Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile

victoria ramírez m. Escritora y periodista (Santiago, 1991). Ha publicado los libros de poesía magnolios (2019) y Teoría del polen (2021). Obtuvo el Premio Roberto Bolaño 2016 y el premio Mejores Obras Literarias categoría inédita del mincap (2019 y 2020). cuatroescenas sobre el silencio ensayo Este es un recuerdo prestado demi madre. Dos días después del golpe, mi abuela se mantiene resguardada con todas sus hijas en la casa y les pide que no salgan. Mamá tiene diez años y es curiosa, mira de reojo por el visillo amarillento de la ventana, y allí ve, con los brazos detrás de la cabeza, a uno de sus vecinos de la población, un hombre de treinta y tantos. Dos militares lo apuntan con metralletas, y en menos de un segun- do le disparan en la cabeza. Lo que viene es un silencio largo. Mamá me habla de este silencio como si fue- ra una variante del horror. Ese día aprende rápido que la gente puede morir sin que haya consecuencias para el culpable. En esa época, una de sus hermanas mayores, que estu- dia en la universidad, tiene los ojos enrojecidos con frecuencia y nadie se atreve a preguntar. Mi madre solo entiende que el novio de mi tía ya no volverá a aparecer. Nadie habla del novio ni del vecino, ni de las otras personas que comienzan a esfumar- se de sus vidas. Mientras estudio Periodismo, uno de mis trabajos semestrales es entrevistar a la persona de más edad de mi familia. Con mis cuatro abue- los muertos, el único que queda es el esposo de mi tía mayor, el más que- rido y el que me enseñó todo lo que sé del campo. Sé que también es un personaje complejo, porque es cara- binero. Pero mi madre, aun siendo muy de izquierda, lo eligió como mi padrino. Emprendo entonces cami- no a su casa yme encargo de elaborar una pauta de preguntas incisivas, como pienso que debo hacer en mi oficio. Es 2013 y se cumplen cuarenta años del golpe. Así me entero de que mi tío ejerció en La Unión, región de Los Ríos, y en Hueyusca, región de Los Lagos, y que lo mandaron a San- tiago para la visita de Fidel Castro, en 1972. Fue guardia en La Moneda, es- tuvo en el Tanquetazo y el mismo día del bombardeo, el 11 de septiembre. Salió arrancando del palacio cuando uno de sus superiores le dijo que no fuera estúpido, que se fuera a ver a su familia. Lo escucho hablar y trato de calzar la imagen afable y dulce de mi padrino, mi héroe de juegos en la infancia, con la persona que tengo al frente, alguien que pudo ejercer el poder desde la policía. E n pleno invierno, hundi- da en mi pupitre, escucho cómo la profesora de His- toria, mi favorita, cierra el libro de la asignatura con violencia. El mismo volumen que, año tras año, solicita el Ministerio de Educación. Hemos repasado las diferentes pre- sidencias del siglo xx en Chile, pero cuando llegamos a Frei Montalva y a Allende, las páginas dan un salto hasta 1990. No puedo pasarles la dic- tadura, nos dice resignada. El texto ha omitido, a propósito, diecisiete años. Escucho suspiros, siento las miradas suspicaces. Asisto a un cole- gio público en 2008 y conozco a mis compañeras desde séptimo básico, pero no sé realmente sus posiciones políticas. La sospecha se ha instalado en mí desde que hicimos votaciones para la directiva del curso y alguien escribió en la papeleta “Pinochet”, dejándonos en una nueva incomodi- dad. No sabemos si es una broma de mal gusto o si, efectivamente, alguien se ha pasado de lista. Lo comentamos en cuchicheos en el recreo, pero na- die confiesa el crimen. Recuerdo ese momento, cuando nos saltamos die- cisiete años en el libro, como el día en que decidí que tenía que completar esa parte de la historia. 34

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