Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile
E xplorando caminos que contribuyan al enten- dimiento del presente, el psicoanalista argenti- no Yago Franco, en Transfiguraciones: psicoaná- lisis de la pandemia (2022), invita a pensar la emergencia de la crisis sanitaria mundial como aquello que amenaza con la destrucción de una normalidad que, por más sufrimientos que genere —crisis climática, guerras, enfermedades y un largo etcétera—, propicia una suerte de desorden ordenado. Franco alude al modo en que nos acostumbramos a vivir en una sociedad que intoxica al medio ambiente y, a la vez, está constituida por subjetivi- dades intoxicadas, pero que nos obstinamos en conservar, al punto de renegar el hecho de que ella nos condujo a la pandemia. Tal como Fausto, dice el psicoanalista, nos enfermamos como consecuencia de nuestra irrefrenable omnipotencia. Por ello, resulta fundamental problematizar ese “negacionismo colectivo”, esa insistencia por evitar lo incierto y cegarnos frente a aquello que amenaza con desarticular el mun- do instituido. A partir de estas re- flexiones surge el interés por dialogar con Rober- to Aceituno, psicólogo y académico de los depar- tamentos de Psicología y Psiquiatría de la Uni- versidad de Chile, para situar la pregunta por los sufrimientos sociales y subjetivos que se han hecho visibles en el devenir de Chile en estas últimas décadas. Hasta hace poco nadie reconocía las políticas de sa- lud mental como algo importante en Chile, pero hoy, de pronto, están en el centro. ¿Cómo se explica? —Uno de los motivos, creo, tiene que ver con lo que se ha llamado la “individualización del malestar”: el malestar, una experiencia colectiva e histórica, que tradicionalmente se manifestaba a través de crisis sociales, en los contextos contemporáneos se entiende bajo la forma de una indivi- dualización, como si el problema político de la salud men- tal se jugara a nivel individual. Por mucho que haya una traducción individualizante del malestar, eso no niega que a la gente le puedan pasar cosas. Eso evidentemente es cierto: las demandas de atención en salud mental han crecido de forma significativa. En un sentido, porque muchas perso- nas asumen que es en ese nivel donde se va a resolver el problema, pero también por un genuino estado de sufri- miento, que tiene que ver con sus condiciones de vida, con situaciones de crisis, con incertidumbre. Creo que la salud mental requiere aproximaciones, por un lado, interdiscipli- narias y, por otro, específicas. Un ejemplo dramático son las cifras de suicidio en Chile en comparación con otras socie- dades, que son muy altas en el sector juvenil. Eso requiere un abordaje profesional muy importante y también recur- sos y políticas públicas, algo que en nuestro país está en un nivel muy insuficiente. Al mismo tiempo, es importante situar el problema en Chile, considerando todas las vici- situdes sociales y políticas de los últimos años: el estallido social, la pandemia e incluso el movimiento feminista, que indirecta o directamente tiene que ver con la salud mental. ¿En qué sentido? —La dimensión de género es clave para pensar los problemas de la salud mental. En términos tradiciona- les, quienes más deman- dan la salud mental son las mujeres. Entonces no me parece trivial que aparezca vinculada a esa condición política de los movimientos socia- les, en este caso, el mo- vimiento feminista. Por otro lado, la salud men- tal en su condición más crítica está generalmen- te asociada a situaciones de violencia: en la pare- ja, femicidios, violencia sexual, acoso, abuso, discrimi- nación, exclusión. Son todos temas determinantes para la situación de salud mental. Desde la revuelta feminista aparece la salud mental como una reivindicación de los y las estudiantes, por ejemplo. ¿Qué une a las demandas de género con las deman- das de salud mental? —Lo que tienen en común es que no tienen problema en pensar que el sufrimiento, el cuidado, las reivindicacio- nes de género, son cuestiones subjetivas, al mismo tiempo que su reconocimiento es político. Es algo que comparto: la lucha política también se da en el terreno subjetivo. Es una buena noticia, porque se incorpora una dimensión que ge- neralmente se ignora a nivel sociopolítico. Género y salud mental introducen la subjetividad en el problema político de una manera más clara, porque hacer política era dejar fuera todo eso. No se toma el peso que tiene la subjetividad, y es un espacio donde ocurren conflictos, también políti- «No veo por qué lo que ocurre en el campo de la salud mental sería tan diferente a lo que ocurre a nivel de nuestra sociedad: tratar de pensar el presente desde las condiciones pasadas para abrirse a un porvenir». 15
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