Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile
intelectuales feministas de clases altas recurrieron al trabajo “puertas adentro” de otras mujeres. Y esa cadena de explo- taciones entre mujeres, aunque causada por una estructura patriarcal, es difícil de explicitar. Así que la incomodidad, muy probablemente, también ha jugado un papel. Los patrones de la novela corren todo el tiempo una carrera sin sentido, en que el trabajo parece algo así como la espera de la muerte. Estela dice: “La vida tiende a ser así: una gota, una gota, una gota, una gota, y luego nos preguntamos, perplejos, cómo es que esta- mos empapados”. ¿Qué nos dice esto sobre el mundo que hemos construido? —Sara Ahmed habla sobre la promesa de la felicidad como trampa neoliberal y patriarcal. Ahí está en el hori- zonte la felicidad como algo hacia lo que supuestamente avanzamos cada vez que satisfacemos las expectativas que la sociedad de- posita sobre nosotras como mujeres, como integrantes de una clase social, e incluso como trabajadoras. Expec- tativas de género y expectativas de clase: emparejarse, tener hijos, as- cender, ganar dinero, endeudarse, adquirir, y luego reproducir esa fe- licidad en fotos que se comparten performáticamente. ¿Qué pasa si alguien agrieta ese simulacro? Ese alguien, en Limpia , es Estela. También está la pregunta de por qué tener hijos en un mundo en que todo está hecho para no poder ha- cerse cargo de ellos: las estructuras sociales, y en particular laborales, están diseñadas en torno a las nece- sidades de los hombres, y por lo mismo, no hay espacio para la crianza. ¿Cómo se explica una cultura en que se celebra y hasta se exige la maternidad, pero se sabotea la crianza? —Creo que las mujeres con hijos sobrellevan las exi- gencias sociales a duras penas, montando una serie de es- trategias que en ocasiones pueden ser peligrosas. Asumir, por ejemplo, una épica del sacrificio maternal nos pone de vuelta de un plumazo en la mística de la feminidad de los años sesenta, pero con una siniestra voltereta con- temporánea. Porque aparte de buenas madres, buenas esposas, amigas, colegas, tenemos que ser profesionales destacadas. Hay mujeres que se agrupan para encontrar diferentes formas de crianza, hay parejas que efectiva y afectivamente se encargan de su parte en el cuidado; hay también trabajadoras que al organizarse demandan como parte de sus condiciones de trabajo la considera- ción digna de la maternidad. Pero la contradicción sigue siendo brutal: se exige la maternidad al sujeto femenino, se castiga a quienes optan por otro camino, pero a quie- nes sí lo recorren se les castiga también. —Aclaro que esto no es un spoiler : la novela cierra con una suerte de alegoría del estallido de 2019, como si la voz de Estela se amplificara hasta convertirse en un grito colectivo. Si uno mira en retrospectiva lo que pasó en Chile, se pregunta hasta qué punto alzar la voz es solo el primer paso de muchos otros. —La novela transcurre casi exclusivamente entre cuatro paredes: la del encierro innominado desde donde Estela narra, y la casa, que es casi una prisión. Una pre- gunta que me planteé fue qué estaba haciendo con esta novela: ¿reivindicarla o castigarla? Y no es que crea que la literatura deba tener un rol pedagógico o un impera- tivo optimista, pero en cierto punto esa vida sin salida me hizo ruido. Y creo que esa falta de horizonte, ese “cada uno por y para sí mismo” también le hizo ruido a la sociedad chilena en 2019. Porque la revuelta fue un estallido de desconten- to, pero también fue un momento de reencuentro. Así que Estela, en algún punto, se vuelve parte de algo mayor, su voz pasa a formar parte de un coro, aunque ese momento y ese coro sean fugaces en la novela. Hay una alianza invisible y po- derosa entre Estela, Yany —la perra callejera que adopta y que quiebra el relato— y la niña. Las tres valen como las marginadas del “gran relato del éxito” en el que viven los padres. El perro, desde la cultura clásica, ha sido relacionado con lo más bajo de la sociedad; los niños son considerados como seres pro- fundamente dependientes, y las “nanas” son quizás las figuras más vulnerables a nivel social. —El quiltro, porque no es cualquier perro, forma parte de nuestra identidad nacional. Simboliza la mezcla, pero también cierta libertad, la negación de una domes- ticidad, la calle como casa. Refleja fragilidad, pero a ratos también la potencia de establecer alianzas inesperadas. Alianzas libres, no de dominación. Los quiltros son ani- males nobles, pero también impuros, y por eso son ex- cluidos, mal vistos. Así que tenía que haber un quiltro, porque abre la posibilidad de la ternura, es una compañía sin preguntas y hace que Estela baje la guardia. Porque querer implica volverse vulnerable. En cuanto a la niña, ella también anhela esa compañía y algún tipo de alian- za significativa, pero en su caso no alcanza a configurarse como alianza, diría yo. Nunca deja de ser la hija de los patrones, la niña que, con su muerte, marca el final de una genealogía familiar. El final de la familia. 33
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