Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile
H ace un tiempo leí un texto que el historia- dor del arte T. J. Clark publicó en 2017 a propósito de la muestra Terror y piedad en Picasso , realizada por el Museo Reina Sofía para conmemorar los ochenta años del Guernica, ese cuadro en gran formato realizado por Picasso después que los alemanes bombardearan hasta su total destrucción el pueblo vasco que da nombre a la obra. Pensando en las centenares de versiones del Guernica realizadas desde su creación por quienes han luchado con rabia y angustia contra la represión y la violencia —una versión circuló también en los muros de Santiago duran- te el estallido de 2019—, Clark dice algo que me dejó pensan- do. Además de leer esa pintura como un punto de referencia esencial para los seres humanos que temen por su vida y la de los demás, dice que ha vuelto al Guernica con la nostalgia de quien sabe que algo se ha per- dido, y lo que se ha perdido, dice, es la dimensión trágica de la violencia. Me preguntaba, entonces, siguiendo las pistas de Clark, qué significaría que la violen- cia haya perdido su dimensión trágica. Haciendo hincapié en la idea de visibilidad, de una visibilidad bélica que portaría la extraña promesa de que podemos verlo todo —sin ángulo muerto, sin fuera de plano, sin resto, como si las cosas del mundo fueran transparentes—, lo que se ha perdido, dice Clark, es el misterio, todo eso que hace que las acciones del hombre, observadas a veces con alegría y otras con un dolor espan- toso, porten la huella de un pasmo, de una despropor- ción, de un no saber. El Guernica sería para Clark la última gran escena trági- ca de la cultura moderna, una que mostrando a las mujeres y los animales sufriendo de dolor, no provoca en quienes la miran una fascinación aturdida. Desorientando la percep- ción, fragmentándola, no podemos saber si lo que vemos son animales, monstruos o seres humanos. Es interesante, en ese sentido, la historia contada por Daniel-Henry Kahnweiler sobre el encuentro entre Picas- so y Lacan en 1933. Ese año, dos sirvientas francesas, las hermanas Papin, habían asesinado a su patrona y su hija, quitándole los ojos mientras seguían todavía vivas. Picas- so no estaba de acuerdo con el diagnóstico de Lacan, que las había considerado locas. Considerarlas locas, decía, era liquidar la tragedia, la monstruosidad, el drama, el dolor, el odio, el desgarro; era “meter la espantosa violen- cia en una categoría autónoma y clara”, era estilizarla de un modo tranquilizador. Una violencia sin tragedia, sin piedad y sin terror, apa- ciguada entonces por una visibi- lidad que se presenta sin pliegue, es la que muestra por ejemplo el suizo Thomas Hirschhorn en Touching Reality (2012), una vi- deoinstalación donde una mano femenina desliza sus dedos sobre una pantalla para ver una serie de imágenes, hacer zoom en ellas, retroceder, avanzar. Esto dice Graciela Speranza sobre la obra: “lo que de veras cuenta en el video es el contraste perturba- dor entre esos gestos fríos de la mano y la crudeza repulsiva de las imágenes: cuerpos desmem- brados, rostros destrozados en charcos de sangre, miembros calcinados, vísceras, un libro de los muertos de imprecisa- bles hechos de violencia armada”. Si el problema es el de una visibilidad que ha dejado de producir horror, si las formas o figuras que produce han perdido su misterio, si con la carnicería humana podemos hacer interacciones digitales similares a las que hacemos cuando revisamos nuestras cuentas de Instagram, si lo que hay es un voyerismo constreñido por la indiferencia, quizás sea preciso ver o leer las imágenes no solo a partir de lo que muestran, sino de lo que ocultan, de lo que en ellas se oculta. Devolverles entonces su dimensión trágica, su par- te de noche, sus fantasmas, para recuperar la extrañeza del mundo, su vacilación, su idioma indescifrable. “Lo oscu- ro indomesticable no aleja el terror sino que lo constriñe “El mundo que viene tendrá la lengua que producirán nuestros juguetes nuevos, nuestras palabras nuevas, nuestras imágenes nuevas”. —Anne Dufourmantelle «Recuperar el sentido trágico—eso que hace que una colectividad se funde en su fragilidad—pasa quizás por no renunciar a ver lo que permanece en el umbral entre lo visible y lo invisible». 7
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