Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile

florencia rabuco quiroga Licenciada en Literatura, profesora y escritora. Escribió la novela André. Biografía de lo inmortal (2015) y el libro de cuentos Bisagras (2023). Estudiante de la Maestría de Escritura Creativa de la U. de Nueva York. septiembre, 73 ensayo Recuerda el primer día en que no pudo tomar el tren para volver a Qui- llota. No fue el 11, insiste, fue un día antes. Los hicieron salir de la oficina y todo el transporte interurbano esta- ba paralizado. Mi abuela y un colega caminaron hasta un servicentro para conseguirle a ella un aventón. Nadie quería llevar extraños, pero insistie- ron tanto que al final la subieron a un camión que tomaba la ruta 5 Norte hasta Villa Alemana. Recuerda ver la carretera desde el camión, sentada entre el conductor y el peoneta. La dejaron al borde de la ruta, me dice, en Artificio. Cuando llegó a Quillota, las cosas todavía estaban como siempre. Aún no sabía que ese había sido su último día de trabajo en Santiago, pero me cuenta que le habría gus- tado seguir ahí, que su vida seguro hubiera tomado un rumbo muy dis- tinto, mejor. Erica, mi abuela. Santiago y Quillota Recuerda que había comenzado su primer trabajo como secretaria. Mi papá tenía cinco años, mi tía tres y mi abuela 23. Lo consiguió rápido: habló con un amigo en la fiesta de año nue- vo en Quillota, le dijo que necesitaba algo urgente porque se acababa de se- parar. La primera semana de enero la llamaron y al día siguiente estaba via- jando a Santiago para la entrevista en Elevap Beddig, una empresa alemana que hacía instalaciones eléctricas. Me cuenta que uno de los trabajos que hicieron fue la instalación de lu- minarias en el Estadio Nacional. Salime, mi mamá. Viña del Mar Recuerda que el 11 estaba en la fila para comprar pan tomada de la mano de mi abuela, como tantas veces an- tes. Dice que se acuerda nítido de cómo, cuando estaban a punto de llegar a la puerta de la panadería, una señora que llevaba una radio a pilas portátil empezó a gritar “¡cayó Allen- de, cayó Allende!”, y de cómo la fila se deshizo pocos segundos después, porque un montón de viejas se lanzó sobre los milicos a besarles los pies. Recuerda a mi abuela gritándole por la ventana al milico que estaba plantado en la esquina de su calle por la noche. Le pedía permiso para encender la luz de la pieza y darle la mamadera a mi tío. Recuerda los gritos del milico de vuelta, que le orde- naba prenderla y dejarla encendida un buen rato para evitar malentendidos. Recuerda los casquillos de balas que encontraba en la calle por la maña- na, con los que a veces jugaba junto a otros niños hasta que alguna vecina venía y los espantaba a todos, como si fueran palomas, para barrer los cilin- dros con su escoba. Recuerda también los agujeros en los muros de un departamento que habían baleado porque, tal vez, el ve- cino había encendido y apagado las luces de forma intermitente. 40

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