Palabra Pública N°28 2023 - Universidad de Chile
Harry Potter o la adaptación televisiva del videojuego The Last of Us . No basta ver la película para entender la histo- ria, ya que partes de ella están repartidas en un cómic, una serie o un juego. Según Jenkins, en este nuevo escenario mediático hay una lucha constante entre las compañías y los usuarios por el control de la distribución y el contenido. No tenemos consumidores, dice Jenkins, sino productores y actores, voces opinantes que interactúan entre sí. Es lo que llama la “cultura de la convergencia”. —Existen diferentes ejemplos. Por un lado, tienes a Netflix, una compañía que puede ser una plataforma para masificar la cultura estadounidense, como lo ha dicho la crítica del imperialismo cultural en Latinoamérica. Pero se podría argumentar que también ha ayudado a crear contenidos globales accesibles en todo el mundo, donde [la serie surcoreana] El juego del calamar puede ser el pro- grama más visto en 60 países. Crea un sistema de medios definido por la diferencia y la diversidad. Por otro lado, está YouTube, en que la gente toma videos y los mezcla, los repostea en otras redes sociales y se involucra en discu- siones. Es el poder de la gente común y corriente de com- partir y crear contenidos, algo nunca visto a este nivel. Y se basa en el derecho fundamental de la ciudadanía digital del siglo XXI de responderle a los medios. La cultura participativa implica una apropiación de los textos por parte de los fanáticos, quienes los re- escriben o reilustran y producen, a su vez, nuevos pro- ductos. Hace pensar en la idea de “la muerte del autor” que planteó el crítico francés Roland Barthes en 1967. ¿Dónde queda el autor en este escenario? —Cuando apareció el ensayo de Barthes, la gente lo criticó diciendo que había declarado la muerte del autor justo cuando mujeres y personas de color habían logrado convertirse en autores por primera vez. En cierto punto, la muerte del autor es liberadora, porque posibilita articu- lar colectivamente nuestros propios significados y contar nuestras historias. Es lo que ha permitido que nuevas vo- ces sean escuchadas y nuevos grupos reclamen el derecho a ser autores. Pero la pérdida de autoridad del autor tiene consecuencias en el impacto que un escritor de color o autora podrían tener en nuestra cultura. Hemos deva- luado la autoría: ¿quién quedó con el poder? Pensemos en [la autora de Harry Potter ] J.K. Rowling, quien tiene una relación controversial con sus lectores. Trata de con- trolarlos cuestionando sus interpretaciones. Esto irrita a los fans, quienes lo resienten porque se han formado sus propias opiniones. El quiebre final llegó cuando Rowling hizo comentarios transfóbicos y la comunidad tuvo que decidir: ¿deberían renunciar a ella, a sus propias fantasías o a los libros? Muchos concluyeron que la versión de Ha- rry Potter que habían creado para sí mismos era parte de su identidad y, por lo mismo, era demasiado valiosa como para rechazarla, a pesar de que no estuviesen de acuerdo con la autora y lo dijeran públicamente. ¿Cómo ha cambiado la cultura participativa des- de 1992 y cómo se relaciona con la forma en que ha cambiado la sociedad? —Cuando escribí el libro, la gente usaba fotocopiado- ras para hacer reproducciones de sus trabajos y las vendía en las convenciones de fanáticos. Dos o tres años más tarde, ya veíamos la difusión de medios comunitarios en internet a una escala que nunca habíamos imaginado. La partici- pación digital se normalizó y ahora es difícil imaginar un mundo con las restricciones que teníamos. Pero las des- igualdades de acceso también se han hecho más evidentes. No importa cuánto creamos en el poder democratizador de internet, todavía hay mucha gente sin acceso a las tec- nologías o a la alfabetización digital. Eso es una falla en el sistema y por eso ahora digo que vivimos en una cultura LÍMITES 17
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