Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile

PERFIL Sincerar la modernidad Admirador profundo de la práctica científica, el aporte más significativo de Bruno Latour fue renovar nuestra capacidad de asombro ante el mundo, la sociedad y la naturaleza. En ese sentido, fue ante todo un filósofo. Y lo fue también en el sentido que alguna vez apuntara Deleuze: un inventor de conceptos. POR BELTRÁN UNDURRAGA E n marzo de 2020, cuando apenas comenzába- mos a ponderar el impacto que la pandemia del covid-19 iba a tener en nuestras vidas, la cuenta de Twitter de Bruno Latour mostraba un mapa de China ilustrando el súbito descen- so de la contaminación ambiental en las zonas urbanas, en Wuhan, debido al encierro tras la zoonosis. Lo acompañaba la siguiente observación: “¿Se acuerdan cuando era difícil aceptar que no-humanos, como los microbios, podían ser actores de suyo propio —actantes, más bien— capaces de construir asociaciones además de aquellos actores más ‘clási- camente’ sociales? Ahora es sentido común”. La conclusión era un tanto apresurada, pero cuesta no leer en la pandemia una vindicación —tardía pero reconfortante— de una de las ideas más polémicas, rupturistas y mal entendidas de este antropólogo, sociólogo y filósofo francés. Hay más que solamente humanos en la constitución de la vida social. La influencia y el legado de Latour, quien falleció en oc- tubre a los 75 años a causa de un cáncer, son incalculables. Durante décadas, oxigenó y reorientó a las ciencias sociales con una mirada fresca sobre la ciencia y la tecnología, y propició como pocos un diálogo entre quehaceres y disci- plinas usualmente desconectadas. En sus libros y proyectos confluyen —animados por un pathos a la vez empirista, especulativo y experimental— metafísica, sociología, an- tropología, biología, química atmosférica, ingeniería, me- dicina, arquitectura, derecho, artes plásticas y escénicas en torno a un mismo y persistente esfuerzo por comprender el mundo y ensayar respuestas apropiadas a sus formidables desafíos. En particular, Latour dedicó las últimas décadas de su vida a repensar la política ante la catástrofe climática que hemos provocado y ya comenzamos a padecer. Admirador profundo de la práctica científica, su aporte más significativo fue renovar nuestra capacidad de asombro ante el mundo, la sociedad y la naturaleza. En ese sentido, Latour fue, ante todo, un filósofo. Y lo fue también en el sentido que alguna vez apuntara Deleuze: un inventor de conceptos. Conceptos que en última instancia arrancan de la epifanía que, según cuenta en su texto Irreducciones (1984), tuvo a los 25 años mientras manejaba su citroneta por la Borgoña francesa: “Nada puede reducirse a otra cosa, nada puede deducirse de otra cosa, todo puede asociarse con todo lo demás”. Las siguientes décadas de investigación empírica y teórica, en cierta medida resumidas en los dos- cientos caracteres de aquel tuit sobre la pandemia, fueron la cosecha de esa temprana intuición metafísica, cuyo resul- tado fue un cuestionamiento y redefinición radicales de lo que significa la modernidad occidental. A fines de los años 70, habiéndose formado en teología y filosofía con los jesuitas, y tras una estadía en África don- de comenzó a incursionar en la antropología, se le ocurre algo impensado: en vez de estudiar sociedades arcaicas, ¿por qué no aplicar las herramientas de la antropología para es- tudiar las prácticas sociales de los propios modernos ? ¿Qué pasa si volvemos extraño aquello que, precisamente, se nos presenta como el epítome de la racionalidad occidental, a saber, la ciencia y la tecnología? Invitado por un amigo, Latour realiza una etnografía de un laboratorio de neuroendocrinología en San Diego, California. Allí descubre que “la ciencia en acción”, es de- cir, la investigación científica en tanto práctica concreta y situada, distaba mucho de ser lo que la filosofía de las cien- cias venía planteando por mucho tiempo: un conocimien- to que se aproxima asintóticamente a una verdad objetiva “allá afuera”, a condición de cortar todos sus lazos con el ajetreo mundano. Latour se percata de que las prácticas de científicos y técnicos en el laboratorio son, como todas las prácticas, sociales. No acontecen fuera de la sociedad, en un recinto purificado y aislado del resto del mundo. Muy por el contrario, las teorías científicas y los artefactos tecnológi- cos son resultado de la acción conjunta, irreductible , de un entramado de actores sumamente heterogéneo —micros- copios, instituciones, técnicos, créditos bancarios, proteí- nas, impresoras— que no hace sino conectar a las ciencias con la sociedad. Es tomando parte de la vida social, y no restándose de ella, que la ciencia descubre verdades sobre el 39

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