Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile
mantiene la vida familiar en pie. Sin ella, nada funcio- naría, pero en la casa es un personaje incómodo, casi in- visible. Rara vez se la oye hablar, y cuando un día decide no abrir más la boca, nadie se da cuenta. Hasta que llega a una sala de detención —no se sabe por qué hasta el final—, y sin importar si alguien la escucha, toma la pala- bra con una fuerza arrolladora. Como si, de un momento a otro, la mujer reconociera el peso de las palabras. —Me acompañaron un montón de preguntas difíci- les en la escritura de este libro. Por qué escribir en prime- ra persona. Qué palabras ocuparía Estela. Cómo escribir su rabia. Cómo aprovechar la estructura de un policial para que ella pudiera narrarse a sí misma. Y la cuestión de qué es ser escuchada y si acaso escuchar puede ser un gesto subversivo —explica Trabucco—. Estela no puede decir “basta” porque su negativa no tiene efecto alguno. Y al poco tiempo, ella calla. Un silencio en el que nadie repara, porque nadie la escucha. Pero ese silencio tam- bién puede ser leído como un gesto de resistencia, como un silencio elocuente, hablador. Tillie Olsen habla de los “silencios no naturales” de las mujeres, de esa “frustración no natural de aquello que lucha por llegar a ser, sin lograrlo”. ¿Cuál crees que es la importancia de tomar conciencia de ese silencio histórico que acarreamos quienes hoy podemos hablar? —Pienso en otro libro para acompañar la reflexión de Olsen: Dar cuenta de uno mismo , de Judith Butler, donde habla del silencio como un modo de cuestionar la autoridad cuando exige una determinada respuesta. En ese caso, el silencio funda una zona de autonomía. Me pregunto, entonces: ¿no habremos estado muchas veces sujetas a la exigencia de responder de una cierta manera, con ciertas palabras y en cierto tono? Y, de ser así, ¿no será que algunos de nuestros silencios han sido también maneras de resistir? No digo todos, por supues- to. Por otro lado, cada vez que ese silencio impuesto ha sido roto, la sociedad encuentra estrategias para silenciar otra vez. Lo dice Mary Beard en Mujeres y poder : la voz femenina ha sido históricamente deslegitimada. Se dice que es muy aguda, dubitativa, que no tiene autoridad. Y es que no hemos aprendido a oír autoridad en esas voces, en nuestras propias voces. Pasó con Elisa Loncon cuando presidió la Convención Constitucional: critica- ron su tono y su forma, intentando así silenciarla. Pero la disputa sigue. La disputa siempre sigue y la voz se alza pese a los sucesivos silenciamientos a los que las mujeres estamos expuestas. En Las homicidas y Limpia hay un proyecto común que tiene que ver con ampliar el espectro afectivo asig- nado a las mujeres: la rabia, el odio, son emociones hu- manas. ¿Por qué quisiste volver a esta idea? —Me intrigan los modos en que la sociedad atribuye de manera totalmente arbitraria ciertas emociones a las mujeres y otras a los hombres. Es absurdo y, sin embargo, ¡tan persistente! La rabia es un ejemplo clarísimo: cada vez que se asocia a lo femenino se califica como irracional o histérica y se deslegitima. La rabia, en Estela, se traspasa a su voz, al ritmo de sus palabras, a cierta estética que acaba configurando su subjetividad. Y aunque me encanta escri- bir ensayos, una novela permite de maneras más oblicuas indagar en zonas incómodas y llegar a lugares inesperados. Esa incomodidad es algo que me interesa. Alianzas invisibles Cuando los periodistas le preguntaban a Alia Trabuc- co por qué decidió escribir sobre asesinas en Las homici- das , ella solía decir que estudiar a las mujeres borroneadas de la historia también es una tarea del feminismo. Con Limpia sigue ese camino: desde los movimientos sociales, e incluso desde los feminismos, ha habido siempre una incomodidad con la figura de la “nana”, no solo porque encarnaría algunos de los estereotipos femeninos más arraigados —la sumisión, lo sacrificial, la pasividad—, sino también porque, como ha dicho la investigadora Ana Millaleo, el rol de empleada doméstica replica la ló- gica de conquistadores y conquistados. —La dicotomía público/privado borra todas las labo- res que ocurren al interior del hogar como si no fueran trabajo, sino actos de amor. Se cocina por amor, se limpia por amor, se cuida por amor. Y el amor, por supuesto, no es considerado trabajo —advierte Trabucco—. Ese discurso sigue arraigado, pero creo que la labor del femi- nismo contemporáneo ha sido clave a la hora de visibilizar el problema. No deja de ser sospechoso el borramiento de la “nana” como integrante de la clase trabajadora y como parte de ciertas luchas populares históricas. Esto ha lleva- do de la mano un borramiento de su labor en la conquista de derechos básicos, donde organizaciones como SIN- TRACAP [Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular] han tenido un papel crucial. Dónde se borra y a quién se silencia puede ser mucho más decidor que constatar quié- nes tienen el micrófono y qué es lo que dicen. ¿Por qué al feminismo le ha costado tanto aceptar a las empleadas domésticas como trabajadoras? —Creo que el feminismo contemporáneo ha puesto este tema con fuerza sobre la mesa. La idea de un sistema nacional de cuidados y plantear abiertamente que cuidar es un trabajo son propuestas de la actual ola feminista. Pero creo que tienes razón, hay una deuda con la trabajadora de casa particular, lo que tal vez se deba a dos razones. Prime- ro: admitir que somos seres vulnerables, que dependemos de esas labores de cuidado, socavaría las bases del mode- lo actual que está fundado sobre un mito de autonomía individual. Así que borrar los trabajos domésticos cumple un papel clave en el mantenimiento del orden económico y social. Lo segundo es una elucubración: tal vez algunas 32
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