Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile
La arquitectura en un paisaje amenazado El mayor compromiso que debería asumir la arquitectura es con su entorno y con los modos de habitar en un paisaje cada vez más desafiante, de manera de entregar seguridad a sus habitantes ante amenazas como terremotos, tsunamis o inundaciones. ¿Cuáles son hoy los desafíos para posicionarse adecuadamente en el territorio chileno? POR JORGE INZULZA L a Real Academia Española define la arquitec- tura como “el arte de proyectar y construir edificios”, lo que considera varios aspectos además del edificatorio o del estrictamente formal. Las definiciones académicas actuales avanzan hacia una relación biunívoca entre las personas que habitan en la arquitectura y las condiciones adecuadas del entorno, que incluye tanto el medio construido como el natural. Es aquí donde entra el paisaje en su concep- ción más amplia, el cual podemos apellidar como “paisaje humanizado”. Entender su conformación en este siglo implica involucrar no solo el estudio de la arquitectura, sino más ampliamente la interrelación con la geografía, la geología y la antropología, entre otras disciplinas que convergen en este sistema mayor. ¿Cómo es el paisaje humanizado de las últimas déca- das en nuestro país? Desde el inicio de la enseñanza es- colar, aprendemos que Chile, de norte a sur, posee una diversidad de paisajes naturales como el selvático, desérti- co, montañoso, fluvial, lacustre, costero y polar, según se indica en el currículum nacional de Historia y Geografía. Además, desde su morfología transversal, es posible dis- tinguir, de este a oeste, grandes unidades de relieve como la cordillera de los Andes y la cordillera de la Costa, así como la depresión intermedia y las planicies litorales que varían en su superficie a lo largo del país. Explorando las fotografías de los textos educativos oficiales, es posible ver cómo se han acuñado en nuestra memoria colectiva imágenes icónicas en las que el paisaje humanizado se relaciona con un tipo de arquitectura, tales como las viviendas de San Pedro de Atacama, los funicula- res de Valparaíso o los palafitos de Chiloé. Estos ejemplos se repiten en las fotos con las que se promocionan las bellezas y diversidad de parajes de Chile. Además, en muchas de ellas aparece el océano Pacífico de fondo, un volcán como hito natural o un río emblemático que baña la vida cultural de ciudades con borde fluvial y/o costero, donde este tipo de medio natural es imperante, pero a la vez puede ser una amenaza para quienes ahí habitan. Cada cierto tiempo nos enfrentamos a eventos de la na- turaleza como terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas e inundaciones que pueden terminar en una catástrofe y que, por lo tanto, requieren de nuestra atención y preparación. En ese ámbito, el rol de la arquitectura es crucial tanto en su con- cepción del diseño estructural como desde su emplazamiento en el territorio, para mitigar los efectos devastadores de es- tos eventos. No podemos dejar de mencionar el terremoto y tsunami de 2010, el que nos dejó lecciones aprendidas, pero que parecen desvanecerse en el tiempo. Por ejemplo, la reu- tilización de bordes costeros —arrasados en esa ocasión por una ola— con vivienda u otro tipo de edificación perma- nente es un tema que aún requiere de una normativa más específica para regular este territorio amenazado. Desde este hito, y desde otros que hemos vivido —por ejemplo, el terremoto y maremoto de Valdivia de 1960 o los ocurridos en la macrozona central en 1965, 1971 y 1985— hemos sido testigos de la gran transformación del territo- rio donde los habitantes de aldeas, pueblos y litorales no solo tuvieron que reconstruir sus viviendas e infraestructura basal como caminos, carreteras y hospitales, sino también debieron restablecer la confianza para volver a sus lugares originales. En la mayoría de estos casos, la incertidumbre de no saber si venía otro evento catastrófico o dónde era posible relocalizarse con sus familias y a qué distancia del borde mar o del lecho de un río, dejó huellas socioespaciales en nuestro paisaje humanizado, las que merecen ser revisi- tadas y analizadas para no cometer los mismos errores de planificación del territorio. COLUMNA 18
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