Palabra Pública N°27 2022 - Universidad de Chile
La trampa de la incertidumbre El miedo es una fuerza conservadora, paralizante. Una sociedad de personas que se perciben a sí mismas como vulnerables y en que existe alta inseguridad económica tiende a estancarse, a atraparse en la esclerosis institucional, a refugiarse en lo mediocre. POR ÓSCAR LANDERRETCHE M. U na de las razones fundamentales para organi- zarnos en sociedad es hacer frente a los peli- gros que nos ofrece la realidad. Este argumen- to clásico, eminentemente hobbesiano, no por manido deja de contener una gran cuota de verdad y describir un primer motor detrás de la política. Nos organizamos en sociedad, en gran medida, para protegernos de la violencia física, de ese instinto primal que nos rodea y nos posee, de la guerra de todos contra todos. Eso decía Hobbes. Pero no es el único peligro que nos lleva a construir ciudades, reinos, repúblicas e impe- rios. Además, nos organizamos para protegernos del ham- bre, del frío, de la enfermedad, de la soledad… incluso del vacío existencial. Y para ello organizamos, dentro de esas sociedades, una economía, un sistema político, meca- nismos culturales y un Estado. Es natural, entonces, que mucha de la discusión política sea manifestación del mie- do a esos peligros que nos asechan y que sus soluciones, en gran medida, sean intentos de construir resguardos, protecciones y seguros contra esos riesgos. Por ejemplo, quienes tienen como preocupación políti- ca central el derecho de propiedad, en realidad expresan en ello una solución específica a un problema de incertidum- bre que afecta, entre otras cosas, actividades económicas tan centrales como el ahorro o la inversión, y motivaciones económicas tan fundamentales como la privacidad y la he- rencia. Para hacerse cargo de ello, las sociedades no solo establecen esos derechos de propiedad, sino que los rodean de una infraestructura institucional de registros, juzgados, policías y fiscales para hacerlo efectivo. Y para financiar aquello, cobran impuestos. Y para cobrar esos impuestos, se vuelve necesaria otra compleja fronda institucional que tiene sus propias dificultades. Quienes, en cambio, ordenan su actividad política en torno al problema de los derechos sociales, evidentemente expresan en ello una preocupación por fragilidades eco- nómicas que solo una sociedad dotada de un sistema de protección social puede abordar: desde hospitales públicos a guarderías, desde sistemas previsionales a seguros de ce- santía, desde viviendas subvencionadas a mutuales de ries- go laboral. En gran medida, estas políticas e instituciones buscan dar seguridades allí donde la vida y sus concursos ofrecen incertidumbres y vulnerabilidades. Mucho de lo que el Estado hace es proteger a ciudada- nos, familias y personas frente a incertidumbres. Esto tiene dos consecuencias evidentes de especial significancia dados los eventos políticos que hemos vivido en tiempos recien- tes. La primera es que, si una de las razones para participar de la sociedad es protegerse de la incertidumbre, el fracaso de la política y la economía en proveer esas protecciones tiene el peligro de generar deslegitimación y anomia, de convencer a los ciudadanos de que, quizás, no tiene tanto sentido participar de la sociedad o ayudar a sostenerla. La segunda es que si cambia la naturaleza, intensidad o probabilidades asociadas a los riesgos que enfrentan las personas; si —por usar un lenguaje del mundo empresa- rial— la “matriz de riesgos” cambia, obviamente tendrían que cambiar las instituciones de la sociedad para adap- tarse a ello. Enfrentar nuevas configuraciones de riesgo e incertidumbre con los mismos instrumentos es, probable- mente, una mala idea. Es difícil exagerar la importancia de la incertidumbre y el miedo en el comportamiento humano. La necesidad de protegerse frente a riesgos puede condicionar a las personas, sus trayectorias vitales, sus vidas enteras. Por ejemplo, un joven estudiante recién salido del liceo, primero en la historia familiar en tener puntajes y promedios para acceder a las mejores universidades, podría decidir es- tudiar no aquello que siente es su vocación o que motiva su curiosidad, sino una carrera “segura”, accesible, que quizás le aburre, pero que le ofrece seguridades a su familia. ¿Cuántas oportunidades de desarrollo profesional de excelencia se ha- COLUMNA 12
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