Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile

Un viento negro y desolador Autobiografía de mi madre, de Jamaica Kincaid A utobiografía de mi madre , la novela publicada por Jamaica Kincaid (Saint John, Antigua y Barbuda, 1949) en Estados Unidos en 1996, y reeditada en Chile por Lumen en 2022, tiene uno de los inicios más conmovedoramente bellos que podemos encontrar en la li- teratura contemporánea: “Mi madre murió en el momento en que yo nací, y así, durante toda mi vida, no hubo nunca nada entre la eternidad y yo; a mi espalda soplaba siem- pre un viento negro y desolador… En mi origen estaba esa mujer cuyo rostro nunca había visto, pero al final no había nada, nadie entre mi persona y ese negro espacio que es el mundo” (9). La muerte de la madre en el parto configura el hecho fundamental y determinante de la historia de Xue- la, narradora protagonista de la que es, paradójicamente, la novela menos autobiográfica de Kincaid. Estamos, enton- ces, frente a una ficción que se presenta como autobiogra- fía, pero no de quien narra, sino de su madre, aporía que se ve reforzada cuando leemos, al empezar el libro, que la narradora prácticamente no sabe nada de su progenitora. Pronto nos damos cuenta de que el texto nos ofrece una doble invención: la de la madre cuyos retazos de historia se recuperan fragmentariamente a lo largo del texto y, sobre todo, la de la protagonista, que se ve obligada a construirse a sí misma a partir de una situación extrema de vulnerabi- lidad y desposesión. Autobiografía de mi madre cuenta la vida de Xuela desde que su padre la dejó al cuidado de la mujer que lavaba su ropa hasta su adultez. El ambiente de desamor en el que crece lleva a la protagonista a desarrollar una conciencia lúcida e implacable de su posición en el mundo, que está marcada por un desamparo absoluto que ella lucha por convertir en fortaleza. Desde su soledad extrema, Xuela aprende a reconocer los afectos e intereses que mueven a las personas que la rodean, que casi siempre son mezquinas, pequeñas, incluso despreciables. La narradora parece usar un filudo bisturí para escudriñar sin compasión la natura- POR LUCÍA STECHER leza de las relaciones humanas: “La esposa de mi padre me enseñó a asearme. No lo hizo con amabilidad. Mi constitu- ción y mi olor personal le proporcionaron la oportunidad de despreciarme. Reaccioné de una forma que ahora es uno de los rasgos característicos de mi personalidad: me gustaba todo aquello que me decían que debía aborrecer, y me gus- taba más que ninguna otra cosa” (36). Las estrategias que le permiten a Xuela sobrevivir y re- sistir el desprecio que la rodea son completamente distin- tas a las que despliega el pueblo caribeño al que pertenece frente a su propia posición de sometimiento. Ella decide entregarse a sí misma todo el amor que le ha sido escamo- teado, también porque se da cuenta de que vive rodeada de personas que se detestan. Xuela comprende temprano que la colonización y el racismo han penetrado hasta el más mínimo espacio de las mentes y personalidades de los habi- tantes de su isla: “Mi maestra era una mujer que había sido educada por misioneras metodistas; pertenecía al pueblo africano, yo lo veía con claridad, y había encontrado en ello una fuente de humillación y de aversión por sí misma; llevaba la desesperación como si fuera una prenda de vestir, como un manto o un bastón en el que apoyarse constante- mente, una herencia que nos transmitiría a nosotros” (20). Xuela, por su parte, es hija de una madre caribe, un pueblo que había sido “exterminado, arrojado y esparcido como semillas en un jardín” (20), y un padre con ances- tros europeos y africanos. Desde esa posición de heredera de un pueblo exterminado y otro “derrotado pero (que) había sobrevivido” (20), la narradora reconoce el poder de la escuela y las instituciones coloniales para destruir la autoestima de los colonizados y, peor aún, para impedir que entre ellos se construyan vínculos de solidaridad y comunidad. En este sentido, Autobiografía de mi madre se siente muy cercana a textos fundamentales del pensa- miento anticolonial, como los de los también afrocaribe- ños Aimé Césaire y Frantz Fanon. 54

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