Palabra Pública N°29 2023 - Universidad de Chile
En 1987, los miembros del Colegio Internacional de Filosofía de Francia, uno de los espacios esenciales del pensamiento contemporáneo, entablaron una relación profunda y duradera con los filósofos chilenos que, tras la intervención militar en la Universidad de Chile, fueron relegados o incluso expulsados de las aulas. Esta historia, protagonizada entre otros por Humberto Giannini, Carlos Ruiz Schneider, Patricia Bonzi, Marcos García de la Huerta, Jacques Derrida, Alain Badiou, Jacques Rancière y Patrice Vermeren —que evoca aquí sus recuerdos—, es una prueba de que la filosofía no solo es el “derecho a pensar juntos”, sino también un oficio de resistencia. patrice vermeren Profesor Emérito, Departamento de Filosofía de la Universidad Paris 8. Doctor honoris causa de la Universidad de Chile. Canciller de la Orden Gabriela Mistral. Miembro fundador del Colegio Internacional de Filosofía. la amistad filosófica franco-chilena ensayo últimos 20 años del pensamiento en Francia y del concepto de demo- cracia. El encuentro tuvo lugar en el pequeño y oscuro inmueble sindical que albergaba el Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea, de la Academia de Humanismo Cris- tiano, dirigido por Enrique d’Etigny, y que reunía a los excluidos y mar- ginalizados de la Universidad de Chile. Fue aquí que conocí a Rodrigo Alvayay y a Carlos Ruiz Schneider (quienes condujeron la cooperación filosófica franco-chilena durante to- dos estos años, así como Stephane Douailler y yo mismo del lado fran- cés), y a Marcos García de la Huerta, Humberto Giannini, Cecilia Sánchez, Olga Grau, Pablo Oyarzun, Gonzalo Catalán, Patricio Marchant, Rafael Parada, Gabriel Sanhueza, Alejandro Madrid-Zan, Miguel Vicuña, Carlos Contreras, y también a los historiado- res Sol Serrano y Cristián Gazmuri. Recuerdo una visita conmovedora a María Teresa Pupin, en Valparaíso, cuando nos mostró llorando el re- trato de su hermano, subsecretario general del gobierno de Allende, des- aparecido en el golpe de Estado en La Moneda. Me acuerdo también de Carlos Contreras, un joven estudian- te pobre que vivía en una pensión de mala muerte en Valparaíso, cercana a un barrio de prostitución. Allí, en el frío invierno, leía un texto de Derri- da mal traducido; lo animé a escribir ¿ C ómo sucedió que los filósofos chilenos, excluidos omargina- lizados de su propia Universidad en Chile, se convirtieron en los primeros amigos del Colegio Internacional de Filosofía en París? Era la época de la fundación del Cole- gio, y Pierre-Jean Labarrière, invitado a Chile por su amigo Arturo Gaete — también jesuita y hegeliano, cercano a Salvador Allende— había hecho un curso casi clandestino en la Academia de Humanismo Cristiano, pertene- ciente a la Vicaría de la Solidaridad. En su regreso a París, nos dijo: “no po- demos fundar el Colegio Internacional de Filosofía ignorando que, en Santia- go de Chile, bajo la dictadura militar, los filósofos dignos de ese nombre han sido expulsados de sus puestos; no tie- nen estudiantes ni libros, y viven en la pobreza y el miedo a desaparecer”. Re- cuerdo que Jacques Derrida propuso invitar a uno de ellos a París. Se trató de Rodrigo Alvayay, quien nos dijo que los chilenos preferían que el Colegio enviara filósofos franceses a Santiago, porque eso tendría mayor impacto. Los primeros en ir a Chile fueron Miguel Abensour, Jacques Rancière, Stéphane Douailler y yo mismo, con François Laruelle y Myriam Revault d’Allonnes. Asistimos al primer co- loquio de filosofía bajo la dictadura militar, en 1987, para hablar sobre las instituciones filosóficas de los 18
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