Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile
Recuerdo una anécdota: Carlos Ruiz Schneider, Rafael Parada y Marcos García de la Huerta fueron recibidos en París por los padres de nuestra amiga psiquiatra Marie-Catherine Durand Py, cuyamadre era biblioteca- ria en la Sorbonne y el padre jubilado, monarquista y cazador. En cada co- mida se degustaba jabalí, ciervo o perdices rellenas con vinos elegidos; todo esto antes de ir a dictar sus cur- sos y conferencias en la Sorbonne o en nuestro seminario “Les dialo- gues philosophiques” de la Maison de l’Amérique Latine. También me viene a la memoria una tarde en que mis hijos volvieron a casa, con una pregunta que recorría los pasillos de sus escuelas, claramente incentivada por la extrema derecha: “¿Papá, los extranjeros son peligrosos?”. Les res- pondí: “¿Quiénes son los extranjeros? Ustedes conocen algunos: Humberto Giannini, Carlos Ruiz, Marcos García de la Huerta, Pepe Jara”. Estos alo- jaban en nuestro departamento en París a menudo y siempre era una fiesta, llegaban con regalos para Pau- line y Hugo. Al otro día volvieron a la escuela con una respuesta a la inquie- tud del día anterior: “Los Vermeren no tenemos miedo de los extranjeros, queremos a los extranjeros, nuestros amigos chilenos”. En nuestros primeros viajes a San- tiago, nos quedábamos en el hotel Don Tito, en calle Huérfanos, cuyo gerente era amigo de Rodrigo Alvayay. Como disponíamos de poco dinero para pagar los pasajes de avión, el aloja- miento era un asunto de hospitalidad, y nos hospedábamos en otros lugares, por ejemplo, donde Cristina Hurta- do-Beca, creyendo ingenuamente que podíamos pasar desapercibidos. Lapo- licía estaba siempre vigilándonos. Así sucedió que un día, estando en casa de Cristina, recibimos una llamada de teléfono preguntando por qué aún no habíamos confirmado nuestro pasaje de avión para volver a París. Stéphane Douailler estaba consternado. En la escena de este teatro filosófico hubo momentos fuertes. Es el caso de la activa participación de los exiliados en París (Patricia Bonzi, Pedro Miras, Cristina Hurtado-Beca). Recuerdo con emoción la calurosa y distinguida bienvenida, reservada a los filósofos chilenos, parias de su universidad, por Michèle Gendreau-Massaloux, Rectora de la Academia de París, en la ceremonia organizada en la Sorbonne para el doctorado Honoris Causa del violonchelista Mstislav Rostropóvich. Parias en la universidad de su propio país, pero recibidos como los filósofos distinguidos que eran, en la Universi- dad de París, en el lugar de honor del gran anfiteatro de la Sorbonne. Pienso también en una acalorada reunión que tuvimos, Humberto Gian- nini y yo, con JuandeDios Vial Larraín, rector nombrado por los militares. Sa- limos indemnes de ahí y pude calibrar, una vez más, el coraje de Humberto. En realidad, no había nada que pudie- se justificar a sus ojos la obediencia o sumisión de un filósofo al régimen de Pinochet. Le pregunté lo que pensaba de una de sus colegas, y su respuesta fue terrible: “ella entró a la universidad por la ventana de la dictadura mili- tar”. Por aquellos años, también tuvo lugar el envío a Chile de un avión con libros de filosofía, con la cola- boración de Evelyne Pisier, Francine Markovits, Georges Navet, Laurence Cornu, André Pessel, Stéphane Douai- ller, Etienne Tassin, Alain Siberchicot y la complicidad activa de Derrida y de todos los filósofos del Colegio, que donaron parte de sus propios libros a nuestros amigos chilenos. Evoco un último episodio: luego del plebiscito y de la caída de Pinochet, le pregunté a Humberto Giannini qué esperaban los filósofos chilenos de los filósofos franceses, y de qué ma- nera podíamos ayudar a organizar algo para esta ocasión. Me respondió: un coloquio sobre Spinoza. Humber- to había traducido y comentado el Tratado político de Spinoza, y que fue parte de un número de la Revista de Filosofía de la Universidad de Chile, pero que permaneció archivado en las bodegas, por la cobardía de las auto- ridades académicas, paralizadas por la dictadura militar. En su libro Breve historia de la filosofía , texto consulta- do en todos los liceos y colegios, citó a Spinoza en el epígrafe: “La felici- dad no es la recompensa de la virtud, es la virtud misma”. Se trataba de pensar de qué manera la tolerancia, potencia solidaria de la vida, es virtud bajo la condición riesgosa de estar disponible para escuchar al otro. El coloquio Spinoza y la política lo rea- lizamos del 8 al 12 de mayo de 1995, con los mejores especialistas de este filósofo desterrado de los estudios fi- losóficos durante la “universidad de Rafael Parada, Marcos García de la Huerta y Alain Badiou en Curacaví, en 1987. Foto: Patrice Vermeren. ensayo 20
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