Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile

¿Por qué no aplicar las herramientas de la antropología para estudiar las prácticas sociales de los propios modernos ? ¿Qué pasa si volvemos extraño aquello que, precisamente, se nos presenta como el epítome de la racionalidad occidental, a saber, la ciencia y la tecnología? BELTRÁN UNDURRAGA Académico del Instituto de Sociología de la Universidad Católica. Sociólogo, licenciado en Filosofía (PUC) y Doctor en Teoría Política (UCLA). mundo natural. A propósito del negacionismo climático, Latour no se cansó de decir en los últimos años que la fuen- te de la objetividad de las ciencias está en la solidez de sus construcciones, y no en una especie de acceso a la realidad inmediato y puramente cognitivo. Nunca fuimos modernos El trabajo de Latour sobre la vida en los laboratorios le dio un impulso fundamental a la sociología de las ciencias, y en particular a los llamados “estudios sociales sobre la ciencia y la tecnología” (STS, o CTS en castellano), que han cala- do hondo en diversas partes del mundo, Chile incluido. En paralelo, y junto a otros colegas, Latour inventó la teoría del actor-red, un enfoque multidisciplinario que rápidamente se expandió más allá del estudio de la ciencia y la tecnología para decantar en una teoría social sumamente novedosa, on- tológicamente radical y empíricamente fundada. Dejando mucho de lado, sería posible resumir ese apor- te como un cuestionamiento profundo y fértil de lo que significa la “modernidad”, exhibiendo la diferencia entre lo que pretendemos ser cuando decimos que somos “moder- nos”, de un lado, y lo que realmente hacemos , del otro. Dos lecciones importantes se desprenden de ese gesto. En primer lugar, los modernos —dice Latour— nos jactamamos de ser distintos (y superiores) a los premo- dernos. En esa narrativa, la fuente de nuestra superioridad radicaría en la capacidad que tenemos de diferenciar entre “sociedad” y “naturaleza”, entre las vociferantes y mudables opiniones e intereses de la vida social, y la muda y fría obje- tividad de la naturaleza, cuyo portavoz son las ciencias. La- tour argumenta que esta es una muy mala descripción de lo que en realidad hacemos en nuestras sociedades modernas. Como si estuviera respondiendo al llamado que Hannah Arendt hizo, precisamente a propósito de la tecnociencia contemporánea, a “pensar en lo que estamos haciendo”, Latour plantea que si prestamos atención a nuestras prác- ticas sin los prejuicios de la autocomprensión moderna, reconoceremos rápidamente que sociedad y naturaleza se imbrican y constituyen mutuamente todo el tiempo. Lejos de dividir y purificar el mundo en dos compartimentos ais- lados (lo social y lo natural), lo que hacemos es mezclarlos todo el tiempo. Es por eso que, como reza el título de su libro más importante, nunca fuimos modernos . El problema es que al contarnos el cuento de la división entre naturaleza y sociedad, dejamos que los enredos existentes entre ambas proliferen de manera indiscriminada. La crisis climática, la amenaza nuclear o la pandemia no hacen sino enrostrarnos lo absurdo de nuestra complaciente autocomprensión. Los premodernos, en cambio, conocen perfectamente el carác- ter híbrido del mundo, y por eso son tan cautelosos al mo- mento de intervenir en él. De ahí su malentendido “atraso”. En segundo lugar, la ciencia y la tecnología son centrales en la constitución de los enredos entre “lo social” y “lo natu- ral”. Las investigaciones de Latour lo llevaron a desafiar un supuesto basal de las ciencias sociales: que la sociedad está hecha única y exclusivamente de actividad humana, con sus ideologías, intereses y discursos. La teoría del actor-red plan- tea, en cambio, que en la conformación de lo social intervie- nen más actores de los que reconoce el canon de la sociolo- gía. Basta pensar nuevamente en la zoonosis del covid-19. La pandemia nos ha enseñado que los virus, los antígenos, las vacunas y las mascarillas son tan protagonistas de la cons- trucción de lo social como las autoridades sanitarias, los viró- logos, los debates parlamentarios y los grupos antivacunas. Lo mismo cabe decir respecto a las tablets y smartphones que hicieron posible seguir trabajando y mantener una cierta normalidad durante las cuarentenas; sobre la zona de sub- ducción tectónica que nos tiene acostumbrados a los desas- tres socionaturales; o sobre la infraestructura de semáforos vandalizada tras el estallido del 18/O. No se trata de meros recursos de una vida social puramente humana, ni son sim- plemente el escenario sobre el cual ella transcurre. Las cosas no-humanas, que solemos dar por sentadas, son mucho más activas y protagónicas de lo que creemos. La sociedad no es algo dado de antemano, sino el fruto más o menos estable de una coreografía continua y situada de “actantes” heterogé- neos; un “colectivo” hecho de elementos, fuerzas y procesos humanos y no-humanos. El núcleo del legado de Latour son las constataciones de que en la modernidad proliferan los híbridos de socie- dad y naturaleza, y que la capacidad agencial de hacer una diferencia en el mundo no es prerrogativa de los huma- nos. Dos ideas impropias desde el punto de vista conven- cional de las ciencias sociales, pero asombrosas desde una mirada desprejuiciada. 40

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