Palabra Pública N°26 2022 - Universidad de Chile

POR ELVIRA HERNÁNDEZ UMBRAL E nvueltos a cada instante en palabras, nos olvidamos de ellas como si el lenguaje no fuera la casa que nos hospe- da y nos define como seres humanos. Hablar se hace entonces una mecá- nica costumbre, y las palabras, en vez de obtener el relieve que se me- recen, las borramos o las sumimos en la mendacidad. Es el vaciamiento que acontece también con la expre- sión “la casa de todos”, una imagen acuñada para el albergue del debate democrático primero, y marco de convivencia posterior —garantista de los derechos de minorías y mayo- rías— y así dar salida a la crisis social y política de nuestro país: un pro- yecto de nueva Constitución. Pron- to, por el uso reiterado y la prisa del habla, fue una frase gastada —la casa de nadie— hasta hacerla ajena a no- sotros, la ciudadanía. ¿Cómo volver al momento inicial en que la imagen requiere que se la aquilate? Nadie podría tener mejor com- prensión de la imagen alojada en la palabra concreta de casa que la mujer, confinada en el tiempo entre cuatro paredes, aunque hogareñas; sin po- der participar de la noción abstracta de casa, que es el espacio público y sus instituciones. Bajo este nuevo te- cho —el texto constitucional que se levanta, hay que decirlo, como una exigencia de autoconstrucción de la ciudadanía—, la mujer avanza en derechos humanos, se le consagran libertades individuales y, sobre todo, ve acentuar en la proximidad su prác- tica política, donde la perspectiva de género adquiere posibilidades. No es baladí que la imagen de la casa se encuentre sosteniendo también las palabras ecología y eco- nomía que derivan del griego oikos , casa. Así, podríamos decir que, con las casas pareadas de la palabra, la ecología, la economía y la constitu- ción política del Estado nos asoma- mos a la realidad mestiza de Chile, donde tenemos que poner los pies con firmeza. No atemorizarnos fren- te al mapudungun, un idioma que le ha dado carácter y raíces al castella- no de Chile, pero que proscribimos. Cuando Elisa Loncon le dirige la palabra al país, haciendo uso parcial de su lengua de nacimiento, adviene, en efecto, un momento refundacio- nal para el país; el único genuino — antes que al vocablo se lo salpicara sobre múltiples hechos y lo volvieran espurio en su intencionalidad— y de emocionante simbolismo. Un mo- mento de reconstitución del país y no de separatismo, pues pone en el lugar usurpado el fundamento fal- tante —para nivelar la construcción de “la casa de todos”—: el cimien- to de los pueblos originarios, nunca reconocidos; velados en la identidad chilena nuestra, y que permite corre- gir una de las muchas desigualdades chilenas. Un acto reivindicatorio que no le da carácter de constitución indigenista. No todas las refundacio- nes son absolutas —ni sobrevienen a cada rato de manera insignifican- te—, y esta no lo es. Es el puntal que faltaba en justicia. Un hecho lingüístico, un discurso —no un “palabrazo”, como dicen en el campo— que se realiza con exce- lencia. En una palabra se descongela el tiempo histórico y volvemos al si- glo XIX, a los años en que se hablaba de civilización y barbarie —el cuadro ideológico de la época— bajo influjo europeo. Donde el Partido de la Ci- vilización manejaba la tesis de que la unidad nacional se organizaba en la medida que la gran nación desorga- nizara a las menores y absorbiese sus restos. Es claro que el pueblo mapu- che resistió su muerte. Y el transcurso del tiempo ha dado evidencias de que la barbarie no se encontraba donde enfáticamente se la señaló. 5

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