Palabra Pública N°26 2022 - Universidad de Chile
Un arte de lo efímero Vicente Ruiz: A tiempo real, de Matías Cardone y Julio Jorquera S iguiendo las ideas de Hal Foster, podemos pen- sar la estética de fines del siglo XX bajo el signo del retorno de lo real. Una estética de lo evanes- cente, mientras la representación se volvía pura presentación, es decir, puro presente. La performance se trata, sin duda, de un punto de llegada a ello. Un verdadero arte híbrido en el límite del arte y el no-ar- te, que es capaz de concentrar muchas de las máximas vanguardistas y posvanguardistas, y que encontró en La- tinoamérica, y particularmente en Sudamérica, un lugar especial vinculado a la resistencia a las dictaduras y a la emergencia de la contracultura, como quedó registrado en la exposición itinerante Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años 80 en América Latina , curada por la Red Conceptualismos del Sur hacia 2012. Es interesante observar el documental Vicente Ruiz: A tiempo real bajo este marco, quizás porque estamos hablando de una corriente o formato particular —la performance— y uno de sus mayores exponentes loca- les, Vicente Ruiz. No dejo de pensar en la imposibilidad del registro de un tipo de acción artística que es siem- pre en presente, irrepetible, y que adquiere sentido en la relación viva entre quienes la realizan y el público que observa. Un arte de lo efímero, donde la pauta previa es apenas una guía para algo que debe suceder in situ . ¿De qué modo documentar la performance? ¿Cómo transmitir el sentido de una época a través de este arte? ¿De qué manera representar, en definitiva, una escena artística y contracultural que se resiste a ser representada? Son preguntas que me hago a partir del documental de Matías Cardone y Julio Jorquera, un trabajo que, por estas características, tensiona su propio registro narrativo hacia la exploración material y testimonial, con la in- quietud real de hacer justicia a ese instante performático. El punto de partida es, quizás, la cuestión del “tiem- po real” no solo como método escénico —entendido como apertura del cuerpo y la acción hacia la producción de sentidos nuevos sucedidos in situ —, sino también de lo “real” que hay en el impulso vitalista de quebrar la POR IVÁN PINTO división arte/vida. De aquí que todo en el documental deba ser retomado desde una voz interior, casi confesional, a partir de la que podamos pensar algo así como la “génesis”, el impulso, los afec- tos, los encuentros que van constituyendo la memoria íntima y coral sobre, desde y en torno a la obra de Ruiz. El documental esquiva, entonces, el “marco”, la so- brexplicación, para develarse en un dispositivo simple pero eficaz. Por un lado, está la voz en off del propio Ruiz rememorando sus pasos, ideas, procesos entre los años 1984 y 1993, aproximadamente; recorriendo algu- nos hitos como Hipólito (1984), Medea (1986), Por la cruz y la bandera (1992) o Antígona (1991). A su voz se suman las de Jacqueline Fresard, Cecilia Aguayo, Con- suelo Castillo, Patricia Rivadeneira, TitínMoraga o Car- los Cabezas, colaboradores que Ruiz lograba agrupar en un proyecto único y radical. La segunda decisión es con- fiar ciegamente en la potencia del archivo. Esto es cru- cial: asistimos a un filme de archivo remontado, donde la materialidad del video de los ochenta es protagonista, mientras la selección de los momentos o secuencias con- figuran una escena reconstituida a la luz del recuerdo y la rememoración (la narración). Una suerte de “montaje de la memoria” que resguarda estos instantes vividos del período y aquello que los impulsaba, pero desde un hoy, desde las ruinas y la supervivencia. El gran protagonista del documental es, a su vez, el cuerpo. Es la pregunta que ronda en torno a la primera obra de Ruiz ( Hipólito ) y que apunta a la necesidad de “hacer aparecer el cuerpo” en la época de su desapari- ción (la dictadura). El enunciado es, acaso, tan vívido y potente, que adquiere la forma del retorno, a partir de la gestualidad, el grito, el movimiento, la ritualidad, la sexualidad, la afectividad. Se trata de un proceso que va adquiriendo peso al transformarse en un método cada vez más singular y exploratorio de trabajo, sin miedo a la interdisciplina: la música popular, el teatro, la tragedia, la danza contemporánea, el happening , la moda, etcéte- ra. Pero cuyo eje —bajo la luz de Artaud— es siempre 58
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