Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile

El presente siempre es incertidumbre Nuestra concepción del tiempo es la de un mundo occidentalizado-cristianizado que, desde la llegada de los españoles, organiza su cotidiano con un tiempo lineal, sumatorio y—más tarde—un tiempo métrico decimal que ordena nuestra vida en unidades de años. Su conteo hasta nos genera crisis existenciales. Es una modernidad cruel, como dirá Jean Franco, si pensamos nuestra relación con el tiempo como una tortura. POR ALEJANDRA ARAYA ESPINOZA “La historia no descansa nunca ya sea porque le otorga significado al tiempo que pasa, o también porque incansable- mente es sublevada, agitada, colmada de hechos y aconteci- mientos que parece —se dice— organizan su curso. A menos que —a veces— lo desorganicen”. —Arlette Farge, Lugares para la historia (1997) E so que llamamos tiempo es una estructura cotidiana. La repetición de ciertas acciones de manera diaria hace que se transformen en hábitos que por automáticos van construyen- do un tejido invisible. Somos conscientes de su capacidad sostenedora solo cuando se interrumpe su ritmo, cuando la continuidad se suspende, cuando lo automático ya no puede serlo. Sale el sol todos los días, al menos hasta el momento en que digito estas letras. Hace día y hace no- che de forma natural, acontece sin que mediemos en ello, y esto nos fascina quizás desde la primera apertura de pár- pados de la especie humana. La luz del fuego nos permitió ingresar lo luminoso en lo nocturno, y la luz eléctrica ex- tendió el tiempo de lo diario. Un apagón de luz altera toda la vida cotidiana, activa nuestros miedos más profundos. La alteración de lo cotidiano genera incertidumbre. Hoy, la incertidumbre se ha tornado un producto que se construye. Se podría decir que es el trabajo de los medios de comunicación y de algunas prácticas políticas. Es noti- cia —es decir, un hecho notable de contar— que la ruta elegida para realizar el camino a casa esté congestionada. Un asunto de utilidad pública se transforma en el signo que se comunica como incidente, un acontecimiento que pone en alerta al presente y lo hace incierto. A diferencia de un pasado sobre el cual ya nada se puede hacer, el presente lo imaginamos como algo que puede y debe ser controlado. Lo incierto es el miedo a lo que no podemos controlar. Realizamos el gesto del pasado mirando hacia atrás, te- niendo la certeza de que otro tiempo ya fue; e imaginamos el futuro como eso que aún no vemos, pero que vendrá. El sentido literal del presente es lo que está frente a nuestros ojos. Paradójicamente, el presente es una dimensión com- pleja de delimitar, pues solo los vivos y presentes podrían dar cuenta de su existencia. Es una concepción de tiempo de un mundo occidentalizado-cristianizado que organiza su cotidiano, desde la llegada de los españoles, con un tiem- po lineal, sumatorio y —más tarde— un tiempo métrico decimal que ordenó nuestra vida en unidades de años. Su conteo hasta nos genera crisis existenciales. Es una moder- nidad cruel, como dirá Jean Franco, si pensamos nuestra relación con el tiempo como una tortura. El tiempo es un ritmo, hace menos de medio siglo te- nía sonido: una campana, un tic-tac mecánico cual latido del corazón. Muchas personas volvieron a esa conciencia del tiempo desde sus propios cuerpos con la experiencia del encierro en pandemia. La dificultad para desplazar- se con libertad alteró la experiencia cotidiana y la salud mental se vio seriamente afectada. Perdimos el ritmo, nos descompasamos, todo se hizo “anormal”. Enloquecimos. Es notable que se expresara el ansia por el regreso a una “normalidad” por medio de la recuperación de las rutinas COLUMNA 4

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