Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile

pulares) y, al mismo tiempo, imponer el control sobre lo que se escribe a través de las muchas variantes de la censura. Es que cifrar y descifrar el mundo tiene una capacidad pe- ligrosa: posibilita la resistencia al poder. Por ello, las viru- lentas reacciones al error contenido en el artículo 116 de la propuesta escondían acaso una de las pulsiones más nítidas del señorío fáctico y la derechona expresiva desde los inicios del proceso: desautorizar la escritura. Sin embargo, bajo el error del artículo 116, sus airadas secuelas y el intenso aroma a imposición de una “escritura censitaria”, subyace también la rémora medieval de Tutivi- llus. A juzgar por lo que se hipaba en la prensa y las redes sociales, el nuevo texto constitucional era todo un gran ga- zapo, un libro de erratas acompañado de unos cuantos inci- sos, engendrado por un demonio escondido en la soberanía popular, que torcía los renglones de Dios, la familia, la uni- dad nacional y la propiedad. El diablo había metido su cola letrada en el texto porque sus escribanos-constituyentes eran él y lo mismo. Se trataba, entonces, de exorcizar a ese belcebú indígena, feminista, federalista o ecologista que se había apo- derado y empoderado de escritura. Así, aunque paradójico, con el rechazo plebiscitario se cumple aquella regularidad en la historia de la cultura escrita: privar de inscripción e inter- pelación al orden social a determinados colectivos de la so- ciedad. Con este precedente a cuestas, no resulta extraño que “los bordes” constitucionales que se ha empeñado en erigir la clase parlamentaria no sean más que un cerco de cruces laicas para impedir que se cuelen los demonios de la escritura. Algo se perdió, algo no se transfirió. “La escritura que importa es la que es capaz de copiar la cara del que lee”, decía Enrique Lihn. Es que el proceso estuvo sembrado de parado- jas, muchas de ellas escriturales. Una de estas se sitúa precisa- mente en los privilegios de la inscripción. Hace un tiempo, el exconstituyente Renato Garín —que fue un representante más que líquido, gaseoso en materia de adscripciones políti- cas—, aseguró haber descubierto en el proceso que detrás del pueblo movilizado “había un intolerante, poco educado, que lee poco y le cuesta debatir”; que la Convención fue solo una “experiencia literaria” y que había votado Rechazo. Tal vez, con “experiencia literaria” quiso decir que él intentó escri- birla, pero las palabras no le obedecieron. O —mucho más probable— que la Convención solo había alimentado su po- der sobre la escritura y, como otros ilustrados, se aprontaba a publicar un libro que protagonizaba él teniendo al proceso constituyente como decorado. “Yo no escribo, corrijo”, decía el guatemalteco Augusto Monterroso, como queriéndole ganar la partida al demo- nio de la imperfección. Pero Tutivillus es travieso, indócil, y cuando parece que quiere arruinar, mejora. Cuenta José Lezama Lima que este diablillo se coló en el periódico El Nuevo Regañón y donde debía decir “Un oído delicado es imprescindible a todo buen poeta”, Tutivillus se las arregló para que se imprimiera una verdad del oficio: “Un odio de- licado es imprescindible a todo buen poeta”. El español Ra- món J. Sender escribió en solo 23 días su novela Mr. Witt en el Cantón (1936). La premura le hizo escribir “docenas de trompetas tocaban no se sabía dónde el himno inglés God shave the King ” (“Dios afeite al Rey”). No obstante, diversos autores y libros han extendido el equívoco que la errata afeitaba a la reina y no al rey ( God shave the Queen ), duplicando el error, pero también, perfeccionándolo. Está documentado que existieron muchas erratas intencionales, algunas buscando sortear la censura y otras, lisa y llanamen- te, propinar navajazos políticos invisibles. Por lo mismo, podría pensarse que el propio Sender, republicano —su mujer y su hermano fueron fusilados por los nacionales— se vengó muy oblicuamente de la derecha monárquica, aquella viuda de Alfonso XIII, cuyo reinado unió su desti- no a la dictadura de Primo de Rivera. Me pregunto si cabe —aún en el vigésimo desvelo— hipotetizar sobre un cut-paste emponzoñado en el error que alteró la carne y el espíritu del artículo 116. En fin. Huellas, indicios, que nos advierten, ya aquejados de bor- des y alambradas escriturales, de que no solo persistirá Tu- tivillus y los exorcistas de la letra, sino y de sobre manera, aquella agonística de la escritura frente a la que no se debe claudicar. ¿Cómo es aquella maldición China? Ojalá vivas en tiempos literarios. YANKO GONZÁLEZ C. Antropólogo, poeta y académico de la Universidad Austral de Chile, autor de Metales pesados (1998) y Los más ordenaditos. Fascismo y juventud en la dictadura de Pinochet (2021). Rijksmuseum/Europeana 29

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