Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile
corpus, que es una lista a la cual nunca terminamos de co- nocer, el canon queda como en suspenso. Un suspenso es- tético, o libidinal. O sea, la idea no es llegar a proponer otro canon, o un canon “mejor”, sino la pura lista más grande. Esto es revulsivo sobre todo si uno no es precisamente un favorecido por el canon literario y por otro tipo de órdenes sociales o geográficos. Por ejemplo, los nombres y apellidos de los y las poetas no están siempre emparentados por su presunta importancia, sino por una cosa en apariencia tan para la risa como sus valores fónicos, por cómo van riman- do. Me parece que es una forma posible de poner en juego los parentescos autoritarios, el orden de las familias. De to- das maneras, sospecho que más de algún ordenamiento feo y de la vieja guardia debe colarse en mis listas y en cualquier otra lista o cualquier otra cosa que se piense o escriba. Confiesas en el epílogo que Arresten al santiagui- no inicialmente formó parte de un plan académico de lo más serio (“indagar en las narrativas estereotípicas de las provincias de Chile”), pero que el resultado tendió a duplicar flagrantemente los esquemas del colonialismo interno. — Curepto… quiere hacerse cargo de eso, un poquito, al menos. Encuentro que el libro ofrece materiales para repensar una porción de la literatura chilena respecto de sus condiciones de geopolítica interna, o sea, dentro de la nación: cómo gravita la situación espacial en los discursos y las prácticas, en la escritura y la lectura, cómo se han ido entronizando una serie de tópicos, algunos muy per- sistentes y otros más bien epocales, los estereotipos de la provincia, por un lado, y luego una secuencia que va del criollismo al larismo y después a lo que llamo regionalis- mo. Sobre lo que yo veo que está pasando ahora, hay tam- bién algunos párrafos, pero ahí la verdad es que me quedó harto paño territorial que cortar. Mi impresión es que hay perspectivas nuevas. Una de ellas, harto menos colonia- lista, es todo el asunto del flujo y del desplazamiento. Es frecuente que el tema reaparezca hoy en la forma del viaje interprovincial, del ir y venir constante del campo a la ciudad o entre la capital y la periferia y viceversa. Commu- ters , como planteaba Raymond Williams. Los buses, por ejemplo, son un locus repetido en la narrativa contempo- ránea que alude a estos temas, lo cual no es muy difícil de explicar si uno cae en la cuenta de la evolución de los transportes y las comunicaciones. Gocé tanto Arresten… que lo he regalado para na- vidades y cumpleaños, incluso, a lectores no-tan-lec- tores. Tiempo después me han llamado para comen- tar que se rieron mucho, pero no saben si contigo o de los escritores… —O se rieron de mí, porque la persona que habla en ese libro se pone en evidencia ridícula también, como un caballero contradictorio y antojadizo, que más encima ope- ra desde Santiago y, en ocasiones, ¡desde Ñuñoa! El humor no viene dado en el texto, en ningún texto, y en realidad es un acontecimiento de lectura que puede no darse jamás. Es difícil para mí cachar qué tipo de risa es la que se genera con esos perfiles, si es una risa a lo Bergson, a lo Freud, a lo Parra, a lo Hannah Gadsby o a lo Guardianes de la galaxia , de verdad no sé. Pero ese no-saber no deja de re- sultar significativo, porque podría estar reafirmando un punto clave: lo provinciano como una aporía de lo woke , lo provinciano como algo de lo cual es posible abominar o burlarse aún sin ninguna clase de remordimiento. ¿Qué tal si la identidad de un espacio, igual que la de una obra o una persona, no fuese una cadena perpetua? —Hace tiempo nos entusiasmó una especie de ofertón posmoderno: nadie ni nada iba a estar fijado nunca más a una identidad eterna. Con los años, parece que no resul- tó mucho: a uno lo siguen poniendo en su lugar a cada rato o jorobando hasta por lo que dijo al despertar de una anestesia. Respecto de quien escribe, la propia biografía con sus vergüenzas puede ser un obstáculo para la obra, para la propia obra. Incluso la misma obra deviene obstáculo para la obra, y hasta la literatura en su conjunto acaba obsta- culizando. Con eso quiero decir que cualquier imagen o autoimagen que se haya perpetuado puede transformarse en un lastre e impedir que aparezca lo que debería aparecer. Respecto de las provincias, la versión más reciente de aquel tópico que habla de retraso esencial o de antimodernidad fatalmente pueblerina es la que se vale de las preferencias electorales, no solo en Chile. Hoy se trata al provinciano de fascista tal como antes se lo tildó de poco patriota o de pavo o de cochino. ¿Pero y qué tal si a veces, oídas desde el otro lado, estas voces de vanguardia suenan como las mis- mas voces de siempre, esas que antes decían “sé hombre” y ahora dicen “deconstrúyete”, o que antes decían “quema tu bosque para poner vacas” y ahora dicen “pásanos tú bosque para poner un ecolodge ”? El mismo tono, la misma piel, capaz que hasta los mismos gestos de patrón o patrona o patroncito. Digo patrón también en el sentido de modelo o medida. Y si existe eso del retraso, cosa que dudo, con- vengamos en que no podría ser intrínseco y que el mismo orden centralista debe contarse entre sus causas. «Hace tiempo nos entusiasmó una especie de ofertón posmoderno: nadie ni nada iba a estar fijado nunca más a una identidad eterna. Con los años, parece que no resultó mucho: a uno lo siguen poniendo en su lugar a cada rato». 37
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