Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile
batiente de la espera; espera que se mitiga con el ha- llazgo de un huesito, un fragmento de fémur, un molar; espera que pende de la punta de un delgado hilo; un hilo del sueño y una letanía que se vuelve a instalar cada vez que el silencio clava su cuchillo y balbucea: no, no está aquí/ lo sé/ quizá, quién sabe. Y el tormento burbujea alocado, mudo, insondable. ¿Quién osó pensar que desaparecer a alguien es una con- ducta permitida para solucionar diferencias ideológicas? La grieta que abre una persona ausente se hace cada vez más ancha y fría, más insalvable. Las palabras, la razón, la búsqueda. Todo inútil, hermético, pendular, como lo es el esfuerzo que hace un pie sobre un acelerador para sacar un auto del atasco en el barro. Más se escarba, más profun- do y enterrado queda el tesoro amado y todo se reduce a la materialidad de una fotografía que pende del pentagrama de las horas que pasan y no cicatrizan. Fragilidad perenne, sin consuelo. Bestias todos los que ciegos abultan la carga de la palabra sufrimiento. Afonía del mundo que ya no fue ni es. Agonía. Preñez que solo se resuelve al parir la propia muerte. Y la muerte carga a otros sobre la propia vida. Acariciar la memoria, reconstruir sus restos y reconocer las historias individuales puede devolvernos a los cauces y puntadas que bordan el sentido de lo ciudadano. Todamateria, inerte o activa, ocupa un espacio que encar- na y hace florecer las fibras que estiba. La desapariciónde un cuerpo y su historia puede hacer parte de un largo proceso de transformación natural y, en ese caso, este pasa a formar partede los ingredientes que alimentany sazonanalmundo. Aunque nos cause dolor, esta enjundia se encumbra natural y suma a la tierra. Pero en Chile se hizo desaparecer a per- sonas con nombre y apellido, apodados así por una madre y un padre. Un día desconocido e inhóspito alguien, también connombre y apellido, decidió hacer desaparecer al primero para instalar su pensamiento totalitario, para que el mundo girara a supinta. ¿Dónde fue desechada esa persona? ¿Aqué deriva material fue expulsada? ¿Cómo completar nuestra historia sin el conocimiento de los hechos? ¿Cómo calmar el aullido rabioso del que busca? ¿Cómo abrir los ojos del que evita sacarlo del charco rojo y blanco en el que duerme en alguna parte del territorio? Que yo sepa, solo un humano es capaz de algo tan exe- crable. Pinochet, los suyos y también sus colaboradores de cuello y corbata, perpetraron esos crímenes gracias al poder del Estado. Instalaron sistemas y leyes inapelables y ¿q ué significa hacer desaparecer a una persona? Para quienes conocieron y amaron a esa persona, el contorno ima- ginado del desaparecido carga con la sombra temblorosa y fantasmal del “deudo”; carga con el dolor de caminar las calles y recordar el tacto de las manos; carga con el recuerdo de un rostro infantil o jo- ven o no tan joven que no conoció los surcos dejados en la tierra del rostro disipado por las sigilosas garras del tiempo; carga con la imposibilidad de rozar la curva del cuerpo doblado por el peso de la historia. El que habita en la orilla de los vivos se mantiene de pie frente a la puerta fracturas sin colofón La grieta que abre una persona ausente se hace cada vez más ancha y fría, más insalvable. Las palabras, la razón, la búsqueda. Todo inútil, hermético, pendular (…). Más se escarba, más profundo y enterrado queda el tesoro amado y todo se reduce a la materialidad de una fotografía que pende del pentagrama de las horas que pasan y no cicatrizan. verónica zondek Escritora y traductora (Santiago, 1953). Ha publi- cado una docena de libros, entre ellos, El hueso de la memoria (1988), El libro de los valles (2003), La ciudad que habito (2012) y la antología Ojo de agua (2019). columna 28
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