Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile
cine reprochan que beba alcohol, que se automedique y que haya decidido retirarse al litoral. La actitud de Carmen —en un típico tono actoral de Kuppenheim—es distante, siempre en una búsqueda de un cuarto propio mental. La película pasa, de a poco, de drama psicológico feme- nino, a un thriller de cierto aire hitchcockiano. A partir de un momento, Carmen se interna en un mundo clandestino de resistencia a la dictadura, el cual exige determinados pro- tocolos para evitar a la DINA. Aquí, la cámara y el punto de vista juegan un rol fundamental, creando un clima pa- ranoide donde lo mental y lo externo se confunden e im- brican. Las mejores escenas del filme son aquellas donde la ambigüedad y la sugestión generan un ambiente asfixiante, un punto de no retorno, donde la cautela es fundamental. La densidad cromática y la dirección de foto se con- jugan con un encuadre riguroso y un ritmo cadencioso y envolvente, mientras que la dirección de arte juega un rol productivo (más aún la ambientación y el vestuario de época). La insistencia compositiva y el simbolismo a través del juego de los colores y la luz van sumando nuevas capas de sentido al filme. Un ejemplo claro es la primera escena, donde se combina la textura de una pintura color rosa con el entorno sombrío de una detención ciudadana que se oye. Ese contraste resume, en muchos niveles, a la película y a su personaje principal. Así también, el sonido y la música, sugerentes e incluso activadores de emociones, ayudan a ingresar al mundo mental y emocional de la protagonista. 1976 , como decíamos, vuelve a interrogar la relación entre historia y ficción. En este caso, se trata de una nueva aproximación en el cine chileno al universo de la dictadu- ra. Se suma, de forma interesante, a películas como Ma- chuca (Andrés Wood, 2004), Tony Manero (Pablo Larraín, 2008) o Cabros de mierda (Gonzalo Justiniano, 2017), para agregar a ellas un punto de vista propio. Ni el duelo co- munitario presente en Wood, ni la anomalía psicosocial de Larraín, ni tampoco la épica de la resistencia en clave IVÁN PINTO Crítico de cine, investigador y docente. Editor de la revista La Fuga.cl. Investigador posdoctoral en FCEI, Universidad de Chile de clase social de Justiniano están presentes en este filme. En diálogo con cineastas chilenas como Marilú Mallet o, particularmente, Valeria Sarmiento con La dueña de casa (1975), Martelli opta por el punto de vista cotidiano y fe- menino, asumiendo así varias torsiones. Por un lado, un personaje abiertamente desideologizado, pero cuyas luchas internas e íntimas encarnan la pregunta por la condición de mujer en un mundo dictatorial y patriarcal. Se trata de una pesada cotidianeidad de la que busca huir a través de un escape existencial. El camino presentado por el cura y el joven —por vía de la solidaridad— es, precisamente, el de un destello comunitario que apela a un mínimo sentido común. Un destello, por lo demás, ilusorio, que no logra salir del encierro pequeño burgués de Carmen. Resuenan aquí referencias como Stromboli (Roberto Ro- sellini, 1950), All that Heaven Allows (Douglas Sirk, 1955) e incluso La mujer sin cabeza (Lucrecia Martel, 2008), to- das películas sobre mujeres en entornos opacos de los que buscan salir mediante un escape interior. Martelli relee esta tradición, intentando instalar un punto de vista oblicuo y no observado aún en la representación de la dictadura. No una anomalía monstruosa y excepcional, si no un horror arraiga- do en la pesadumbre cotidiana de los cuerpos. 1976 Chile, 2022 95 minutos Dirección: Manuela Martelli Guion: Manuela Martelli, Alejandra Moffat Reparto: Aline Küppenheim, Nicolás Sepúlveda, Hugo Medina, Alejandro Goic
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