Palabra Pública N°26 2022 - Universidad de Chile

etorca y Antofagasta, en cierto sen- tido, ya viven en el futuro. No uno hipertecnologizado al estilo de una película de ciencia ficción, pero sí uno donde el agua es un bien cada vez más escaso y hay que recurrir a alternativas como la distribución con camiones o la desalinización de agua de mar. En las próximas décadas, la aridez será parte del paisaje de Chile cada vez más al sur, mientras desaparece lo que antes caracterizó a una zona de clima mediterráneo: veranos secos y caluro- sos, pero inviernos húmedos donde —los ahora mayores—mirábamos las consecuencias de los temporales por televisión. ¿Alguien se acuerda de eso? Los niños del futuro tendrán menos probabilidades de verlo. Aunque es una realidad que posi- blemente no ocurrirá en todo el país, los científicos que han hecho proyec- ciones sobre cambio climático llevan décadas advirtiendo que, hacia fines de este siglo, Chile será un territorio más cálido y seco. Ese futuro, que se veía lejano, parece estar instalándose más rápido de lo pensado: gran parte del país enfrenta una severa crisis hídrica producto de una sequía que lleva cerca de 13 años afectando, sobre todo, a la zona central, y que los especialistas ase- guran que no pretende detenerse. En resumen: menos vegetación, embalses secos, napas subterráneas en niveles mínimos, más incendios forestales, más camiones aljibe y la multiplicación de plantas desaliniza- doras en la costa serán parte del pa- norama de Chile en el mediano plazo. También aparecerán nuevos proble- mas socioambientales, que afectarán principalmente a las poblaciones más vulnerables, si no se concreta una es- trategia adecuada para enfrentar la escasez hídrica. “Ya estamos viendo señales claras de una aridización del paisaje: vegetación menos frondosa, árboles secos, suelo seco aun en invierno, cauces con menos agua, nieve más alta y más fugas en la cordillera”, explica Fernando Santibáñez, académico del Departamento de Ciencias Ambientales de la U. de Chile y director del Centro de Agricultura y Medio Ambiente (AGRIMED). La escasez de lluvias entre las regiones de Coquimbo y Los Lagos se arras- tra desde 2010. El año pasado, que fue considerado el más cálido y seco de la historia, dejó un déficit de alrededor del 50% en la zona central, y esa combi- nación de calor y falta de lluvias aumenta la pérdida de agua por evaporación, agravando el déficit hídrico. Aunque este año parece ser algo más lluvioso, para superar la escasez se requie- ren muchos años con estas condiciones, y los científicos y científicas prevén lo contrario. “La mayoría de las proyecciones de cambio climático muestran una dis- minución de las precipitaciones entre un 10 y un 20% anual en la zona central, y de 5 a 10% en la zona sur austral. En la zona norte y el norte chico, hay tendencias de incremento de las precipitaciones, tanto en intensidad como en frecuencia. Sin embargo, no son significativas”, afirma la meteoróloga Claudia Villarroel, jefa de la Oficina de Cambio Climático de la Dirección Meteorológica de Chile (DMC). Teniendo en cuenta esas proyecciones, ¿qué podría pasar? Agua más cara La majestuosa blanca montaña , que aún podemos ver en invierno, será una imagen cada vez más inusual en el futuro. La principal reserva de agua ya es una de las más afectadas por el cambio climático, y se proyecta que esto continúe en las próximas décadas. “Siempre va a haber años más o menos lluviosos, eso es la variabilidad, pero en promedio va a ir a la baja”, asegura el hidrólogo José Luis Arumí, académico del Departamento de Recursos Hídricos de la U. de Concep- ción e investigador del Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Mi- nería (CRHIAM). “El aumento de temperatura va a producir un derretimiento más temprano de la nieve y, por ejemplo, la agricultura del valle central, que está acostumbrada a que esto ocurra a fines de primavera o comienzos del verano, va a enfrentar su adelanto. Tendremos problemas de disponibilidad de agua al final del verano, lo que ya está siendo crítico y va a ser permanentemente crítico”, agrega. ¿De dónde sacaremos agua? La respuesta podría estar en el mar, una alter- nativa que ha funcionado en países como Israel o Arabia Saudita. Pero no es tan fácil ni todos están de acuerdo, ya que esta estrategia tiene impactos ambientales y sociales que no han sido mitigados del todo. “Tengo que hacer una proyección que no me gusta, pero veo la costa chilena llena de plantas desalinizadoras. Eso va a ser seguro”, señala María Christina Fragkou, académica del Departamento de Geografía de la U. de Chile. Además de las consecuencias que esto tendría en la biodiversidad y en el ámbito social, la investigadora afirma que la experiencia ha probado que la producción con este sistema hace subir el precio del agua potable. “Las crisis energéticas y la distancia entre plantas y ciudades son factores que tienen impacto en el precio del agua desalinizada, que es hasta tres o cuatro veces más cara que el agua de fuentes continentales”, asegura. En Copiapó, por ejem- plo, el metro cúbico de agua pasó de $427,01 a $1.772,99 en diez años, un au- mento del 315%. En Santiago, en el mismo periodo, el precio subió en un 58%. Pero además de la inexistencia de una normativa que regule el precio, tampoco hay una que asegure su calidad. José Luis Arumí prevé la instalación de desalinizadoras en ciudades como La Serena, Valparaíso, Pichilemu y localidades como Buchupureo, donde se proyec- ta menor disponibilidad de agua. “En cuanto a la agricultura con agua desalada, la veo más difícil, porque es más cara, excepto que haya un mercado agrícola que lo pague”, señala. En ese sentido, agrega, podría ser factible en zonas cercanas a 45

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