Palabra Pública N°26 2022 - Universidad de Chile
unas cuantas generaciones para no encontrar rastros de su origen. Tiene que ver con reivindicar el perdido Rodríguez o el Bravo materno no blanco frente al celebrado Wiener y que se inviertan los mundos. Pero la descolonización siem- pre es un proceso en marcha, no acaba. No se sabe si el encuentro de tus tatarabuelos fue consentido, pero en tu familia prevalece ese orgullo de ser fruto del mestizaje y se silencia todo indicio de violencia. ¿Cuánto daño crees que nos han hecho estos silencios? —Este libro intenta mirar ahí donde no queremos mi- rar. Tiene que ver con esa idea de que cuando llegó Colón a América les propuso a los indígenas intercambiar oro por espejos: los que se llevaron el oro son los poderosos del mundo actualmente, y nosotros nos quedamos con los espejos, haciéndonos preguntas sobre nuestra identidad. Son procesos que no cesan, que están siempre abiertos, siempre nos hace- mos la pregunta por nuestra identidad y en qué lugar colocarnos en esta historia violenta. ¿Cómo no va a ser violento el abandono? Mi familia se funda en un abandono y en el no reconocimiento de un hijo finalmente bastardo. Lo increíble fue descubrir que Wiener se había llevado otro niño, uno indíge- na, por el que pagó, para reeducarlo en Europa y así probar su proyecto ci- vilizador. Para mí es muy importante hablarlo, en América Latina tenemos mucho guardado en los closets. *** Cada vez que se habla de Gabriela Wiener se repiten como un mantra las mismas fórmulas: au- tora kamikaze , periodista gonzo , literatura honesta —como si existiese acaso la literatura deshonesta . Los libros Sexografías (2008), Nueve lunas (2009), Llamada perdida (2014) o Dicen de mí (2017) son prueba de que Wiener lle- va más de veinte años mirando lo cotidiano y lo íntimo con una agudeza envidiable, y derrumbando, de paso, relatos hegemónicos como la cultura patriarcal, heteronormativa y monógama, o los cuentos edulcorados en torno al em- barazo, el sexo o la migración. Pero esos adjetivos vuelven cada vez, como si el mundo no hubiese cambiado. Como si la voz, el lenguaje o el estilo pesaran menos que los temas. —Creo que esas etiquetas te las ponen para reducirte, para minimizar tu potencia. Es loco, pero somos peligrosas cuando escribimos sobre ciertas cosas. Más por cómo lo hacemos, por hacerlo visceralmente, desde el cuerpo, desde lugares menos académicos o con otra idea del conocimien- to. Se siguen quedando con la frivolidad del personaje, ni siquiera ven qué puede tener de interesante una escritura performática. Son formas de neutralizar la fuerza política de lo que escribimos y otra manera de mantener el statu quo. Siempre se va a denostar este tipo de literatura, ya sea llamándola “femenina”, “autoficción”, “literatura feminis- ta” y hasta “activismos”. Siempre habrá una manera en que el patriarcado nos cierre la puerta, pero ya hicimos una casa preciosa lejos de sus dominios. En Huaco retrato está la desmitificación de tu pa- dre y de la figura de Charles Wiener. ¿Por qué crees que es importante matar simbólicamente al padre, so- bre todo en una sociedad todavía tan patriarcal? —Hacerlo es importantísimo: la historia que nos han contado es una escrita con “H” mayúscula. Y esa Histo- ria, en general, es la historia del poder, y el poder ha sido blanco, heterosexual y masculino. Yo solo conocía la historia de Charles, porque era el antepasado europeo, un hombre ilustrado; porque había tenido el reconocimiento de una cierta academia, había pasado a la historia por un par de cosas y traba- jado para una potencia colonial como Francia, que lo mandó a hacer esta misión exploradora al Perú. Allí dejó un niño que lleva su apellido, pero que nunca conoció. Algo muy interesante de Charles Wiener es su complejo de inferiori- dad por ser judío en una Europa an- tijudía. ¿Crees que eso se reflejó en su trabajo en torno a los indígenas de Perú? —Sí lo creo. Él quería blanquearse para salvarse: era un inmigrante, de una religión ex- traña en Francia; hasta se convirtió al catolicismo y se cambió de nombre. Trabajó duro en su ima- gen, cruzó el charco, se autopromocionó como un milenial del siglo XIX, incluso atribuyéndose trabajos que no eran suyos; saqueó miles de piezas prehispánicas para exhibirlas junto a los zoológicos humanos en París. Pero en el camino de cosechar méritos se volvió ese sujeto que mira al indígena desde un lugar de desprecio y, a veces, de conmiseración. Manejaba un discurso progresista para su época, porque no quería meter a la gente en un campo de concentración, como harían sus contemporáneos después. Él hablaba de un proyecto civilizatorio, que es el proyecto del mestizaje, un discurso que subsiste en Europa. Lo escu- chamos los migrantes cada día: somos gente supuestamen- te inofensiva porque fuimos asimilados. —¿Cuánto cambió tu percepción de ti misma en tér- minos raciales cuando llegaste a España? —La experiencia migrante ya atravesaba libros como Nueve lunas o Llamada perdida . Cuando hablo de la mater- Retrato de Charles Wiener Foto: Cluny histoires d'Histoire 40
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