Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile
continuar existiendo; la segunda, al sufrir la angustia de ver cómo otros, quienes los han vencido, hurtan a las gentes del futuro esos sueños, anhelos o aspiraciones, o su existencia misma, como si nunca hubieran sido reales”. Pero existen otros tipos de fragi- lidades. Están las individuales, las de quienes viven con enfermedades, fragilidades que pueden alcanzar a cualquiera. Aunque, por cierto, nada es equitativo con las enfermedades: los perdedores de la historia son también más propensos a vivir las fragilidades individuales. Entre ellas están los trastornos cerebrales, tales como las demencias por Alzheimer o de otros tipos. Enfermedades que qui- zás nos aterran como ninguna otra, justamente por la extrema fragilidad y dependencia al otro que pueden causar, a tal punto que, sin ese otro, la propia sobrevivencia es imposible. Pero como escribe Sylvia Molloy en Desarticulaciones (2012), donde narra el Alzheimer de M.L. —a quien de- dica el libro— la relación con el otro persiste más allá del olvido y las pér- didas. “Tengo que escribir estos textos mientras ella está viva, mientras no haya muerte o clausura, para tratar de entender ese estar/no estar de una persona que se desarticula ante mis ojos. Tengo que hacerlo así para se- guir adelante, para hacer durar una relación que continúa pese a la ruina, que subsiste, aunque apenas queden palabras”. Y ahí surge la exigencia de aprender a comunicarse con las per- sonas con demencia. “Releo lo escrito y se me ocurre otra cosa, acaso obvia: ¿Y si nos estuviera pidiendo algo?”. Esa dificultad de entender al otro con demencia, con su lenguaje dislo- cado e historias deshilachadas, nos confronta con el fracaso y los límites de los supuestamente “sanos”, de los supuestamente no frágiles. ¿Es per- tinente dividir a la humanidad entre frágiles y no frágiles?. La fragilidad de los vencidos y la fragilidad de los enfermos son, de cierta manera, fragilidades de contra- posición, que distinguen entre frágiles y no frágiles. Pero creo que reflexionar sobre el carácter de la investigación científica ayuda a comprender la fra- gilidad inherente en todos nosotros: nuestra fragilidad cognitiva. Puede pa- recer paradójico evocarla al hablar de ciencia, pues suele equipararse la cien- cia con un corpus de conocimientos establecido y cierto, pero esta visión es errónea. Al contrario, puede pen- sarse la ciencia como una respuesta a nuestras imperfecciones cognitivas y perceptuales, como lomuestra el quie- bre histórico que representó Galileo al proponer la necesidad de mediciones objetivas precisamente porque nues- tros sentidos no reflejan siempre la realidad y son apariencias que nos pueden llevar al error. En este mismo sentido van las pa- labras de Carl Sagan en El mundo y sus demonios (1995): “Quizá la distinción más clara entre la ciencia y la pseu- dociencia es que la ciencia tiene una apreciación mucho más aguda de las imperfecciones y de la falibilidad hu- manas que la pseudociencia [...]. Si nos negamos categóricamente a reconocer que somos susceptibles de cometer un error, podemos estar seguros de que el error —incluso un error grave, una equivocación profunda— nos acom- pañará siempre”. Por cierto, las diferentes formas de fragilidad que acompañan a nuestras falencias cognitivas, a las demencias o a la tragedia asociada al golpe de Esta- dono son equiparables. Están aquellas que unos imponen a otros para preser- var intereses propios; están también las de nuestros cerebros frágiles, sanos o enfermos. Se las puede reco- nocer, pero es difícil hacerles frente. Por suerte, las palabras inaugurales de un encuentro me eximieron de la res- ponsabilidad de pontificar soluciones. A veces pareciera que lo más fácil es olvidar las fragilidades y seguir con la propia vida, con el anhelo de no tener que vivir ni la fragilidad del derrotado ni la del cerebro enfermo. Pero a 50 años del golpe de Esta- do, también recordé el testimonio de uno de los 17 detectives que per- manecieron en La Moneda el 11 de septiembre de 1973 cumpliendo con sus obligaciones profesionales, pese a que el presidente Allende los relevó de sus funciones. Al preguntársele por qué se quedó en el palacio, respondió con un escueto “quiero poder mirar- me al espejo”. Creo que su respuesta muestra que, para él, abandonar al que en ese momento era el más frá- gil no era una opción. Quizás mucho se trata de eso. De cómo podemos, 50 años más tarde, ser un poco más decentes como sociedad y como per- sonas; de no avergonzarnos frente al espejo, de no olvidar nuestra propia fragilidad. Y de no abandonar a los más vulnerables ni convertir a otros en frágiles solo por el hecho de pensar o verse distinto. «Los conocimientos sobre la manera en que funcionan nuestros cerebros pueden ayudar a entender la dificultad de construir un consenso, la merma de la empatía o la invisibilidad del dolor del adversario político». 27
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