Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile
libros de que repetía una escena de un film, de Garbo: mi madre, acaso sin saberlo, estaba citando” (“Levantar la casa”). Molloy, entonces, se escribe a sí misma en el acto mismo de recordar, como antes lo hiciera, obsesivamente replegada en su mundo, la madre: “Recuerdo estas pala- bras de mi infancia, en tardes en que hacía los deberes y escuchaba hablar a mi madre y a mi tía que cosían en el cuarto contiguo. Reproduzco este desorden costurero en mi memoria”, escribe Molloy sobre las palabras con que las mujeres de su casa hablaban de la costura (“Homena- je”); “Los recuerdos de los años cuarenta, de los comien- zos de los años cuarenta, me asaltan a veces con la fuerza de los miedos mal resueltos, esos que dejan una marca en el cuerpo, como un temblor”, precisa a propósito de la Segunda Guerra Mundial (“Schnittlauch”). La memoria se transforma en espacio de disputa cuando con su amigo Pablo discuten sobre la que fuera su casa de la infancia: Pablo le envía desde Buenos Aires la terrible noticia de LORENA AMARO Directora Instituto de Estética UC. Investigadora FONDECYT e investigadora Plataforma Interdisciplinaria Normalidad, Diferencia y Educación. «Durante muchos años Molloy investigó las escrituras del yo y por lo mismo no es de extrañar que reconozca así la porosidad y contradicciones de la memoria y las elabore en estos breves textos, bellos homenajes a la relación que establecemos con un pasado dinámico, cambiante, como un sueño» que ya no existe. En un viaje se encarga de ir a verla y descubre que “la casa está igual que la última vez que la vi, hace unos pocos años cambiada, sí, de cuando yo vivía en ella [. . ], pero todavía reconocible”. La polémica se zanja de manera inesperada: “Acaso los dos tengamos razón”. Durante muchos años Molloy investigó las escrituras del yo y por lo mismo no es de extrañar que reconozca así la porosidad y contradicciones de la memoria y las elabore en estos breves textos, verdaderos y bellos homenajes a la relación que establecemos con un pasado que aparece sin encapsular, un pasado dinámico, cambiante, como un sue- ño, al que no dejamos de interpelar desde un presente que tampoco deja de fluir. Y el propio libro de Molloy (que yo leyera hace años) no cesa de transformar sus mensajes ahora que ella ha muerto. Es imposible no pensarlo cuando releo la última viñeta, “Atmosféricas”, dedicada a la caída de las Torres Gemelas en 2001, pero también, sutilmente, a su familia ya desaparecida: “Fue entonces cuando me sorpren- dí pensando en mi madre, mi padre, mi tía, mi hermana: todos muertos. Eran recuerdos o sueños [. . .] de un pasado muy lejano, cuando todavía no sabía que no iba a pasar el resto de mi vida en Buenos Aires, recuerdos de niñez, de adolescencia”. En esos meses de 2001, la narradora de esta “atmosférica” —es más eso que una historia— se desfasa, se desorienta: octubre y abril, los hemisferios norte y sur se confunden, y el ladrido de un perro la lleva de vuelta al ho- gar: “Estoy en Buenos Aires, me digo, estoy en casa de mis padres”. El mundo la desmiente: “No, no me he ido. Está refrescando, mejor que entre”, escribe Molloy y el retintín de esta frase en boca de su narradora, “no me he ido”, se me queda dando vueltas, impulsada por la manivela de mis propios recuerdos, fantasmas y evocaciones.
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