en 1990, de visita en Chile, María Luisa vivió una ex- periencia que la alejó de sus colegas: en un encuentro social, escuchó que algunos defendían la idea de perdonar a Pino- chet y dejar atrás los temas de derechos humanos. “Para mí, eso fue unmotivo suficiente para quedarme enMéxico, pues nosoportabaolvidarmedemisdesaparecidos”, afirmahoy. «La cantidad de científicos en el país continuó reduciéndose durante la dictadura, y más tarde incluyó también a opositores de la UP que partieron por la crisis económica. La represión y el control militar en las universidades tampoco mermaba». 47
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