Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile

con la Central. Que a los segundos los acusaban de matar al médico porque guardaba demasiada información. Aún necesitaba que me contaran co- sas cuando Pinochet murió. Ese día estaba en mi paseo de curso de sépti- mo básico. Yo era un niño regordete que jugaba a la pelota en la arena y co- mía ansioso los fideos con atún que los apoderados pusieron sobre lamesa. Me acuerdo que mi profesora jefe prendió la tele de la cabaña de la pla- ya y en todos los canales decían que se iba a morir. Que le quedaba la pe. La gente celebraba en la calle. Una com- pañera, Francisca, de quien estaba—o creía estar— perdidamente enamora- do, rompió a llorar. Nos contó a todos los que estába- mos en la cabaña que él era su viejito. “Profe, se está muriendo mi viejito”, repetía, hipando. Me acuerdo que una vez vi a sumamá poniéndose unos guantes blancos para manejar. En mi cabeza ese gesto y la afición por un dictador tenían sentido. Me contaron , en mi breve paso por un colegio de curas, que el ejemplo perfecto de atentado terrorista era lo que le habían hecho a Pinochet en El Melocotón. Me contó un compañero, en ese mis- mo colegio, que había que matar a todas las personas que fuese necesario para salvar a un país. Debíamos haber tenido unos trece años. Me acuerdo que por esa época me puse a googlear cosas. Una demis bús- quedas fue Jaime Guzmán . En alguna parte leí que había entrado a la uni- versidad a los catorce años. “Parece que era muy inteligente”, le conté a mi papá. Algo incómodo, me lo concedió. “Sí, era muy inteligente”. Mi papá me contó, unos diez años des- pués, que cuando le dije eso pensó que estaba criando a un niño de derecha. Le conté una teoría que tenía. Le dije “todos los niños son de derecha, papá”. Él se rio. Él me contó que, la verdad, sí había conocido a alguien. Un tipo que era ingeniero eléctrico de la Usach. Me lo dijo como si un aura de respeto rodea- ra al protagonista de esa historia. Me contó que ese ingeniero daba ta- lleres para arreglar circuitos eléctricos a personas que no tenían plata, y así aprender un oficio que los sustenta- ra. Que era los sábados en la mañana y que esa fue su manera de colaborar con el mundo durante años. Me contó que, en realidad, estaba afiliado al Frente y enseñaba a todas esas personas a usar armas. No me terminó de contar, o nunca ter- miné de entender, qué relación había tenido con él. Nos contamos esas cosas en el Bahía Swing, una schopería donde ponen metal al frente del mall de Rancagua. Por fuera está pintado de rojo. Por dentro es oscuro y tiene un pasillo largo, de tablas, que termina en un wurlitzer. Mi amigo Carlos me contó que en el Bahía Swing se había fundado el Par- tido Comunista de Chile. La última la contó una placa. Volví al Bahía, ya adulto, y vi el rectángulo de metal . Está en la fachada, sobre un logo de Escudo pintado. Se leía que en 1922 el Partido Obrero Socialista había pasado a llamarse Partido Co- munista de Chile en ese edificio. “¿Recabarren habrá comido Pompa- dour en su paso por Rancagua?”, nos preguntamos Carlos y yo. 39

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